Miguel de los Santos: “La emoción de un país escuchando el gol de Marcelino es insuperable”

Miguel de los Santos

Acaba de publicar Relatos de mi Memoria, en el que repasa toda una vida de éxito en radio y televisión. Y habla con la misma pasión de los medios como de su Madrid. En este caso con Marco Ruíz del diario As.



– Según mi nieto Diego, las batallitas del abuelo. Según mi punto de vista, una serie de vivencias que de una u otra manera nos enseñan de dónde viene esta radio pujante que tenemos ahora y esta multitelevisión que nos sorprende cada día. He sido testigo de excepción de este proceso por un asunto puramente generacional. Tenga en cuenta que yo nací doce años después de que empezara a emitir la primera emisora, Radio Ibérica, y un año antes de que echara a andar RNE.

– ¿Es usted más hombre de radio o de televisión?
– Soy amante de la radio por encima de todo. En mis años era el nuevo medio para ejercer el periodismo. El periodismo de verdad. Era un medio muy moderno, directo, que exigía un lenguaje nuevo… En cambio, desembarqué en la tele para hacer algo que no me seducía, como por ejemplo presentar programas como La Gran Ocasión, lo que sería hoy Operación Triunfo, algo que entraba dentro de las obligaciones de servicio aunque mi vocación fuera más periodística.

– ¿Llegó a enamorarle en algún momento la televisión?
– Sí claro… Cuando a raíz del programa de radio La Hora de los Santos, que fue un poco revolucionario, TVE me ofreció un contrato que tuve que poner delante de los ojos de mi mujer, porque era para recorrer durante tres años toda Sudamérica con un equipo de reporteros mostrando lo que era aquel continente entonces tan desconocido.

– ¿Lo era?
– Lo conocíamos de oídas, tenga en cuenta que era una época de cerrazón total en el país. Aquí, entonces, no viajaba ni dios.

– ¿Y cómo le fue?
– Me enamoró el medio. Conocí a personajazos que yo había leído, Benedetti, Roa Bastos, Uslar Pietri, Neruda, Bioy Casares… Conocí a gente del folclore como Chabuca Granda o como Jaime Dávalos… Me encontré con etnias insospechadas. Empecé a vivir la vida del reportero…

– Mil historias que contar.
– A mí me pilló la muerte de Franco cruzando Venezuela, y la coronación de Juan Carlos en Tortuguero, Costa Rica, cayendo un aguacero tremendo propio de esa zona tropical.

– Vaya…
– Y la pude ver porque en medio de ese aguacero se nos apareció un tipo con dos pistolones llamándonos a gritos. Nos metió en su casa, era un bígamo, porque el tío vivía con dos mujeres a la vez, un gallego que llevaba allí no sé cuántos años en unas explotaciones de café… Todo eran vivencias y ahí empecé a sentirme parte de la televisión.

– ¿Y de la radio, cuáles son sus primeros recuerdos?
– Los niños de la posguerra éramos muy pobres y nos divertíamos con las cosas más elementales. Me veo a mí tirado en el suelo jugando con unos recortables de papel haciendo mi propio ejército de soldaditos y escuchando la radio mientras mi padre trabajaba, una radio en la que sonaba Concha Piquer, con aquellas coplas de Quintero, León y Quiroga y sobre todo Rafael de León, que era un poeta enorme. Son recuerdos de cuando estaba postrado en la cama, que me tiré así nueve meses porque me escayolaron casi de arriba a abajo por un accidente con un tranvía. Un accidente por el que, además, tuve que dejar de jugar al fútbol…

– ¿Jugó al fútbol?
– Llegué a ingresar en los infantiles del Real Madrid. Ipiña era el entrenador.

– ¿Con quién coincidió?
– Con nadie que luego despuntara. Yo estudiaba en los Paúles y nos llevaron a tres a hacer las pruebas. Y entramos los tres. El peor era yo. Un machaca. Técnica muy poca, pero era como Grosso, un tipo que cubría todo el campo. Los otros eran un portero que se llamaba Macías y un interior izquierdo, Antonio Tostón, hijo de un comandante de la Guardia Civil. A éste sí que era una maravilla verle jugar.

– ¿Y aquel accidente le retiró?
– Fue un día que habíamos ganado a Los Maristas. Por primera vez en mi vida había metido dos goles. No estaba yo para eso ni mucho menos. Estábamos eufóricos y nos fuimos a ver un programa doble que ponían en el cine Ayala: Pandora y el Holandés Errante y Mujercitas. Y a la salida, esperando al tranvía, mis amigos me retaron: “¡Déjalo pasar, una peseta si lo pillas!”. Estaba lloviznando. Salí corriendo, me enganché con la mano a la barra exterior, di el salto… Y en aquella época, por ahorrar y que duraran más los zapatos, nuestros padres nos ponían unas erraduras en las suelas. Y eso fue lo que me hizo resbalar. El tranvía me arrastró cien metros y me partió el fémur por cuatro sitios.

– Menudo palo…
– Recuerdo que después de esos nueve meses, de la mano de mi tío Ramón, que era un hincha extraordinario del Real Madrid, volví al estadio a un partido en el que se me viene a la memoria la figura de Molowny. Y recuerdo que se me empezaron a caer las lágrimas pensando que no volvería a jugar nunca más.

– Frustrante.
– He llorado dos veces en el fútbol. Aquel día y cuando se despidió Alfredo Di Stéfano. Pensé que se había acabado el mundo.

– ¿Iba al fútbol con su padre?
– No, a él no le gustaba y no quería que jugara. Tanto es así que mi madre escondía la equipación. Iba con mi tío Ramón, ya le digo… Tengo una anécdota relacionada con el Real Madrid y con la SER, pilares de mi vida. Haciendo La Hora de los Santos, aunque fuera un programa que no se prestara nada a hablar de fútbol, siempre que podía soltaba mi andanada de comentarios sobre el Real Madrid. Le disculpaba si había perdido, cosa muy difícil en aquellos años, porque casi nunca perdía, y desde luego me despachaba cuando ganaba.

– ¿Y qué pasó?
– Pues un día me llamó Antonio Calderón, que era el gerente, y empezó a hablar con su acento andaluz: “Don Santiago tiene un capricho, quiere conocerte”. Pues qué honor… Y me dijo que fuera el miércoles para el estadio. Allí estaba don Santiago con doña María, su mujer. Me recibió atento, me hizo sentarme, “pero hijo, cómo me gustan a mí los madridistas de corazón…”.

– Porque le escuchaba…
– Y ese día me sentí consagrado por el gran patriarca del madridismo (risas).

– ¿Conoció a Di Stéfano?
– Ya retirado. Yo dirigía un programa para la SER patrocinado por Firestone y una vez al mes viajaba a Bilbao, que era donde estaba la fábrica, para hacerlo allí. Me hospedaba en el hotel Ercilla. El programa era nocturno. Un día regresaba por la noche de hacer el programa y me topé de bruces con don Alfredo. El Valencia jugaba con el Athletic al día siguiente. Estaba sentado con su whisky y fumando. “¡¿Ché, De los Santos!”. Vimos amanecer hablando de Sudamérica, del fútbol… Me contó anécdotas buenísimas. ¿Conoce la de Juanito y la publicidad de Zanussi?

– Dispare…
– Una vez le pusieron un centro buenísimo a Juanito, sólo para saltar y empujarla. Un gol para ganar. Y ya en el vestuario, siendo Alfredo entrenador, le gritó delante de todo el mundo: “¡Juanito, qué pasó! ¿Es que le pesa el friyider en el pecho?”. Friyider es como se conoce al frigorífico en partes de Sudamérica…

– ¿Participó entonces de la vida del Real Madrid aquellos años?
– Tengo otra anécdota. Fue en la Recopa que el Real Madrid jugó ante el Chelsea en 1971 en Atenas. Pedro De Felipe se había quedado en casa… García, que era un liante y disfrutaba con esas cosas, olió la sangre y le puso en directo en su programa la víspera del partido. Y no dijo nada De Felipe que estuviera muy fuera de lugar, pero García se agarró a ello y el mensaje tuvo que llegar distorsionado a Bernabéu, quien antes de aquel partido de Recopa ante el Chelsea, en su Santiaguina, comentó: “Mientras ustedes están aquí para jugarse el pellejo por este escudo un compañero suyo lo está ensuciando…”.

– ¿Y qué pasó?
– Pues que Velázquez, para pánico de toda la plantilla, contestó: “Perdone don Santiago, pero usted está confundido. De Felipe sería incapaz, es un hombre de la casa, como nosotros”.

– ¡Qué tensión!
– Y don Santiago zanjó el tema: “Ya hablaremos usted y yo”.

– ¿Cómo terminó la historia?
– Velázquez quedó muy señalado. Yo era muy amigo de De Felipe, pero era más amigo aún de Velázquez, porque él, Julio Iglesias y yo hubo una época en que formamos un trío inseparable.

– No me diga.
– Ellos estaban solteros y yo recién casado y cada dos por tres venían a casa a cenar. El caso es que después de que volvieran de Atenas me llamó Pedro y me pidió que les echara una mano por la buena relación que tenía yo con don Santiago. Y quedamos Manolo, Pedro de Felipe y yo a cenar en La Gran Tasca. Y creamos una estrategia para hablar en La Hora de los Santos de ese malentendido con García. Manolo quiso que la entrevista se la hiciera a Pedro. Y se la hice para que se explicara.

– ¿Usted lo arregló todo?
– El temor no era por Pedro, era que don Santiago le había dicho a Miguel Muñoz que no quería ver más a Velázquez. Y de hecho empezó a renovarle de año en año aunque no había cumplido los 30. Pero Manolo era mucho Manolo y aunque le trajeron a Netzer él siguió jugando.

– Era bueno…
– ¿Usted ha visto el pase de exterior que suele dar Modric con la derecha que todo el mundo se maravilla? Pues Manolo lo hacía con la izquierda y era un tiralíneas que iba para Gento.

– ¿Qué significado tuvo ‘La Hora de los Santos’ en la radio?
– Apareció en pleno boom de la televisión. La gente se sentaba a ver la tele le pusieras lo que le pusieras. Pero el cierre de la emisión era a la una. Todo el mundo esperaba a que sonara el himno, etc… Había una conciencia en la SER que yo consideraba absurda. Don Manuel Rodríguez Cano, que era el jefe de programación, tenía puesto a esa hora lo que se llamaba entonces la Hora del Oyente, que eran discos dedicados a los socios del Club de Radio Oyentes de Radio Madrid. Y era un rollo. Una canción dedicada tras otra.

– ¿Y qué pensó?
– Cuando yo llegué a la SER los espacios importantes estaban todos ocupados. Estaba José Luis Pecker, Joaquín Prats, Martín Blanco, Bobby Deglané, Raúl Matas, Pepe Palau, José Bermejo… Tan pesado fui con la idea de ocupar ese espacio de la madrugada en el que nadie creía que al final me lo dieron. Y empecé un poco sin tener ni siquiera idea de cómo iba a llenarlo… En realidad fueron los propios oyentes quienes lo hicieron… Y fue un éxito.

– ¿Qué referencias tiene de los inicios de Carrusel Deportivo?
– Es curioso porque yo creo que el origen es el mismo que el de Ustedes son Formidables o El Gran Musical, de un creador francés de radio que se llamaba Jaques Antoine. Entonces, las ideas más brillantes nacieron al otro lado de los Pirineos…

– ¿El secreto del dinamismo de Carrusel es que hace la publicidad en directo?
– ¡Yo he ido con Matías abuelo a hacerle la publicidad! Los dos, sentaditos en un banco a pie de campo… Él me hacía una señal y yo entraba: “Para el otoño madrileño, gabardinas Butragueño”, o “qué persianas tan finas vende la Casa Salinas”. (Risas).

– ¿Quién ha sido la voz del deporte en España?
– Yo haría un mix entre Matías Prats y Vicente Marco. A mí siempre me fascinó Vicente, es el referente, el sonido de los fines de semana, el que hacía Carrusel en la SER.

– ¿Y Matías Prats?
– Enorme relator… Y hubo uno la SER que no le iba a la zaga, Pepe Bermejo, un gran tipo.

– ¿Queda algo por inventar en la radio?
– Lo único que está demostrado es que es imbatible. Ha sufrido agresiones indirectas en toda su historia. Primero con la tele, luego con las redes sociales. Y no sólo ha sobrevivido sino que se ha reforzado. Es imbatible.

– ¿Por qué?
– Por la simpleza de su estructura técnica, pues el sonido llega donde sea con mucha facilidad, y por la compatibilidad que tiene. Puedes escuchar la radio y conducir, hacer deporte, leer…

– Y sigue con fuerza…
– También por los aliados que ha tenido. Yo viví la radio del cuarto de estar, pesada e inmóvil, que te secuestraba y convocaba a la familia para seguir los espacios radiofónicos. Luego apareció el transistor y empezamos a ver a los jubilados en los parques oyendo la radio… El segundo impulso fue el autoradio, que creció tanto como el parque automovilístico a medida que avanzaba la Transición. Y ahora, ya con los móviles e internet, el avance es imparable.

– ¿Por qué el deporte genera tanta audiencia?
– Es la radio en esencia. La imaginación del ser humano es imparable. Uno quiere imaginar las cosas hasta cuando las está viendo. Yo veo los partidos y bajo el volumen y pongo la radio. Me divierte más. Y la emoción que te provocaba la radio escuchando un partido cuando no había tele no la he vuelto a sentir. Ni siquiera en un campo.

– Un enamorado de la radio…
– La emoción que sintió el país escuchando el gol de Marcelino en la radio es insuperable. Esa es en verdad la radio…

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