¿Quién inventó el radio de los coches? Entérate con esta divertida historia

Lo publica motoryvolante.com:
Uno pensaría que los coches siempre han tenido un radio en el tablero, no? Pero no.
Al principio uno tenía que chiflar si quería escuchar música a bordo.



Aquí está la historia:
Una tarde de verano en 1929, dos jóvenes amigos llamados
William Lear y Elmer Wavering, decidieron salir a pasear en coche con sus novias a un sitio romántico.

La ciudad era Quincy, Illinois, y el pretexto ver la puesta de sol.
Ajá.
Ellas también se hicieron las modositas y aceptaron.
Fue una noche romántica, sin duda.
Más tarde, una de las mujeres, mientras se repintaba los labios, dijo que hubiera sido mejor si hubieran podido escuchar música en el coche.

A Lear y Wavering -dos ingenieros creativos, como ya veremos- les gustó la idea. Ambos hombres habían tenido chambas relacionadas con radios (Lear sirvió como operador de radio en la Marina de EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial). A Wavering simplemente le gustaban esos aparatos, aunque solo tenía uno fijo en su casa.
Así que, deseosos de repetir “la lunada romántica” (no tenemos fotos de las güeritas, pero parece que estaban buenas) no pasó mucho tiempo antes de que desbarataran el radio de la casa e intentaran conseguir que funcionara en el coche.
Pero no fue fácil: los coches tienen interruptores de encendido, generadores, bujías, y muchas partes eléctricas que generan interferencia estática ruidosa, por lo que resultaba casi imposible escuchar radio cuando el motor estaba en marcha.
Uno por uno, Lear y Wavering identificaron y eliminaron cada fuente de interferencia eléctrica. Cuando por fin consiguieron que su radio funcionara -y habiéndolo “probado” con las novias que regresaron muy contentas- decidieron probar fortuna presentándolo en una convención sobre radiocomunicación en Chicago.
Allí conocieron a Paul Galvin, propietario de la Galvin Mfg Corp, una pequeña compañía que estaba a punto de irse a la quiebra por falta de productos novedosos..
Galvin había desarrollado un producto llamado “eliminador de batería”, un dispositivo que permitía que los radios de pilas pudieran funcionar usando la corriente alterna en las casas.
Pero a medida que más hogares iban siendo conectados a la electricidad, más fabricantes de radio iban fabricando radios que funcionaban con corriente alterna. O sea, qué chiste con su invento.
Galvin necesitaba un nuevo producto a fabricar. En eso conoció a Lear y su cuate, que decían que su invento podía ser un gran negocio: un radio “móvil”.
Lear y Wavering se instalaron en la fábrica de Galvin, y cuando perfeccionaron su primer radio, lo instalaron en su Studebaker.
Entonces Galvin fue a un banquero local para solicitar un préstamo. Pensando que instalando su radio en el Packard del banquero lo convencerían, se lanzaron como el gorras…
Buena idea, pero no funcionó -al ratito después de encenderlo, el Packard del banquero se incendió.
Qué creen: no obtuvieron el préstamo.
Y es más, los sacaron del banco a patadas
Galvin no se rindió. manejó su Studebaker casi 800 millas hasta Atlantic City para mostrar su aparato en la Convención de la Asociación de Fabricantes de Radios en 1930.
Como no le alcanzaba para pagar un stand (¿se acuerdan lo del Packard?), estacionó el coche afuera de la sala de convenciones y prendió el radio a todo volumen.
Los convencionistas que llegaban lo oyeron y se fascinaron.
El Stud no se incendío, por suerte.
La idea funcionó – Levantó suficientes pedidos para poner los radio en producción en masa.
Ese primer modelo fue llamado “5T71”
Más aburrido no se les pudo haber ocurrido.
Pero ya verán después lo qué pasó con este nombrecito.
Galvin decidió que necesitaba algo un poco más pegajoso.
En aquellos días, muchas empresas en las empresas fonográficas y radio utilizaban (sepa por qué) el sufijo “ola” además de sus nombres -Radiola, Rockola, Columbiola y Victrola.
Galvin decidió hacer lo mismo, y puesto que su radio fue diseñado para su uso en un vehículo de motor, decidió llamarlo “Motorola”.
Por un pelito le ponen “Galvinola”.
Pero incluso con el cambio de nombre,su radio todavía tenía problemas: Cuando el Motorola salió a la venta en 1930, costaba alrededor de $110 dólares más la instalación, en una época en que uno podía comprarse un coche nuevo enterito por solo $650, y además, EEUU se deslizaba hacia la Gran Depresión.
Ajustando ese valor, ese radio costaría alrededor de $3000 dólares de hoy. Una lanotota.
Para colmo, en 1930, se necesitaban dos fulanos durante varios días para poner el radio en un coche -había que desde agujerar el tablero de instrumentos y aparte ponerle una bocina (pegada, miren la foto) y todavía otro hoyito en el toldo para instalar la antena.

Estos primeros radios funcionaban con sus propias baterías, no con la batería del coche, por lo que otros agujeros tenían que ser cortados en el piso para darles cabida.
O sea, todo un numerito.
El manual de instalación tenía ocho diagramas completos y 28 páginas de instrucciones.
Galvin perdió dinero en 1930 y batalló todavía un par de años antes de que la idea “pegara”. Pero las cosas mejoraron en 1933 cuando Ford comenzó a ofrecer Motorolas pre-instalados de fábrica.
En 1934 lograron otro éxito cuando B.F. Goodrich ofreció vender e instalarlos en su cadena de tiendas de llantas.
Era 1934, no se olviden. Las cosas eran distintas.
Con eso, el precio de los radios, ya con instalación incluida, ya había bajado a $ 55 dolarucos, o sea, más o menos lo mismo que hoy. El radio a bordo de Motorola estaba en marcha. El nombre de la empresa se cambió oficialmente de Galvin Manufacturing a “Motorola” en 1947.
Mientras tanto, Galvin continuó desarrollando nuevas ideas:
En 1936, introdujo la presintonización con botones, también introdujo el “Cruiser” para la policía, un estándar de radio de automóvil que venía ajustado de fábrica a una sola frecuencia para recoger las transmisiones de la central de la policía.
Luego en 1940 desarrolló el primer radio portátil de dos vías (walkie -talkie) para el Ejército.
Una gran cantidad de comunicaciones tecnológícas que damos por sentadas hoy en día nacieron en los laboratorios de Motorola en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
En 1947 sacaron la primera televisión por menos de $ 200.
En 1956 la compañía introdujo el primer radiolocalizador del mundo.
(Ojo, no GPS, porque para eso se necesitan satélites y el primero, o sea el Sputnik, fue lanzado en 1957)
En 1969 creó el equipo de radio y televisión que se utilizó para transmitir los primeros pasos de Neil Armstrong en la Luna.
Y en 1973 inventó el primer teléfono celular portátil del mundo.
Ah, pero la cía de la manzanita verde, la del “aifón”, ahí anda presumiendo que lo inventó todo…
Hoy Motorola es uno de los mayores fabricantes de teléfonos celulares en el mundo y su tecnología es la más respetada entre verdaderos conocedores.
Por su parte, Elmer Wavering y William Lear terminaron tomando muy diferentes caminos en la vida.
Wavering se quedó en Motorola. En la década de 1950 ayudó a cambiar la experiencia de uso del automóvil de nuevo cuando desarrolló el primer alternador en sustitución de los generadores ineficientes y poco confiables. La tensión de los circuitos del auto pudo elevarse de 6/8 voltios a 12/16 y eso permitió lujos tales como elevavidrios eléctricos, asientos eléctricos, y, eventualmente, hasta el aire acondicionado.
Lear también siguió inventando. Posée más de 150 patentes. Recuerdas los “8 Tracks?” reproductores de cintas de ocho pistas? Lear inventó eso.
Pero lo que lo hizo realmente famoso fueron sus aventuras en aviación. Inventó radiogoniómetros para aviones, y con la ayuda de la invención del piloto automático, diseñó el primer sistema totalmente automático para aterrizaje para aeronaves, el famoso ILS (Instrument Landing System) con el que todos los aviones bajan cuando hay poca o nula visibilidad.
Poca cosa, no?
Y en 1963 presentó su invento más famoso de todos, el Lear Jet, primer jet de negocios asequible y de producción en serie.
No está mal para un tipo que abandonó la escuela en segundo de secundaria, no?
A veces es divertido ver cómo comenzaron algunas de las muchas cosas que hoy damos por hecho.
Y que, además, si le piensan, todo comenzó ¡por quedar bien con una mujer!

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