José Antonio Ponseti (Cadena SER): “He recuperado a mi abuelo caído en la guerra civil”

José Antonio Ponseti

Faro de Vigo publica: «La madre de José Antonio Ponseti, locutor de radio, amante de las aventuras exóticas y del deporte, le entregó poco antes de morir una caja de cartón con la promesa de que no la abriera hasta después de su fallecimiento.
Cuando reunió el valor para destaparla, se encontró con numerosos documentos de su abuelo, desaparecido en 1938 en la batalla del Ebro.
Cartas, recortes de periódicos, fotografías, notas de la Cruz Roja y documentos de campos de prisioneros desvelaron para él un secreto hasta entonces silenciado, el de la labor de búsqueda de su abuelo realizada durante años por su madre, su abuela y su tía.
Inició entonces una investigación para recuperar lo que faltaba de la historia de su antepasado que narra en “La caja azul” (editorial Suma), un libro sobre la búsqueda de respuestas de un hijo para cumplir la voluntad de su madre.
El autor estará en Club FARO mañana, lunes 6 de marzo, a partir de las 20 horas.



– Hasta que abre esa caja azul que su madre le da antes de morir, ¿qué sabía de su abuelo?.
– Que había desaparecido en combate en la batalla del Ebro y poco más. En casa no se hablaba mucho de mi abuelo, era una figura de la que había visto una foto pero no era un tema de conversación para nada.
Durante toda esta investigación me he dado cuenta de que guardar silencio sobre familiares desaparecidos en la guerra era algo común, por eso digo que esa caja azul estaba llena de silencio y de dolor.
Y también tenía un punto de esperanza porque yo he recuperado a mi abuelo. Pero realmente el silencio era un arma de defensa, no por un tema político al haber estado en un bando, sino a nivel emocional, porque para mi tía, mi abuela y mi madre fue una época muy complicada y habían estado con la esperanza durante años de que su hermano, esposo y padre regresara a casa.

– Esa búsqueda la llevaron en secreto tres mujeres, ni siquiera su padre lo sabía.
– Precisamente por esa protección ante el dolor. Estoy convencido de que, al principio, probablemente guardaron silencio por las circunstancias políticas.
Mi abuelo luchó en el bando republicano porque le tocó, y terminada la guerra no era la mejor carta de presentación.
Para mi abuela no tuvo que ser fácil intentar buscar a alguien que luchó en el bando perdedor quedándose viuda, siendo madre y habiendo perdido a su hijo de tres años por una mala decisión médica.
Entiendo que eso nunca se contó porque había demasiada pena. Creo que mi madre dudó en si darme esa caja, en algún momento en los últimos días de su vida pensó que se quedaría guardada en el cajón y quizá un día alguien la encontraría pero no entendería mucho, le parecería curioso leer una cartas del frente, pero no sería algo que tuviera más recorrido.
Es más, no sé si pensó cuando me la dio si yo sería capaz de encontrar algo más allá de lo que ellas pudieron. Me dijo: “No la abras hasta que me haya ido”.
Es como si quisiera que no le preguntase, ahí está y ahí te la dejo.

– ¿Cómo le transformó esta labor búsqueda de su abuelo ochenta años después de su desaparición?
– Muchísimo, primero porque sabía datos muy básicos de la guerra civil, no la estudié en el colegio. Sobre la batalla del Ebro sabía que había ocurrido y probablemente fue la más importante de la guerra, que a partir de ahí fue en bajada hacia su fin.
No entendía por qué a mi abuelo le vienen a buscar cuando tenía 32 años a casa y le mandan al frente y por qué no había ido antes.
Me puse estudiar sobre el tema y empecé a sorprenderme de lo que me iba encontrando, por ejemplo, no hay una cifra oficial de muertos en esa batalla

– Entre treinta mil y más de cien mil según diferentes historiadores.

  • Si a día de hoy, 84 años después, la confusión es grande, me imagino lo que tenía que ser para mi abuela, mi bisabuela, mi tía Teresa y mi madre afrontar eso con la guerra terminándose.

– ¿Qué pensaba antes de la Ley de Memoria Histórica y cómo la ve ahora?
– Mentiría si dijera que tenía una postura porque no la tenía. En eso quizá tengo una educación muy americana, a día de hoy vas a un chaval estadounidense y le preguntas sobre el desembarco en Normandía y te sabe decir las playas donde saltaron los paracaidistas.
O por ejemplo, yo que he estado en Little Bighorn, donde terminó Custer con el Séptimo de Caballería y a día de hoy están las cruces y un monumento a los nativos americanos; lo tienes todo contado.
Y en este país, por la razón que sea, seguimos escondiendo debajo de la alfombra las cosas que pasaron en la guerra civil ‘por si acaso’.
En estos años de búsqueda me he encontrado en los archivos históricos con mucha gente buscando a sus familiares de los dos bandos.
Entiendo que si mi madre o abuela tuvieran que escribir este libro lo habrían hecho con mucho rencor, en cambio nosotros – los nietos y biznietos de los desaparecidos– lo vemos más lejano.
Por eso creo que sería sano a día de hoy cerrar ese capítulo. No hablo de las cunetas ni de los ajusticiados por ideas, que también, sino de los que les tocó, sin más, luchar en un bando, ir al frente porque había una guerra.
Yo solo pretendía saber qué le había pasado a mi abuelo; no es que ahora quiera salir a la calle a cargarme a unos y otros, es la historia de uno que le tocó ir a la guerra porque lo vinieron a buscar a casa.
Y como él, miles en España.

– ¿Cerrar el capítulo, como dice, significa olvidar?
– No. Cerrar capítulos es que mañana yo pueda ir al frente del Ebro, como fue mi abuelo, y en vez de encontrarme campos llenos de trincheras en una zona donde siguen sacando huesos y restos de materiales de guerra, pudiera ir y alguien me explicara quien luchó allí y contra quién.
Es que ni en las academias militares se estudian batallas de la guerra civil para que no se levanten ampollas.
Deberíamos tener claro lo que pasó para que no se repita en la vida.

– También menciona que hay que afrontar lo sucedido con “cero rencor”.
– El problema es que algunos se empeñan en meterle a todo esto una carga política e ideológica cuando de lo que se trata es de que no vuelva a haber dos bandos.
Si yo a mi abuelo lo hubiera querido igual independientemente del bando que le hubiera tocado. Otra cosa sería como le sucedió a un autor alemán que emprendió un investigación como la mía y descubrió que su abuelo era un asesino nazi.

– ¿Cuánto tiempo dedicaron las tres mujeres de su familia a buscar a su abuelo y hasta dónde llegaron?
– Desconozco exactamente cuánto estuvieron con la búsqueda. Me da la sensación de que mi madre a mediados de los 80 asumió que no iba a encontrar a mi abuelo y guardó esa caja.
Hay muchos documentos de esa búsqueda: desde anuncios publicados en La Vanguardia en plena guerra, a cartas de la Cruz Roja internacional buscándolo en campos de concentración por todo el mundo.

– ¿Y cómo fue su proceso de investigación, tanto a nivel documental como emocional?
– Me llevó años porque fue una investigación con parones. Fue duro sobre todo al empezar a escribir el libro. Lloré un montón de noches y afloraron emociones que yo pensaba que ya había cerrado con la muerte de mis padres.
El primer mes llamé a mi editor y le dije que no iba a ser capaz de hacer el libro porque emocionalmente estaba muy revuelto. Me dieron mi espacio y mi tiempo y sí pude.
En cuanto a la investigación, me ayudó mucho toda la documentación que había en la caja, sobre todo las cartas del frente que mandaba mi abuelo me relataban la guerra.
Al saber la unidad en que luchó, entendí que tenía que poner nombre a los que estaban a su alrededor y cruzar el Ebro como él lo hizo.
Estoy sumamente agradecido a los profesionales de los archivos y bibliotecas en las que estuve.

– ¿Qué descubrió de su abuelo?
– Que era un tío maravilloso, ilustrado, que escribía todos los días desde el frente, que realmente es él quien me relata lo que está viviendo, que amaba hasta el infinito y más allá a mi abuela y a mi madre, que era positivo al cien por cien, que ayudó a un montón a compañeros de su unidad.
Era alguien a quien solo puedes desear haber conocido».

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