
23.09.2025.- Berenice Lobatón escribe en vanitatis.elconfidencial.com que Isabel Gemio comparte con Vanitatis todos los secretos y sensaciones que acompañan su regreso a la radio nocturna de RNE con el programa ´El último tren´.
Alas once y media de la noche, cuando el andén se divide en dos destinos, parte el último tren: para unos es regreso —pasillo hacia las sábanas—; para otros, la antesala del uniforme y del turno que comienza. Isabel Gemio conoce ese reflejo en la rutina diaria, pero lo expande más allá: “Todos cogemos trenes, todos hemos perdido alguno, todos hemos tenido el valor de subirnos en vagones difíciles. Este pasa por muchas estaciones, como la vida. La vida son etapas, hasta que un día tomamos el último tren, ese que nunca sabemos cuál será” comienza diciendo Isabel, mientras sale del estudio de Radio Nacional de España, donde cada noche, a las 23:30 vuelve a encender el micrófono en ´El último tren´, un programa que se prolonga hasta las dos de la madrugada. La metáfora no es casual: su biografía está tejida a golpe de travesías, recorridos y partidas.
Recuerda su primera salida, aquel viaje de Badajoz a Madrid, cuando con apenas dieciséis años ya combinaba la radio con el bachillerato, un trabajo en una boutique y las clases de teatro. No sospechaba entonces que se convertiría en ´la chica de la radio´, el nombre de su programa que terminaría definiéndola y convirtiendo su voz en un eco persistente mucho antes de que existiera lo que hoy llamaríamos viral. “Recuerdo aquel tren cuando me vine de Madrid a Barcelona en el 92. Allí me encontré con Carlos Herrera. Éramos tan jóvenes…” rememora.
Pero no todos los trayectos conducen a estaciones luminosas. También hubo paradas abruptas, finales que no entendió. Isabel lo dice sin rodeos: “Cuando me fui de la radio… bueno, no, más bien cuando me fueron; yo tenía mucha audiencia. Un profesional nunca está preparado para soltar a sus oyentes si existe una relación cercana, sientes un compromiso con ellos porque te están eligiendo. Nunca me ha obsesionado estar todo el rato en primera línea, tenía presente que llegaría el momento en que dejaría de interesar, que nuevas voces y rostros llegarían. Me parecía lo más lógico». Y, sin embargo, el tiempo se alargaba y alargaba… pero que me cortaran con tanta audiencia, eso dolió mucho. Aunque aquí seguimos, en el tren”.
En el tren, nunca mejor dicho, en el que se sube Isabel, se viaja en la intimidad de la radio y el calor de la madrugada. “Se crea un vínculo muy estrecho con los oyentes de la noche. Es un espacio más relajado, quizás para quienes no pueden conciliar el sueño o para los que buscan compañía cuando todos duermen y ellos trabajan. En otros lugares donde he hecho radio nocturna, la gente se muestra con una sinceridad poco común, con la necesidad de desahogarse, de hablar… Creo que en estos tiempos difíciles la necesidad es mayor: quieren ser escuchados. Y yo les estoy escuchando y abriéndoles los micrófonos” revela Gemio que asegura sentir aún mariposas al ver encender la luz roja del estudio.
“Jesús Hermida siempre me decía que jamás deberían perderse esas mariposas en el estómago. Estoy ilusionada como una quinceañera. Me he reencontrado con mi primer amor. Yo me enamoré de la radio con dieciséis años y creo que si me hubiese dedicado solo a ello me habría bastado; hubiese sido muy feliz. Luego me llevaron a un casting para TV, me dieron oportunidades y las aproveché” dice recordando aquella transición en la que pasó de ser la voz de referencia en la radio a convertirse en un rostro conocido de la televisión donde debutó con veintidós años en ´Los Sabios en TVE´. Ha hecho magazines, concursos, debates, programa de sexo, el primer reality ´Lo que necesitas es amor´ y el mítico e inolvidable ´Sorpresa, Sorpresa´..
“En televisión, la presentadora o el presentador es una pieza más del puzzle. En la radio no hay pinganillos ni distracciones. Yo tuve la suerte de hacer televisión sin pinganillo, sin que nadie me dijera qué decir. Conocía las historias y decía el guion a mi manera. Además, en televisión hay gente que a veces se queda con lo superficial: si estas bien peinada, si tienes ojeras, qué llevas puesto… En la radio, todo ese ruido desaparece; te obliga a que la palabra sea más directa, más intensa”, dice mientras transforma una conversación relajada en un espejo de las inercias sociales que todavía persisten.
“En televisión hay canas de hombres, de mujeres no. Eso es mucho más que un detalle: significa que la sociedad aún no está preparada para ver a una mujer con canas en pantalla, es decir, con experiencia y conocimiento. Pero quizá no sea tanto la sociedad como los despachos. Mientras sigan ocupados por hombres, la perspectiva será esa”, y enseguida recurre a ejemplos que desmienten esa limitación en otros lugares: “Mira a Barbara Walters, que estuvo en Estados Unidos haciendo entrevistas hasta los ochenta años. O a Mirtha Legrand, en Argentina, que con noventa sigue a pie de cañón y la gente la adora”. Para Isabel la edad no es más que una cifra impresa en el DNI, dice mientras lanza una pregunta que ella misma responde: “¿Acaso la edad es lo que más define a una persona? No. Lo que define es su trayectoria, su talento, su personalidad, su corazón, su humanidad”. Habla mientras hojea un libro de una coach con la que conversará en unas horas, como si incluso en los pequeños gestos se revelara esa voluntad de seguir aprendiendo, de escuchar, de abrir nuevas puertas.
Esa misma inquietud vital se entrelaza con su mirada hacia el presente. “El otro día vi en Instagram una señora argentina que decía: me declaro ex-humana. Y el concepto me llamó mucho la atención. Dije: es verdad, yo no me siento de la misma especie que quienes permiten tantas guerras e injusticias sociales”, afirma mientras transmite también su voluntad de conseguir que la gente desconecte sin olvidar lo que late en la sociedad. Su biografía, sin embargo, nunca ha sido solo profesional. La crianza de sus hijos, Diego y Gustavo, ha marcado el ritmo de todo lo demás. Gus, como lo llama con ternura, convive con la distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad rara que ha transformado la vida familiar en causa común. Isabel fundó hace diecisiete años la Fundación Isabel Gemio para acompañar a otras familias y abrir camino en la investigación.
“La ciencia es un bien de todos. Dependemos de ella. Todo lo que se ha curado, todo lo que se ha erradicado, ha sido gracias a la investigación de científicos en laboratorios, y eso no lo valoramos lo suficiente. Este país tiene una deuda con el reconocimiento a su talento”, por eso celebra que entre sus colaboradores esté el divulgador científico Ricardo Moure, convencida de que su voz ayudará a que la ciencia ocupe el lugar que merece en la conversación pública. Y así, su tren radiofónico se convierte en un viaje múltiple: con escalas musicales que cruzarán el Mississippi al compás de Pepe Navarro, y con desvíos hacia aquella colina que levantó el inolvidable Quintero y que ahora continúa su hija mayor Andrea Quintero. Entre la memoria y la novedad, entre la vigilia y el desvelo, Isabel abre las puertas de un vagón nocturno donde todo cabe: la vida, la palabra, la música y esa certeza de que todavía hay mucho camino por recorrer.
Porque, como ella misma reconoce, aún le quedan muchos viajes por hacer: “Tengo tantos lugares a los que aún me gustaría ir, conocer… pero de momento, viajar cada noche a través de la comunicación y hacerlo de la mano de RNE, que llega a tantas partes del mundo, eso me hace sentir muy afortunada”.
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