Pedro Ingelmo le ha entrevistado para Diario de Cádiz:
En el despacho del presidente de la Cadena SER, Augusto Delkáder Teig (Cádiz, 1950), situado en el sexto piso del edificio de Gran Vía de Madrid, por donde desfilan cada día algunas de las grandes estrellas de la radio de este país, hay numerosas referencias a Cádiz. Está en un lugar estelar la portada del Diario de Cádiz en la que Delkáder fue nombrado hijo predilecto de la ciudad, el encuentro de directivos de la cadena SER en su foto de familia con Puertas de Tierra de fondo y la autonecrológica enmarcada que un mito del Diario de Cádiz de los años 60 y 70, Fernando Fernández, dejó reservada antes de morir para ir justo al hueco. Delkáder es un actor fundamental en el desarrollo de la comunicación en España. Y su carrera empezó en Cádiz, en Diario de Cádiz, que dirigió durante poco menos de un año cuando apenas tenía 25 años, durante los meses que siguieron a la muerte de Franco. Su vinculación con Cádiz sigue siendo grande. Cada vez que puede se escapa a su casa en Zahara y le gusta hacer el mismo recorrido de su infancia, camino del antiguo colegio de San Felipe, “el camino del fin del mundo”, o sentarse en la plaza Mina, donde él se crió. “Los chavales siguen jugando en esa plaza preciosa igual que hacía yo de niño”.
– Fue usted un precoz director.
– No es mi mérito. Puedo decir que casi aprendí a leer con el Diario de Cádiz, ese grande de tamaño sábana que una mano misteriosa dejaba por debajo del portón de la casa de mis padres. Sería por esas lecturas que desde muy pequeño tenía claro que quería ser periodista, aunque mi padre, que era muy estricto, quería que estudiara otra cosa, por lo que estudié periodismo y derecho, pero teniendo muy claro a qué iba a dedicar mi vida. Hice las prácticas en Diario de Cádiz, en la calle Ceballos, y trabé amistad con Pepe Joly y Federico Joly, los hermanos que eran propietarios del periódico. Por entonces se salía del periódico muy tarde, a las cinco de la mañana, y me iba con ellos a la terraza del bar Lucero y allí teníamos largas conversaciones sobre la historia de Cádiz, sobre su esplendor del siglo XVIII y sobre su decadencia.
– Pero debía de ser usted un chico muy espabilado para que le dieran esa responsabilidad.
– Era un momento trascendental de la vida española y Federico quería dar un giro al periódico. Confió en mí, lo que era el colmo de mis satisfacciones. Era el más joven de la Redacción ¡y era el director!
– Veo que tiene la necrológica de Fernando Fernández colgada en su despacho. Era su compañero entonces.
– Fue un periodista que me causó una impresión muy profunda. Presumía de no haber ido a ninguna escuela y, sin embargo, era un hombre tremendamente culto que escribía maravillosamente bien. Manejaba todas las reglas del oficio. Un hombre que no pasaba desapercibido.
– ¿Qué era lo que quería exactamente de usted Federico Joly?
– Tenía una idea muy clara: vertebrar la opinión publica. La influencia de Diario de Cádiz en su entorno era enorme. Entrábamos en una etapa democrática y había que normalizar las cosas sin mayores estridencias. Existía el Grupo Drago, un grupo de opinión que se manifestaba a través del periódico en defensa del sistema democrático y lo hacía con total libertad, pero también con responsabilidad. En aquellos años conocí a mucha gente. Por la redacción iban Manuel Chaves o Rafael Román, que por entonces eran clandestinos, y nosotros nos hacíamos eco de esas cosas, cosas como que los socialistas existían. Con la complicidad y el empuje de la empresa conseguimos hacer un buen periódico.
– ¿No tenía presiones?
– Los Joly siempre han sido editores de los que ya apenas quedan. Yo dirigía con absoluta libertad y ellos se dedicaban a su parcela. Yo en mi trabajo y ellos en el suyo, el objetivo era velar por los intereses de la ciudad y la provincia.
– Veo que aún hoy, en su despacho, tiene el Diario muy presente.
– Cada día cuando llego al trabajo, esté aquí o en América, lo primero que hago es abrir el ordenador, ver los correos y, a continuación, leer el Diario de Cádiz. Ya le digo, una costumbre desde niño. Para mí Cádiz lo es todo, lo llevo dentro, no sólo porque allí pasé mi infancia o porque me dio mi primera oportunidad profesional, sino también en lo sentimental. En Cádiz conocí a mi mujer, Alicia, y en Cádiz nació mi primer hijo.
– Entonces será usted un buen observador también de nuestras debilidades. Desde aquellas conversaciones suyas con José y Federico Joly en el Lucero no acabamos de levantar cabeza.
– Yo creo que falta una definición, adaptarse a los tiempos siendo conscientes de que no se puede tener todo al mismo tiempo. Son necesarios liderazgos políticos y empresariales para canalizar inversiones productivas. Y, sobre todo, es necesario rebelarse contra ese espíritu que parece haberse asentado de que la decadencia es inevitable. Cádiz no va a ser nunca industrial, pero tiene otras potencialidades. Puede ser una capital de servicios, de turismo del primer nivel, tiene que aprovechar el puerto y también convencerse de que puede ser una capital universitaria.
– No parece tan fácil.
– Mire, un lugar que me impactó fue Birmingham, en Estados Unidos, en Alabama, un ejemplo de integración racial. Estuve allí con una beca Marshall. No es una ciudad muy grande y era increíble el papel que había jugado la universidad en la prosperidad económica.
– ¿Conoce al alcalde, a Kichi?
– Nunca he estado con él. Es el alcalde que quieren los gaditanos, así que poco más hay que decir. Le veo algunas cosas muy positivas y si se aparta del oportunismo de ciertos populismos, cosa que creo que hace, estoy seguro que va a ser un buen alcalde.
– Dejó Cádiz por El País.
– Conocía a Juan Luis Cebrián de mi época en el Informaciones y el verano del 75 vino a veranear a Cádiz y me contó el proyecto que estaba poniendo en marcha. Una semana antes de que Franco muriera, El País ya tenía permiso para salir. Cebrián quería que estuviera con él. Era una oportunidad única en un momento histórico para entrar en una aventura en la que todos éramos muy jóvenes, gente sin curriculum pasado. Era una nueva etapa.
– Aquello verdaderamente creció y usted ha sido protagonista de esa transformación como periodista, pero también como gestor.
– Polanco era un editor muy serio que dejaba trabajar y tenía muy claro dónde reinvertir los beneficios. Así se ha conseguido que El País sea un referente en España y en el mundo latinoamericano con millones de lectores que lo siguen fielmente.
– Aparte de El País, también ha sido responsable de la expansión de la Cadena SER. Le he escuchado a usted decir que si hay un elemento vertebrador en este país, ese es la cadena SER.
– Sí, se lo digo mucho a los políticos. Es que piense que la cadena SER tiene, por ejemplo, en Jodar, un pueblo de Jaén, una emisora y un periodista. Cualquier cosa que suceda en España tiene cerca un periodista de la SER. Hay una capilaridad y una capacidad de integración de distintas redes de emisoras. Ha costado trabajo organizarlo porque cuando Prisa se hizo con la SER nos encontramos con una empresa con una estructura muy anticuada. El reto era hacerla competitiva tanto en lo periodístico como en la gestión.
- En esa vertebración, si hablamos del problema catalán, supongo que Radio Barcelona juega su papel.
– Radio Barcelona es una institución en Catalunya. Está muy identificada con el territorio, pero no existe para estar al servicio de los intereses de nadie y menos de un populismo identitario que lo único que busca es defender unos privilegios de una clase muy determinada.
– Le encomendaron el reto de crecer en América.
– Supuso un enorme esfuerzo para la empresa y a mí, en lo personal, me hizo viajar mucho. El primer paso fue Colombia, Radio Caracol, donde ya se hacía muy buena radio. Colombia era entonces, en el 98, un país en transición, por lo que el reto era especialmente bonito. Y descubrí Bogotá, una ciudad tan maravillosa y espectacular.
– También desembarcaron en Chile.
– En Chile la situación estaba más normalizada. Hoy es un país serio y solvente. La ventaja que hay es que los españoles somos muy bien recibidos, nos tratan como nacionales.
– Bueno, el presidente de México no nos mira tan bien.
– López Obrador debiera dedicar su esfuerzo a gestionar un país tan prometedor en vez de tratar de revisar la historia.
– Ha sido espectador del crecimiento y decadencia de la izquierda populista en Hispanoamérica.
– El principal problema de América es la distribución de la riqueza y eso no lo solucionan ni los populismos ni los ultranacionalismos.
– En todo este tiempo ha tenido contacto y ha trabajado con periodistas que le habrán marcado. ¿Se atreve a decirme nombres?
– Naturalmente, serían muchos. Aquí admiro muchísimo a Iñaki Gabilondo y en América está Darío Arizmendi, de Radio Caracol. Por supuesto, Juan Luis Cebrián, un innovador del periodismo en España al que se le deben los fundamentos de El País. Y de los que he fichado me siento especialmente orgulloso de Alfredo Relaño. De todos ellos y de muchos más he aprendido. Pero en estos tiempos todos tendríamos que volver a leer las grandiosas crónicas de Manuel Chaves Nogales durante la República y la misma guerra civil. Su visión, no alineándose ni con unos ni con otros, es un ejemplo de compromiso con el periodismo.
- Él llegó a decir en su exilio en Londres que se había convertido en un periodista perfectamente fusilable.
- Sí, porque le hubieran podido fusilar los unos y los otros. A eso me refería.
- ¿No ha echado de menos el ejercicio de la profesión todos estos años?
– El oficio de periodista es como el de cura. Uno siempre es periodista. Muy de cuando en cuando escribo artículos, pero debo tener cuidado ya que comprometo la opinión de nuestros medios. Nuestro oficio, además, requiere dedicación. Tengo en la cabeza realizar en algún momento entrevistas a una serie de personajes de nuestra última etapa política y empresarial. Es un proyecto, pero no sé cuándo podré hacerlo.
– Ya que me habla de política, hábleme de la política de ahora.
– La situación actual está marcada por la falta de liderazgo. La sociedad española se ha visto sacudida por la crisis económica y es difícil de administrar y de dar respuesta a las secuelas que ha dejado. Habría que dejar a un lado posiciones personales y lograr amplios consensos políticos que resuelvan problemas fundamentales. Los retos son enormes y deberíamos dejar de perder el tiempo. Hablo de empleo, distribución de la riqueza, acceso al mercado de trabajo, sostenibilidad del estado de bienestar, transformación energética, un nuevo modelo económico… entrar en estas materias es lo que devolvería la confianza en la política.
– ¿Y el mundo empresarial?
– España tiene mucho valor añadido porque tenemos grandes empresas con muchos años que son admirables. El fenómeno Zara, El Corte Inglés, que es algo más que una cadena de tiendas, Telefónica o Iberdrola o nuestro sector agroalimentario. También están surgiendo importantes firmas tecnológicas. La imagen del sector empresarial de España en el mundo es buena.
– Es obligado que echemos un vistazo a la crisis del periodismo o lo que, para los más apocalípticos, es la muerte del periodismo.
– El periodismo se está transformando y en esa transformación algunos están aprovechando para colarnos mercancía defectuosa. Pero pasado el primer sarampión y una vez adaptados a las nuevas tecnologías, el periodismo va a salir con un plus de credibilidad. Hay cambios muy notables. Hoy la información es un commodity. El negocio del periodismo ya no es la producción industrial de un bien perecedero, eso ha terminado. Pero esta situación concede mayor valor a la creación de los periodistas y también obliga a una mayor exigencia. Creo que el periodismo no sólo no va a morir, sino que va a salir reforzado.
57037