Juan Ramón Lucas (onda Cero): «Amo la radio, por eso me gusta tanto escribir»

Juan Ramón Lucas

Ana Latorre le ha entrevistado para 20 Minutos:
En su segunda novela, Agua de luna (Espasa), el periodista Juan Ramón Lucas, voz de La Brújula (Onda Cero), retrata la desesperación de Julio Noriega, un padre que sueña con reencontrarse con su hija, Greta, tras ser captada por las redes del Estado Islámico.

  • ¿Qué le movió a hablar de este tema?
  • La novela surge de una búsqueda de respuestas. Pensé: ‘¿Por qué una chica occidental, con una vida relativamente cómoda, da el terrible paso de marcharse?’. Muchas de estas mujeres no son de familia musulmana y provocan daños colaterales en su círculo cercano, así que quise tirar de ese hilo y escribir sobre lo que su decisión significa e implica. El sentido de la novela es responder a una pregunta y compartir una serie de sentimientos que son interesantes desde el punto de vista literario; descubrir un mundo y compartirlo mediante un relato de ficción que resulte atractivo.
  • Desempeñó un trabajo de investigación «riguroso» para escribir la novela. ¿Cómo lo vivió?
  • Cuando empecé a investigar hablando con la Policía, un agente judicial, personas vinculadas al mundo islámico… inicié una misión periodística, como si estuviera haciendo un reportaje. Quería documentarme para contar, más que una historia real, un escenario real. En ese proceso descubrí que la decisión de estas jóvenes genera devastación y, a su vez, grandes esfuerzos por parte de las fuerzas de seguridad. Yo no lo sabía, pero llegan a sacrificar su propia vida. Todo lo que encontré lo fui colocando en una historia que termina siendo un relato del proceso de captación, un perfil de las personas que lo sufren y un reconocimiento a quienes se sacrifican para que podamos estar más seguros.
  • ¿Hay algo que le haya impactado especialmente?
  • Muchas cosas. La primera, la facilidad con la que se mueven en las redes sociales. Cuando hablaba con gente de ciberseguridad, me decían que los captores no están en la darknet, sino que actúan en redes en abierto como Instagram, Twitter y, cada vez más, en Telegram. Saben moverse y, además, se escapan muy bien, son muy volátiles. A pesar de su mentalidad medieval, se manejan en un universo tecnológicamente avanzado. Y también me sorprendió su capacidad para conectar con la mentalidad y las frustraciones de muchas y muchos adolescentes occidentales, vendiéndoles un mundo que es irreal pero que saben que les van a comprar.
  • ¿Ha sido difícil para usted ponerse en la piel de los que matan?
  • Me he sorprendido al tratar de meterme en la mentalidad del terrorista. Solo consigo hacerlo si esta persona ha abandonado el radicalismo y puede hablar. Ese terrorismo islámico, cruel y absolutamente intolerable se aproxima bastante a la idea que tengo del mal, y su semilla se siembra en ecosistemas que están mucho más cerca de nosotros. Tenemos pendiente un aprendizaje: debemos abrirnos a conocer mejor otras culturas para que no nos vean como enemigos. Y eso es muy ingenuo, lo sé, pero creo que explicaría el radicalismo que crece en cada vez más territorios.
  • ¿Cómo son los jóvenes que se dejan atrapar por «el mal»?
  • En este caso, Greta tiene unas carencias afectivas, y eso es fundamental. La mayoría de las chicas y los chicos que se han pasado al yihadismo son jóvenes que se dejan atrapar en cuanto les dan una alternativa, algo por lo que vivir. No sé si hay muchos jóvenes de la condición social de Greta, que pertenece a una familia de clase media o alta. Y aunque he intentado exagerar, en esos círculos también hay alarmas que los padres deben atender, como el sentimiento de soledad, la introversión, la marginalidad o la falta de reconocimiento social y de perspectivas.
  • Escoge los versos de José Agustín Goytisolo (Érase una vez o El lobito bueno) para introducir algunos capítulos.
  • Porque es la canción que les cantaba a mis hijos cuando eran pequeños. Los versos de Goytisolo son la novela. ‘Érase una vez / un lobito bueno / al que maltrataban todos los corderos’. Es el mundo al revés. Mira, te voy a enseñar una cosa [reproduce un audio de su hija Ana cantando la canción de Paco Ibáñez, cuyos versos pertenecen al mencionado poema]. Se la cantaba cuando la bañaba. Ella tenía dos o tres años y me la pedía: ‘Cántame El lobito bueno, papá’.
  • ¿Los miedos de Juan Ramón Lucas como padre están presentes en la novela?
  • Es una pregunta que yo también le haría al autor, pero que no sé muy bien cómo responder. A veces, cuando me ponía en la mente de Julio Noriega, sí pensaba en Ana, Mercedes y Juan. Es posible que algunas dudas que yo tenía sobre mi relación con ellos también estén ahí. Supongo que hay mucho de mí en el libro, aunque no sea del todo consciente.
  • En su vida quiso ser desde militar hasta sacerdote. ¿Cuándo descubrió que su verdadera vocación era la de contar historias?
  • Mi primer cuento lo escribí con seis años. Se llamaba Historias de Manolito. Mi mujer logró recuperarlo y ahora lo tengo en un cuadernillo pequeño, pero he roto toneladas de cuentos y poemas a lo largo de mi vida. Todo me parecía horroroso. Sin embargo, en 2014, tras una conversación con María Dueñas, empecé a escribir mi primera novela. Llegué a un acuerdo con Espasa y, aunque me costó, conseguí redactar cien páginas. En 2017 me preguntaron por la novela. Les pasé los folios a Espasa y a mi amiga Palmira Márquez. Yo conocía a su marido, Miguel Munarriz, que es escritor. Le pedí sinceridad para saber qué debía hacer con eso, que me parecía una mierda. Pasaron dos semanas y Palmira me dijo: ‘Juanra, es la hostia. Yo seré tu agente literario’. Hice un contrato con ellos y, casi al mismo tiempo, Lola Cruz, de Espasa, me dijo: ‘Esto es brutal, no tiene nada que ver con lo que habíamos visto hasta ahora’. Les gustó a las dos y, a partir de ahí, me tiré todo el año trabajando en La maldición de la casa grande. En abril de 2018 salió. Empecé a escribir gracias al empujón que me dieron, en un momento de inseguridad, personas a las que yo otorgaba valor. Ahí me lo creí de verdad.
  • Asegura que seguirá con «el hermoso lío de escribir». ¿Ya tiene pensado su próximo libro?
  • Sí, ya estoy puesto en la tercera novela. Y, aunque tengo varias ideas, creo que me voy a inclinar en la segunda parte de La maldición de la casa grande. Transcurrirá en las tabernas flamencas del Nueva York de los años 20 y aparecerá Carmencita Dauset, una bailarina española de la que Edison se enamoró.
  • Lleva en el periodismo más de 40 años. ¿Cómo piensa que ha evolucionado la profesión?
  • Nosotros seguimos siendo contadores de historias que tenemos en nuestra mano el tremendo compromiso de informar a la sociedad. Lo que sí ha cambiado es la forma de trabajar y el lenguaje que utilizamos. La tecnología obliga a técnicas de trabajo diferentes y a nuevos ecosistemas. Ahora es más fácil llegar a más sitios y a más gente.
  • ¿Se ha quedado con las ganas de probar algo en este oficio?
  • Me hubiera gustado tener el valor de ser reportero de guerra, pero ya soy mayor. Ellos son la élite, los que de verdad nos cuentan cómo es el mundo. Son los más sufridos y los más comprometidos: la high class.
  • ¿Y hay algún ámbito en el que considera que no encajaría?
  • Depende de lo que consideres periodismo. Por ejemplo, la prensa del hígado a mí nunca me lo ha parecido. Y nunca trabajaría ahí.
  • ¿Se refiere a la prensa rosa?
  • Sí. Y llamarla ‘prensa rosa’ todavía es amable. Creo que Ángel Antonio Herrera es el último mohicano de lo que era la crónica social. Él formaba parte de aquella generación de periodistas que contaban cosas y sabían escribir. Ahora todo ha degenerado. Ya no es lo que era, no es periodismo. Me gustaría tener la capacidad que tenía él de escribir cosas frívolas de una manera tan solvente e inteligente.
  • ¿Qué opina del espacio que se le está dando a Rocío Carrasco?
  • Tengo dudas sobre este tema. Me parece muy bien que se esté contando su relato y puedo reconocer su relevancia porque proyecta una realidad, pero no me parece bien el circo. Puedes decirme: ‘Hombre, si mueve conciencias, vale la pena’. Vale, sí, pero hay otras formas de hacerlo. En ese mismo escenario donde se les daba voz a los culpables, ahora se les señala. Alguien que ha estado durante años metiéndose en la vida privada de las personas con el único interés comercial de vender su producto no puede convertirse ahora en un referente contra una lacra social. No me parece que la mejor forma de crear conciencia en torno a un testimonio de ese tipo sea desde ese lugar. Y, ojo, las confesiones me parecen tremendas, me conmocionan. Yo creo a Rocío Carrasco.
  • ¿Hay algún momento que le haya marcado en su carrera?
  • Cuando di el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Es lo que más me ha emocionado en mi vida y no lo olvidaré jamás. Era mi debut en televisión, en Telecinco, y fue un baño de realidad brutal.
  • Trabajó en televisión, pero volvió a la radio. ¿Cómo define su vínculo con este medio?
  • Cuando en 2015 regresé a Onda Cero, la que fue mi casa durante diez años, pensé en la radio como el amante perdido que, cuando vuelve a mirar a los ojos a la persona a quien amó, la abraza. Estoy disfrutando muchísimo de esta nueva etapa por esa relación que no sabía que era tan estrecha hasta que la recuperé. Además, la radio es como la literatura: ambas tienen en común el estímulo de la imaginación, provocan una comunicación sonora de corazón a corazón. Quizá por eso me gusta tanto escribir: porque amo la radio.