El 18 de octubre se publica ‘Concha García Campoy. La gran ilusión’

Hace cinco años que falleció la periodista Concha García Campoy, y su memoria sigue marcada para muchos por la leucemia a la que se enfrentó al final de su vida. Pero en la biografía Concha García Campoy. La gran ilusión, el escritor y guionista Miguel Dalmau (autor también de biografías de Julio Cortázar y Jaime Gil de Biedma) vuelve a poner en primera línea los logros profesionales (y personales) de uno de los rostros más reconocibles del periodismo hecho en democracia. Editado por Plaza&Janés, el libro llega a las librerías el 18 de octubre y recorre la trayectoria de García Campoy desde sus inicios en la radio de Ibiza hasta su última etapa en los Informativos de Telecinco. Para componer el retrato, Dalmau ha recurrido a grandes nombres del periodismo y personas muy cercanas a García Campoy, como Iñaki Gabilondo, María Escario o Ángeles Caso.



infoLibre adelanta un extracto del libro en el que Miguel Dalmau cuenta la transición de la protagonista desde su primera etapa presentando el telediario de TVE hasta el programa A vivir que son dos días, en la Cadena SER.

En Radio Nacional

Mientras presentaba los Informativos, García Campoy recibió una oferta para trabajar en la radio. Una vez más su amigo Fernando Delgado ha pensado en ella. Por lo visto, el director del programa Las mañanas de Radio 1, Julio César Iglesias, planea abandonar la cadena para marchar a la SER. Su puesto queda vacante y Concha decide aceptarlo, sabedora de que se trata del programa estrella de la radio pública. Aunque no tiene previsto marcharse de la televisión, está segura de que puede enfrentarse a un nuevo reto. Desdoblarse. Pero para ello va a necesitar ayuda, y al llegar a la radio la encuentra en dos personajes que van a allanarle el camino. Se trata de su amigo Javier Rioyo, guionista de talento, y de Lorenzo Díaz, el sociólogo manchego que se mueve como un delfín en las ondas hercianas. Ambos se van a convertir en sus más preciados colaboradores. De nuevo Concha vive otro golpe de suerte: son dos apoyos de lujo, gentes de gran rigor profesional y trato agradable, lo que facilita mucho su desembarco en el nuevo destino.

Para entonces Concha conduce el Telediario de la noche y su popularidad se halla en el punto más alto. No sólo presenta el informativo en la franja de mayor audiencia, sino que además es la responsable del programa matinal de RNE. Su oficio y versatilidad no pasan inadvertidos a nadie, y menos a las empresas de comunicación que van abriéndose paso en la España democrática. Saben que García Campoy es un caso bastante raro: es un genuino animal de radio, pero también se maneja de maravilla en televisión. Puede estar detrás de un micro o delante de una cámara, es reina del locutorio y princesa del plató. ¿Cómo lo ha conseguido? A base de una fórmula magistral que reúne talento, esfuerzo, encanto, ambición, cultura, apoyos, mano izquierda, humildad, simpatía, bondad, inocencia… Esta mezcla es tan poco habitual, tan atípica, que si quisiéramos reproducirla en un laboratorio tampoco nos saldría. Incluso en las condiciones ideales, siempre nos faltaría ese cromosoma extra que la hace diferente.

¿Resultado? La que empezó siendo popular como una de «Las chicas de Calviño» ya no es la musa informativa de la era socialista. O al menos no es sólo esto. Mientras sus compañeras se han retirado o se han recluido en el territorio de su competencia, ella ha ampliado mucho el radio de acción. Dos años después de su aterrizaje en Madrid el balance es revelador: Ángeles Caso ha cambiado los telediarios por la literatura, mientras María Escario y Elena Sánchez se centran en el área de la información deportiva, demostrando que ese ámbito ya no es exclusivo de los hombres. Otro tanto vale para Olga Viza, la nueva «brujilla», que parece tallada por el mismo patrón humano y profesional. Pero ninguna ha hecho un despliegue tan exuberante como García Campoy. Por eso los responsables del grupo PRISA ponen sus ojos en ella. En aquel momento éste englobaba a los medios líderes de la información española, entre otros, el diario El País y la Cadena SER. Es el momento en que Jesús de Polanco llama a su puerta para ofrecerle uno de los contratos de su vida.

Nostalgia de las ondas

En este momento de esplendor, Concha da uno de esos golpes de timón que jalonarán su carrera. Abandona la televisión y se pasa a la radio. Aunque según ella, habían sido «tres años de una felicidad total», comenzaba a tener la idea de que se estaba encasillando en un papel. «Me estaba enquistando en lo que es una pura imagen», dirá. En efecto. Tres años después de su entrada en los hogares españoles, ya es una más de la familia. Sigue siendo esa mujer adorable que cada día nos cuenta lo que pasa. En aquella época de monopolio televisivo, lo sabemos, los noticiarios tenían una audiencia masiva que rondaba los veinte millones de personas. Nunca se ha vuelto a ver nada semejante: es como asistir diariamente a la final del Campeonato Mundial de Sudáfrica. Con gol de Iniesta incluido. A la larga, todo eso pasa factura. Según ella: «En aquellos momentos la popularidad era desbordante. Yo lo miraba desde afuera, como una espectadora, porque todo aquello me hacía mucha gracia. En el fondo me parecía tan divertido, me lo pasaba tan bien… Pero en un momento dado me asustó porque vi que la popularidad me aislaba mucho». Concha ya sabe lo que es tener que luchar por su intimidad. Pero esa lucha pasa a menudo por la ocultación y el aislamiento, algo totalmente opuesto a su naturaleza.

Luego hubo otros factores. La decisión de García Campoy coincide con la llegada de la cineasta Pilar Miró, como nueva directora general de RTVE. Aunque Miró se destaca pronto como experta en la programación de cine y de series televisivas, no se maneja igual en el campo de los Informativos. En poco tiempo los telediarios comienzan a perder algo de fuelle, y justo en ese momento Concha recibe una oferta muy tentadora de la Cadena SER para dirigir la programación durante el fin demana. Estamos a finales de 1987. Cada vez que recibe una nueva propuesta, ella inicia un debate interior consigo misma y con los que la rodean. Muchas figuras de su entorno no creen que sea acertado abandonar la televisión, precisamente en el momento de mayor popularidad. Algunos ponen el grito en el cielo. Pero Concha tiene sus razones: «Vi una oportunidad magnífica para hacerme una periodista y dejar de lado mi aspecto de presentadora. Yo no era más que eso o muy poco más. Sabía que tenía que hacer periodismo a pie de calle y de obra, e infiltrarme en los lugares más insospechados, cosas que, en televisión, no había hecho».

En realidad, lo que Concha está necesitando es volver a ser la periodista que era en Ibiza. No es una flor de plató televisivo que se limita a transmitir de manera admirable las noticias que llegan a las redacciones. Si la dejaran hacer, seguramente le agradaría también andar por ahí, con el micro en la mano, o tomando notas en cualquier terraza del país, viendo pasar la vida. En esencia los periodistas se dividen en dos clases: los que persiguen la noticia y los que quieren a la gente. Y aunque las noticias están estrechamente ligadas a la gente, el orden de prioridades marca la diferencia. Concha García Campoy siempre pertenecerá al rango de los que quieren a la gente. No es casualidad. Estuvo a punto de perecer con su familia bajo el diluvio universal. Sigue siendo la que vio llegar, en éxtasis, a aquel ángel llamado Joaquín Soler Serrano, con su unidad móvil, para interesarse por las personas y contar su drama al mundo. Pero para eso hay que estar en la calle: hay que ser algo más que una cara bonita, hay que estar dispuesta a mancharse de barro. Ya dijo Leopardi: «Fango è il mondo». Y los grandes periodistas lo saben.

El tránsito a la radio no fue un camino de rosas. Desde el principio Concha quiso desembarcar en el programa con los mismos colaboradores que la habían ayudado en su anterior aventura radiofónica en RNE, Javier Rioyo y Lorenzo Díaz. Pero no era fácil que la cadena pública los dejara escapar a una cadena privada que se había erigido en la competencia. Hubo charlas, reuniones y argumentos opuestos. Al principio el consejero delegado de la cadena, Augusto Delkáder, no estaba por la labor. Pero Concha García Campoy era muy persuasiva y al final se salió con la suya. Durante este proceso no estuvo sola, ya que su marido, Jaime Roig, intervino como abogado. Según él: «La SER quería fichar a Concha pero no aceptaba que ella impusiera su equipo. Le ponían problemas y aquello retrasó bastante las negociaciones. Todo se alargaba y no había manera de firmar. Así que tuve que intervenir para agilizar los trámites en la fase final».

Aquella experiencia tortuosa le fue muy útil. A partir de ese momento perfiló su talento para negociar. Le salió su lado catalán, o mejor su lado ibicenco, fenicio… en suma, mediterráneo. Según María Escario: «Ella supo manejar bien los contratos. Siempre acertaba». Pero lo interesante es que no sólo acertaba a la hora de obtener las mejores condiciones para ella, sino para los demás. Amigos y colaboradores coinciden en que se dejaba la piel por los suyos, un rasgo recurrente en su vida. Si alguien caía en el equipo de Concha, no tardaba en descubrir que iban a garantizarle las mejores condiciones laborales. Dice Rioyo: «Cuando me propuso fichar por la SER, me preguntó cuánto ganaba. Luego me prometió el doble y no pude decirle que no». Los testimonios como éste son tan abundantes que darían para un listín telefónico. Fueron más de veinte años entrando en los despachos, reclamando mejores sueldos, negociando bajas, frenando despidos. Lo hizo en la radio, en la televisión, en la pública y en las privadas. Siempre.

En vísperas de su incorporación a la SER, la ibicenca realiza unas declaraciones donde se muestra muy ilusionada con el proyecto. Reconoce que está dispuesta a entrar en ese mundo de hombres y luchar por hacerse un espacio análogo en las ondas. Sus rivales son figuras de peso: Iñaki Gabilondo, Luis del Olmo y José María García. En relación con ello, Gabilondo recuerda: «Concha estaba muy esperanzada con el reto. Hablamos. Le dije: “Lo vas a poder hacer, seguro, porque tienes cualidades mejores que nosotros. El problema es que vamos a ver si tienes tiempo. Porque para presentar un programa, consolidarte e imponerte hace falta tiempo. No te desanimes si no llega a la primera”». El aviso del maestro no carece de razón. La radio es un medio de maceración lenta y hay que tener bastante perseverancia para imponerse a la competencia. No porque los rivales de García Campoy fueran imbatibles, sino porque el tiempo suele hacer falta en la radio para todo el mundo.

Aquí te espero

Se ha dicho que la entrada de Concha García Campoy en la SER amplió la oferta radiofónica de las mañanas. Hasta ese momento la franja estaba copada preferentemente por espacios deportivos y musicales. Muchos compañeros de profesión coinciden en destacar este punto, resaltando su papel de pionera. Pero en este caso la leyenda reclama un pequeño matiz. Hubo algún precedente, como En días como este, un experimento radiofónico bastante original y provocativo donde ya andaba Javier Rioyo, coincidiendo con los tiempos más delirantes de la movida madrileña. Aunque también hubo otro programa después, más próximo en espíritu y estructura al que luego haría Concha en 1988. Cuando ella ficha por la SER, ya existe en antena un magacín de fin de semana. Hablamos de Aquí te espero, el espacio que lidera Ricardo Fernández Déu desde la emisora barcelonesa de RNE. En aquella época Fernández Déu era uno de los valores más brillantes de la radio pública y fue elegido por el director de RNE, el periodista Eduardo Sotillos, para el proyecto. El programa llegó a alcanzar una audiencia bastante notable: unos setecientos mil oyentes. Como curiosidad añadiré que tuve el placer de ser uno de sus dos guionistas.

Recordando aquel espacio con Iñaki Gabilondo, me dijo: «Yo no veo contradicción alguna. Estos programas recogían un espíritu de innovación que estaba en el aire. Lo que ocurre es que la SER era más avanzada que RNE y el programa de Concha llegó más lejos». Cierto. Su programa no tardó en imponerse en la franja matinal de fin de semana, como demuestra su millón largo de oyentes y el hecho de que se mantuviera en antena seis temporadas. Una vez más García Campoy había vencido. Treinta años después Gabilondo hace un balance casi definitivo: «Me parece una aportación extraordinaria desde el punto de vista radiofónico, porque Concha fue la primera en explorar a fondo las posibilidades del fin de semana. Y hacerlo con una originalidad desconocida».

A vivir que son dos días

¿Cómo fue esa aventura que contribuyó a ensanchar el perímetro de la radio española? Recapitulemos. A los pocos días de firmar el contrato, Concha empieza a perfilar el listado de colaboradores. A lo largo de su trayectoria profesional ésta será una de sus mayores virtudes: su capacidad para elegir a los mejores y formar así los mejores equipos. En este caso García Campoy ya ha logrado contratar a dos figuras de su máxima confianza: Lorenzo Díaz y Javier Rioyo. Así lo explicaba la presentadora: «Cuando me voy a la radio tengo claro que debo ir con ellos. Porque los guionistas radiofónicos son muy escasos, y yo sabía que tenía que hacer mucho y muy bien. Así que impuse la contratación de esas personas y, a partir de ahí, formé un equipo y nos salió todo redondo».

En esta fase la presentadora se desplaza a la población asturiana de Peruges, donde Rioyo tiene alquilada una casita. Allí hablan largo y tendido sobre el nuevo programa, junto a Lorenzo Díaz. Todos coinciden en la idea central del proyecto. El fin de semana es cuando el hervor de la noticia disminuye, cuando la gente necesita un respiro y se abre a la vida. Además, todos comparten ese espíritu carpe diem que encarna Rioyo, especialmente Concha, quien a raíz del trauma infantil interiorizó de forma inconsciente la fugacidad de todo, incluidas las cosas que creemos más sólidas. Hay que vivir al segundo, aprovechar el momento, pero desde el ocio de los días de descanso. Los weekends. En aquel refugio perdido, los amigos intercambian ideas e impresiones, un verdadero brainstorming que dará con el diseño del espacio, la sintonía, los colaboradores, ciertos contenidos, e incluso el nombre, tan difícil siempre, y que Rioyo propone como Nada que hacer. Este nombre, sin embargo, es rechazado por los comerciales y se busca otro. Al final será A vivir que son dos días. Una marca que ha durado con éxito hasta hoy.

Tras volver a Madrid, Concha prepara un bautizo a lo grande. Ha pensado abrir con una entrevista de oro, nada menos que al vicepresidente del Gobierno, poco dado a comparecer ante los medios salvo por deberes políticos. Alfonso Guerra aún recuerda aquel momento: «Ella me llamó y me dijo: “Mira, Alfonso. Voy a iniciar un programa de radio y tengo un interés enorme en que el primer entrevistado seas tú…”». El vicepresidente la escucha, ella da sus razones: «Primero porque tengo mucha afinidad contigo y segundo porque tú tienes mucha audiencia y a mí me haces un favor. Es el primer día y quiero que esto suba…». Alfonso Guerra acepta y a los pocos días tiene lugar la entrevista. El resultado es tan bueno que los micros echan humo, los oyentes lo agradecen, y se inicia una costumbre con ribetes de superstición. Cada vez que García Campoy se embarque en una nueva aventura profesional, llamará a Alfonso Guerra para que le traiga suerte. Treinta años después el viejo león socialista evoca las virtudes de su amiga, sentado en su austero despacho de la calle Ferraz: «Ella tenía una virtud como periodista que a mi juicio resaltaba sobre todo lo demás: era una persona que escuchaba a quien estaba entrevistando, le oía, y sus preguntas venían precisamente porque te estaba escuchando. Es muy habitual que te pregunten una cosa y que la siguiente pregunta sea más o menos lo mismo como si tú no hubieras dicho nada. La gente no se sale del guion, ella sí. Concha llevaba un guioncito, pero no era de hierro. Daba gusto hacer entrevistas con ella porque te escuchaba y se movía a tenor de lo que ibas contestando. Por eso la entrevista se convertía en una conversación. Nunca tuve la impresión de que aquello fueran entrevistas al uso sino conversaciones, y como además era una persona muy simpática y muy divertida, yo me sentía muy cómodo».

A partir de aquel hito, todo fue sobre ruedas. La gente sintonizó rápido con el espíritu de A vivir que son dos días. Acierta Gabilondo al indicar que el programa de Concha fue más lejos que Aquí te espero, entre otras razones porque en RNE no se habría aceptado fácilmente el perfil de los colaboradores que entraron en la SER. Son tipos pintorescos como Matías Antolín, un bohemio ingenioso y divertido, ácrata y probado comecuras; Perico Beltrán, «un puto genio» en opinión de muchos, poeta y guionista de cine, o Fernando Rodríguez Lafuente, serio y orteguiano, que luego sería director del Instituto Cervantes. Eso por no hablar de Eduardo Haro Tecglen, columnista lúcido y bilioso, y carbonario de primera generación. Entre las secciones más amenas del programa recordemos un concurso de cine que consistía en adivinar el título de una película a partir del fragmento de su banda sonora, o el Premio El Boniato, donde se elegía a la persona más torpe de la semana. En un guiño nostálgico, la sintonía era una cancioncilla de los sesenta, con el estribillo «Eres tonto, muchacho eres tonto». En opinión de Isaías Lafuente: «A vivir que son dos días fue una idea radiofónica que cambió y abrió los formatos de las programaciones: incisivo, crítico, divertido, ameno».

Todo ello contribuyó al éxito, sobre todo la vitalidad del espacio que tanto casaba con el espíritu de la época. Era el magacín de la nueva frontera. Parece claro que aquella propuesta matinal de García Campoy rompió esquemas. Como dice Gabilondo: «Ella introdujo los elementos de cierta heterodoxia formal. Aunque yo también me movía en la franja de la mañana, teníamos menos posibilidades de maniobra porque entre semana te jugabas muchísimo. Por eso mi programa era más rígido, más macizo. Pero Concha supo aprovechar el tramo horario que estaba en principio más abierto a los experimentos. Su programa trajo un elemento de hedonismo, frescura y modernidad que no existía». Evidentemente todo eso estaba en el aire —una nueva modernidad—, pero sólo se plasmó en la radio cuando ella llegó a la cadena SER. A partir de ahí hubo un reparto de roles que a distancia se nos aparecen así: Iñaki Gabilondo representaba un poco el clasicismo más serio; Javier Sardà constituía la modernidad técnica y Concha García Campoy, la modernidad sociológica.

Detengámonos aquí. Cualquier español informado sabe que aquél fue un período de grandes cambios y que la radio no fue precisamente ajena a la transformación imparable de la sociedad. De hecho, gentes como Gabilondo vivían cerca del núcleo de ese cambio y conocían bien lo que pasaba alrededor. Pero esta modernidad que estaba manejando la sociedad española tenía unas puntas que aún no habían llegado a las ondas. Incluso los locutores más comprometidos con ese cambio, como Gabilondo, no se movían en la espuma ni en las zonas vanguardistas de la sociedad. Tuvo que ser Concha García Campoy, con ayuda de sus guionistas, quien llevara todo eso a la radio. Se repetía así el patrón de su llegada a la televisión. Según Gabilondo: «La aportación de Concha fue extraordinaria porque hizo una radio en tecnicolor. Me refiero al tecnicolor de la nueva sociedad española. Y lo consiguió una vez más gracias a su presencia y a su credibilidad. Hasta ese momento todos aquellos personajes que invitaba a su programa pululaban por la calle, en otro mundo, pero nunca habían salido en antena. Por eso insisto en destacar su aportación sociológica».

Sí. La radio también es sociología, también es calle, también es historia. En los primeros años de la Transición, las emisoras más importantes habían registrado la llegada de unos personajes nunca vistos en la época de Franco. Sin movernos de la Cadena SER, sus locutorios dieron voz a miembros del exilio, como Santiago Carrillo o La Pasionaria, a líderes sindicales, a antiguos presos políticos, a asociaciones de vecinos, etc. Era el espejo de los nuevos tiempos. Pero diez años más tarde la democracia ya estaba plenamente consolidada y se añadieron otras figuras. Esos otros personajes no eran el mismo tipo de gente —y quizá no tenían la misma relevancia—, pero representaban sin duda otro momento álgido de nuestra historia. A las nuevas figuras del ámbito político se sumaron personas procedentes del mundo de la moda, del espectáculo, de la cultura o del pensamiento, las mismas que representaban el lado más innovador de la España democrática. Y fue Concha García Campoy la primera en darles voz.

La mirada divertida

Aquello no fue fruto del azar. Detrás del programa había algo más que el talento de una presentadora o el ingenio de unos guionistas. Había un modo nuevo de entender los medios de comunicación, y ese modo nuevo había sido propuesto por algunas figuras fundamentales. En opinión de Juan Cruz fue Juan Cueto quien dio el pistoletazo de salida. Conviene recordar que España se despertaba de una época bastante oscura. Se debía avanzar y recuperar lo perdido. En este marco histórico Juan Cueto propuso la idea de La mirada divertida. A su juicio había que mezclar las cosas: inteligencia, cultura, información, historia, pop, divertimento… Dice Juan Cruz que Cueto era un genio de las mezclas, algo así como un gran coctelero que reúne los elementos y consigue un nuevo sabor. Él fue el impulsor de una época en que todo el periodismo tenía el deber intelectual de hacer del oficio una mirada divertida. No es casual, por tanto, que su fórmula lograra seducir a figuras del entorno profesional de Concha, como Augusto Delkáder, Lorenzo Díaz, Daniel Gavela o Javier Rioyo. Todos ellos apostaban por esa fórmula mágica que ella llevó a las ondas. Pero como dice Juan Cruz: «Ella era la mezcla educada, sin alterar los componentes ni anularlos. Ella cristaliza eso en la radio. Fue el precipitado perfecto porque consiguió hacer una crónica de aquel tiempo. Es el tiempo en el que se rescata un periodismo muy vivo que ahora está en peligro, porque se ha extraviado en las redes sociales y que sólo busca el aplauso». Después de un año en antena, el programa de Concha no ha logrado imponerse a sus rivales. Pero se ha situado en el cuarto puesto del ranking, tras Los tres imbatibles, y gracias a su originalidad va a obtener los principales premios de la radio: el Premio Ondas, el Antena de Oro y el Micrófono de Oro. Nunca una mujer había llegado tan alto. El triplete.

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