Carlos Pumares: “Antena 3 Radio murió por exceso de brillantez”

Carlos Pumares

Rafael Cerro ha entrevistado para xyzdiario.com al siempre interesante Carlos Pumares, ex Antena 3 Radio, Onda Cero y Radio Voz. Reproducimos por su interés lo más destacado.



La radio española vuelve a estar aletargada, como cuando a principios de los años ochenta llegaron para despertarla Antena 3 y sus nuevas estrellas rutilantes. Un día de 1982 aparece tras un micro un tipo hipercrítico, increíblemente culto, que por las noches se cabrea y grita en antena. De repente, un extraño. Es Carlos Pumares, que denuncia todo lo que encuentra poco inteligente: “Empezamos cuando el mundial de España en el 82. Teníamos un programa de fútbol que, a diferencia de alguno actual, hablaba sobre fútbol”. Carlos cree que aquel programa de sapiencia sobre el cine y sobre la vida no sería posible hoy, en la era de los ordenadores y de las redes. En aquella época, el ordenador era él. De repente, un extraño.

P. Lo primero que capté fue que te gustaban mucho los coches, como a mí.
R. En la época en la que yo trabajaba, los compraba por ‘renting’. He tenido de todo. He tenido Mercedes, he tenido Volvo, he tenido Grand Cherokee. Incluso he tenido accidentes. Pero, desde que pasé al retiro, tengo un Opel Astra.

P. ¿Con qué motor?
R. ¿Y yo qué sé? El motor es una cosa que va dentro de algo como de lata, que se abre. Pero yo no lo abro nunca. Le doy a una llave y ¡run, run!, arranca.

P. Y has hecho en coche viajes larguísimos que cualquier otro habría realizado en avión.
R. Antes iba en coche a Berlín, a Venecia. Lo que la gente no sabe es que el festival de Venecia no es en Venecia, es en el Lido. Entonces, había que ir en ferri, con el coche. Hasta el Lido. Pero, ahora, ya voy en avión. Me gusta mucho el tren, pero ir a Venecia no se puede.

P. Usted y su espíritu hipercrítico. Comemos juntos y vuelve a gritarme que la tortilla de patata debe ser sin cebolla.
R. Verás: a una tortilla tú le puedes echar de todo: guisantes, pimientos, oreja de cerdo… Pero, si dices “tortilla de patatas”, solamente lleva huevo, patatas y el aceitito para freírla. Nada más.

P. ¿Por qué se le echa cebolla a la tortilla?
R. Después de la Guerra Civil que hubo en España (la siguiente está a punto de llegar), como no había huevos, alguien pensó en echarle cebolla para que diera jugo.  Ahí nació lo de echarle cebolla a la tortilla: por una carencia. Por eso, me chocó que tú pidieras tortilla con cebolla sin informarte previamente [se ríe a mandíbula batiente].

P. ¿Por qué no exige que le prepare lo suyo un cocinero concreto, igual que la gente elige médico?
R. Cuando vas a un restaurante grande, no puedes llevarte una lista de los cocineros que sí saben. Tienes que aceptar al que te toca.

P. ¿Está el mundo enloquecido?
R. Sí. Este que han elegido en Estados Unidos anuncia que va a poner un muro, pero tengo entendido que, al mismo tiempo, hay más mejicanos que nunca volviendo a Méjico.

P. Lo que aprendimos con Balbín…
R. Yo debo la vida que he tenido, que nunca pensé pudiera tenerla cuando estudiaba, a tres personas que me han ayudado. José Luis Balbín, que me lleva a La Clave.  Martín Ferrand, que hace absolutamente todo por mí cuando monta Antena 3 Radio. Y luego, Javier Sardá, que me abre las puertas de la televisión. Y llego a todos los sitios por casualidades. Incluso a Antena 3.

P. Lo que hiciste allí ¿se podría hacer ahora?
R. No. Polvo de estrellas no se podría ni pensar, porque está Internet. Yo no puedo ya mentir hablando sobre una película, porque saldría uno diciendo que eso no es verdad. El técnico me buscaba una música… pero no en el ordenador, sino en un cajón, porque eran vinilos. Manolo Martín Ferrand me preguntó: ¿Tú querías hacer un
programa de cine? Me colocó tras García y yo nunca protestaba, a pesar de que, cuando yo iba a entrar en antena, José María les decía a los oyentes “Ustedes ya tendrán que acostarse, estarán cansados”. Yo adoro a García, pero entonces pensaba “Y yo ¿qué hago?”. Tú lo oías, porque estabas en la emisora. Una noche dije solamente “buenas noches”, puse un disquito y adiós. Duró siete minutos el programa.

P. Pero todo el mundo estaba escuchando aquello. Nos reconocían en los bares por la voz.
R. Sí. Pedías un café con leche corto de café y, a ser posible, sin espuma y te contestaban, “Sí, señor Pumares”.

P. Como la noche en la que montó aquel cirio en Vips porque decía que le habían colocado la cucharilla atrapada debajo de la taza para darle menos café. Era una conjura…
R. Claro. También conseguí que un metre de Vips que llevaba calcetines blancos, un horror, me trajese una pizza de otro restaurante, Rugantino. Esas estaban mucho mejores y yo me comí la pizza de Rugantino en Vips.

P. Cuando entra al restaurante y ve al camarero con camisa negra y platos cuadrados, ¿cree asistir al advenimiento del fin del mundo?
R. Sí. O cuando lleva platos que son tablas. Ayer mismo, pido unas croquetas y vienen en plato alargado. Y les han metido debajo una pizquita de mahonesa. ¿Por qué? O protesto porque las croquetas de jamón no saben mucho y les ponen un poquito de jamón por encima, para darles sabor.

P. Croquetas con aditivos…
R. Sí, exacto: ¡Trocitos de jamón sobre las croquetas de jamón!

P. Hace décadas: estás haciendo tu vida de vegetariano y… te pillo en el bar devorando un entrecot tremendo.
R. [Se ríe con ganas]. No, realmente nunca he sido vegetariano. Amante de la vida natural y de la comida natural, sí. Pero con ese tipo de vida se puede tomar de todo.

P. Los de Antena 3 trabajábamos tanto que terminamos comiendo y cenando juntos.
R. Sí. Pronto, Antena 3 fue ampliando Polvo de estrellas hasta las cuatro de la mañana. Con Alberto Rull. Después, Alberto creció y me colocó al hermano, Jaime. Fue una cosa familiar, nepotismo puro.

P. Había programas de radio con un millón y medio de oyentes: ¿Cuándo se nota la ebullición de sentir que hay tantísima audiencia?
R. Cuando los de la SER se enfadan y deciden cerrarnos porque en FM había más oyentes que en onda media.

P. Lo de Antena 3 de Radio fue una muerte por éxito.
R. Sí: España es el único país en el que un producto puede morir por exceso de brillantez.

P. Sin embargo, ahora García se pregunta cómo pedimos que sean críticos a periodistas que simplemente están intentando llegar a fin de mes.
R. Exacto. El sistema laboral se permite prescindir de mucha gente brillante. Y lo que ocurre es que, en cuanto dejas de estar ahí, desapareces. No olvides nunca eso: desaparecemos.

P. ¿Por qué mandan los mediocres?
R. Porque son la mayoría. Y, cuando ya te han echado porque cierran, ¿adónde vas? Después de Antena 3, fuimos adonde pudimos: a Radio Voz y a Onda Cero.

P. Al entrar al ascensor de Radio Voz encontré los 23 botones apretados. Al fondo, contemplé cómo usted huía y se reía.
R. Bueno, hasta en las casas de vecinos pasa eso de los botones. En mi casa, que es muy grande, se descubrió que mucha gente llamaba a los cuatro ascensores para ver cuál llegaba antes. Hay un piso, el número trece, en el que está siempre parado. Yo creo que ahí hay un piso patera.

P. Pero ¿no habías sido tú el que había apretado los botones?
R. No, no… cómo iba a hacer yo eso. [Se ríe].

P. Ahora, todos los jefes de programas te dicen que tienen la parrilla resuelta… y todos están haciendo lo mismo.
R. Bueno, sí: es supervivencia. Luis del Olmo ha vuelto.

P. La mayor parte del presupuesto de los medios de comunicación se destina a sobrevivir, como dice Iñaki. Entonces, ¿podemos pedirles que sean críticos?
R. No. Aparte, lo que pasa es que el mundo ya había cambiado antes. Las televisiones privadas surgen cuando nosotros ya llevábamos bastante de Antena 3. Se vivía la radio. La gente se iba a la cama con un transistor. La cantidad de transistores con FM que se vendieron cuando empezó Antena 3 fue tremenda y la radio se escuchaba. Ahora, no se escucha la radio en casa. Yo la escucho en el coche.

P. En aquel éxito influía también la personalidad del locutor. Ahora, casi todos parecen clones.
R. Sí. El acierto de Martín Ferrand fue coger a personas normales, con poca o nula experiencia en radio, y darles un micrófono. Sacarle lo bueno a cada uno. Tú podías hacer un magnífico programa de coches y yo hablar de cine. Experiencia tenía solamente García, que venía de la SER.

P. ¿Quién fue el culpable de que el fenómeno de Fibergrán, el de la discusión con la señora, se hiciera globalmente conocido?
R. Tú. Yo lo dejo grabado y tú lo emites. Pero en un programa de motor. Fue genial, porque la señora llamó al marido y el marido era peor todavía. Hasta en la tele. Manel Fuentes lo puso en Crónicas Marcianas, pero mucho antes de empezar yo a ir.

P. Fue viral cuando ese concepto ni existía siquiera.
R. Sí. Lo de Fibergrán fue enorme, millones de visitas. Me pasó algo parecido en el festival de Sitges. En plena proyección, había una señora mirando el teléfono todo el rato. En un momento de silencio, le digo que apague ese vídeo, pero con una salvajada.

P. Aunque, seguramente, sería un epíteto…
R. Sí. El caso es que le digo aquella barbaridad en voz alta. Al día siguiente, me enseñan en un teléfono un titular que dice “El grito de Pumares, lo mejor de la película” y me dicen que mi salvajada está en Internet, pero por todas partes. Dos conocidos me comentan que ese sonido se debería poner en todas las proyecciones. No ha alcanzado a Fibergrán, pero lleva camino en la Red.

P. ¿Hay estupidez agazapada, infiltrada en nuestra sociedad?
R. Sí. Por ejemplo, en las grandes superficies, cuando ves que en alguna no está señalizada la forma de salir. O ¿por qué las grandes superficies no tienen ventanas? Es para que no veamos que oscurece, para que no dejemos de comprar.

P. ¿Alguna otra cosa que le llame la atención en el mundo del consumo?
R. Sí: si no hay dos melocotones iguales, ¿por qué sabe siempre igual el zumo de melocotón?

P. Qué diferencias hay entre las tertulias de ahora y aquella de Antena 3 de Radio con García-Juez, Carandell, Ortuño y De la Viuda?
R. Pues verás: lo que hay ahora es un programa que consiste en ponerse a caldo entre ellos y promocionar a quien no habría que promocionar. Cosas así, mientras lo de aquella tertulia maravillosa consistía en hablar con humor.

P. ¿Y sobre temas más normales?
R. Sí, de temas normales. Una vez se habló sobre un señor que se quería acostar con una señora casada con un bombero. El tipo provocaba pequeños incendios para que el marido se marchase y lograba encamarse con la mujer. Ese tipo de asuntos, con tíos ingeniosos como Carandell y compañía, daba un juego tremendo. Eso no cabe en las tertulias políticas de ahora.

P. ¿Qué es lo realmente inolvidable que has visto de cerca en los festivales de cine?
R. Lo realmente grandioso llegó una vez en Hollywood. Veo en el escenario del Dorothy Chandler a Elizabeth Taylor. Maravillosa, con un vestido que hacía juego con sus ojos de color violeta. Pasa a mi lado Paul Newman, que le da un beso a Liz. Aparece, taconeando junto a mí, Kathleen Turner. Tropieza y yo digo en correcto inglés: “La Turner”. Ella se vuelve y me pregunta “¿Español?”, yo le contesto que sí y sigue taconeando. Todo eso, a esa distancia, es la de Dios.

P. ¿Una sola escena de cine que también se le haya quedado grabada para siempre?
R. “Siempre nos quedará París para recordar”. Porque es una historia de amor fracasada, que no llegará nunca a buen término porque la vida los ha separado, pero sabemos que siempre les quedará ese recuerdo.

P. ¿El cine se muere?
R. No, el cine no se ha muerto. Lo que se ha muerto es el ir al cine porque hay otra diversión. Ahora están el teléfono, el iPad, la tableta… todo eso. El concepto de ir al cine sí se ha terminado. Hasta en Madrid han cerrado cines, en el centro. A veces me preguntan qué película pueden ver y les contesto: “Pues en el Corte Inglés, pero aproveche cuando haya rebajas, que dan un tres por dos”.

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