Yolanda Ordás (Onda Bierzo): «Si tuviera que dar marcha atrás, volvería a decidir trabajar en la radio»

Yolanda Ordás

En lanuevacronica.com leemos que nunca supo manejar un ‘no’ cuando le pedían que pregonara cualquier fiesta, porque reconoce que le gusta compartir sonrisas, aunque el cuerpo ya achaque los 85 años que lleva por bandera, con una memoria que clama ser escrita.
Yolanda Ordás ha puesto nombre a los programas de todas las festividades bercianas, menos a las de su casa, Ponferrada.
Subirse al balcón del Ayuntamiento para iniciar las fiestas de La Encina era una espinita que tenía clavada, una asignatura pendiente para la locutora de Onda Bierzo que ha puesto voz a 66 años de celebración.
Lo hace ahora, con la impronta de la edad, en la que no hay nada que esconder, aunque reconoce que siempre el escenario era «salir a la terraza de casa», pero con un «secreto» que compartía con Ignacio Linares su «querido compañero de vida y de trabajo», que lleva en el pecho y mira de reojo sin verlo.
«Es salir al escenario, decir una palabra y, por la respuesta del público ya lo conocías y sabías a qué te enfrentabas».



De palabras han llenado sus vidas Yolanda y el ahora desaparecido Ignacio, palabras con la mediación de un micrófono siempre entre ambos, uno más de la familia.
Tanto que tiene claro que sus opciones vida serían replicarse «si tuviera que dar marcha atrás y decidir qué hacer en la vida diría que quisiera trabajar en la radio».
Lo dice mirando al pasado y recordando todas las dificultades pasadas «teníamos todas las carencias», reconoce «los medios eran tan escasos que tenías que poner parte de tí en todo y eso era lo que salía».
Y se atrevían con lo que fuera, hasta grabar «novelitas». Lo hacían desde la Estación Escuela número 29 del Frente de Juventudes, después Radio Juventud «medio Ponferrada de los años 50, por no decir Ponferrada entera, estuvo en Radio Juventud», recuerda.
Fue Ernesto Fernández Vázquez, gallego de Chantada, responsable del Frente de Juventud, quien se encargó de dar vida a esa escuela de radio, al que considera que nunca se le ha recordado por aquella aventura que comenzó con un micrófono colgado de una cuerda y un Revox.

La radio se hacía en precario «y aún así, yo la sigo extrañando», dice. Los adelantos le parecen aburridos, porque marcan algo distinto «a mí me gustaban los momentos cosiendo radio».
Ahora «vamos demasiado deprisa y pierden encanto muchas cosas», sobre todo las que tienen que ver con los sentimientos «en la radio lloras si algo te emociona o ríes en un contexto dramático, pero nadie lo nota, porque tienes que saber mantener la solemnidad que las cosas requieren».
Lo aprendió todo de un Ignacio que fue el que la llevó a la radio por primera vez. Habían compartido colegio de monjas en La Puebla, aunque eso lo supieron después, cuando, más tarde se conocieron y él empezó a hacerla rabiar robándole los lazos del pelo «debía tener colección ya», recuerda con cariño.
Era Ignacio Linares Rodríguez, el hijo del Rubio el de las barcas. Quería que se le llamaran así, al completo, para que se le recordara por ser el hijo de esa atracción de feria de la que presumía.

Pero Ignacio y Yolanda y viceversa han salido de la radio para hacerse familia del Bierzo. La comarca lo ha hecho así y, reconoce Yolanda que «nuestra mayor felicidad fue cuando nuestras hijas nos dijeron que querían dedicarse a la radio».
Aunque se quejaban de que en casa no se hablaba de otra cosa más que de la radio, al final ellas también guardaban en secreto grabaciones de entrevistas que se hacían entre hermanas.
Recuerda especialmente a Zaira, que se fue demasiado pronto para dejar mudo un micrófono que Yolanda llena con caricias al cielo cada día.

Aquellos secretos de niñas se hicieron forma de vida, la que habían mamado en casa, desde una mecedora casi, atadas a la cintura de su madre que se dormía cantando nanas.
Eso después de sentarse con Ignacio al lado de la cama antes de dormir para ir rebajando aquel taco de folios con lo que era más popular en la radio, los discos dedicados.
«Éramos un servicio social, con el que se comunicaban las familias o los que solucionábamos problemas en los pueblos.
Todo era la voz de las emisoras locales», recuerda. Por eso le han faltado horas al día tras 30 años en Radio Juventud, después Cadena Azul y luego Radio Nacional, a los que se suman en sus venas 36 ya en la emisora que Luis del Olmo, gran amigo de Linares y de ella.

La Encina le ha dejado momentos como a un Paquirri torero envuelto en una manta «de las de la mili» porque se moría de frío con el reprís de principios de septiembre bercianos.
Isabel Pantoja estuvo «alojada» en su caravana, la de Yolanda e Ignacio, un transporte que les llevó por toda España y que tenía tatuado un lema “con ocho basta”.
Viajaban con sus cinco hijas y su suegra y fueron tales las vivencias en las fiestas que llegaron a vendérsela al Ayuntamiento.
Incluso, los amigos les decían que la canción tradicional de la ciudad debía cambiar su letra por «la virgen de la Encina quien la sacará… las cinco pimenteras de Yolanda Ordás».

Recuerda la pregonera unas fiestas de altura en la ciudad, con artistas de primera fila «y todos hacían parada y fonda aquí», mientras la radio sudaba trabajo «teníamos para varias semanas y adelantábamos las actuaciones que después había en Galicia.
Llegábamos casi hasta Astorga y ahora llegamos a todo el mundo, a través de internet». Ella ha visto ese cambio que ha dejado por el camino la máquina de escribir y ese sonido que le sigue erizando.
Para ella es música, y eso le atrae especialmente porque Yolanda, de no haber sido locutora de radio, hubiera sido pianista o directora de orquesta, algo que metafóricamente sí que ha sido.

Siempre quiso tener un piano y se iba a cualquier casa que lo tuviera para tocar, porque su madre viuda no podía costearlo. Esas cinco hijas que tuvo en siete años estudiaron música todas, una afición que ella también quiso pasar a sus siete nietos y a sus dos bisnietos… aunque parece que aún no se han enganchado…
Pero sí ve que la genética radiofónica podría dar a luz a la tercera generación «espero que me den una satisfacción antes de irme, aunque me mientan, que me digan que van a hacer periodismo», dice entre risas.
La llaman Ita sus nietos, con los que ha creado un vínculo familiar estrecho que ocupan también todos sus oyentes, esos a los que quiere empezar a decir adiós desde las ondas… aunque su voz no va a dejar de retumbar dentro de ellos.

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