Radio Nikosia (Contrabanda FM): dentro de la ciudad-ternura

Grabación de Radio Nikosia en Contrabanda FM

Resemantizar la palabra locura. Convertir el delirio en poesía. Ese es el propósito con el que trabaja la barcelonesa Radio Nikosia, una emisora realizada por personas con diagnóstico de problemas de salud mental. Para saber más sobre el programa de Contrabanda FM (actualmente inactiva en FM), nada como este reportaje de Claudio Moreno en yorokobu.es

Aunque se llama a sí misma emisora, Nikosia es en realidad un programa semanal emitido en Contrabanda FM y grabado los miércoles de 16 a 18 h. En cada sesión departen sobre un tema consensuado entre todos, y hoy toca la soledad; la soledad de las personas enfermas y de quienes no hemos sido diagnosticados aún.

El programa echa a rodar en una habitación empapelada de pósteres, con siete personas apretujadas en un espacio minúsculo, hombro con hombro. Empezaron siendo clandestinos y todavía conservan la esencia.

Luisa y Silvia
Llama la atención la libertad con la que entra y sale gente del estudio, no parece que exista un orden preestablecido. Solo el conductor del programa (Nacho) y la mezcladora de sonido (Lucía) conservan un sitio fijo. Fuera, algunos tocan la guitarra guiados por un chico voluntario. Parece una fiesta. Les miro. En ese momento se me acerca una mujer llamada Luisa y me pregunta si quiero entrevistarla. Le digo que sí, ella me conduce a la cocina y me pide que no le haga preguntas muy difíciles porque, de lo contrario, no sabrá responderlas.

—Vale, hablemos de cómo has llegado hasta aquí. ¿Qué trastorno tienes?
—Las etiquetas son para la ropa.

Bien; en adelante no volveré a preguntar diagnósticos. Luisa cuenta que entró en Nikosia gracias a que la llevó una pareja de su antiguo centro de día. Inicialmente le sorprendió el espíritu combativo de la radio, el hecho de que fueran antipsiquiatría, pero con los años el romanticismo de la revolución clínica ha perdido posiciones en su lista de prioridades. Ahora pertenece a la familia nikosiana porque se siente acompañada y valorada, cosa que no es habitual:

«La radio sirve para concienciar a la sociedad de que somos válidos, de que no estamos enfermitos con la mirada fija en el techo. Hace poco se me ocurrió la brillante idea de contarle mi diagnóstico a una vecina y resulta que lo ha largado por todo el barrio. No me gusta ni un pelo. Yo puedo estar hablando con una persona sin que esta note la enfermedad mental, y si la nota, ¿qué problema hay? La semana pasada, una señora con la que jamás había hablado se me plantó a cinco centímetros de la cara, me miró de arriba abajo y me dijo: pues yo te veo muy bien».

La anécdota de la señora descarada cierra la charla con Luisa, que se pierde entre la gente del salón. De esa amalgama emerge ahora Silvia, una compañera de 50 años con la que hablo de sus comienzos en la emisora: «Yo llevo más de 10 años en Nikosia; llegué aquí porque me gustaba escribir y en mi hospital de día me sugirieron que les contactara. Les busqué y les llamé, pero no hubo manera de dar con ellos. De pronto un día, en una fiesta, una amiga me dijo: mira, los de Nikosia. Recuerdo que fui hasta Martín y le pregunté si le gustaban los Bee Gees, porque a mí me encantaban; entonces él se acercó y me susurró la letra de Word’: “Smile, an everlasting smile, a smile can bring you near to me…”» .

Martín
Todavía no le he visto entrar en el estudio. Lleva toda la tarde charlando en el taller de guitarra con unos y con otros. Sé que es el fundador de Nikosia porque me lo ha contado Silvia, pero yo hubiera dicho que es un voluntario. No parece entrometerse; está en la sala, sin más. Nos cruzamos en el pasillo y le pido conversar, a lo que me responde con un gesto medio desganado. Luego hablará largo y tendido.

—¿Por qué montaste Radio Nikosia?
—Cuando llegué a Barcelona ya había tenido lugar la reforma psiquiátrica. No había hospitales de reclusión perpetua, pero todavía encontré una especie de muro que algún compañero llamó «el muro de metacrilato», ese que se construye a tu alrededor desde el momento en que eres diagnosticado. A partir del momento del diagnóstico pasas a ser un enfermo en cada uno de los espacios por los que transitas; es una etiqueta que te desautoriza socialmente. Entonces dijimos: armemos un contexto de posibilidad donde uno pueda ser libre y no tenga que estar pensándose permanentemente como enfermo.

—¿En qué estado emocional llegan las personas que acuden a vosotros?
—Nosotros decimos que trabajamos con aquello que el sistema de salud mental termina destruyendo, que es la identidad. Cuando alguien asume la enfermedad como única realidad posible sobre sí mismo, acaba profundamente derrotado. Es la consecuencia de una subjetividad colonizada por esa lógica de que, ‘como soy enfermo, no tengo nada que decir’. La mayoría de personas entran en una carrera de paciente, donde todo el mundo se relaciona con ellos/ellas desde ese lugar de eres un enfermo mental, cuidado; y no solo eso, además presuponemos que esa persona está siempre en un estado delirante.

—Deducimos su comportamiento a partir del diagnóstico.
—Hay psiquiatras que están trabajando sin diagnóstico porque son conscientes de la violencia social que este trae consigo. El diagnóstico se transforma en el primer elemento de estigma. Eso no quiere decir que uno no asuma un sufrimiento y una dificultad, una cierta fragilidad también derivada de procesos de vida. Sin embargo, la idea es encontrar otras palabras, otra forma de explicar qué es lo que uno ha pasado. Si no ayudamos a las personas a construir un cierto sentido alrededor de su sufrimiento y solo las diagnosticamos y las medicamos, estaremos generando una sensación inmensa de desamparo.

Martín es una fábrica de ideas. En su discurso hila conceptos psiquiátricos con análisis sociopolíticos con repaso de la actualidad, como el reciente programa de Salvados sobre depresión, al que considera peligroso: «Este programa sugiere que es un problema estrictamente biológico derivado del despiste de los neurotransmisores, y eso invisibiliza toda la dimensión social, cultural y existencial. Al final parece que la única manera de curar las depresiones profundas es a través del injerto de una serie de electrodos en el cerebro. Eso es muy bestia».

Jordi y Aitor
Cuando salgo de hablar con Martín (estábamos en una salita frente al estudio) tropiezo con Jordi y Aitor, los dos chicos más jóvenes del sitio. Les veo juntos desde que he llegado; sospecho que Aitor, muy tímido, no se separa de su amigo. Charlamos un momento antes de que vuelvan al estudio.

—¿Cuánto tiempo lleváis en Nikosia?
Jordi: Yo llevo casi desde el principio. Entonces era solo una radio, pero Nikosia ha crecido y ahora tiene muchas ramificaciones. Tiene lo que llamamos Red sin Gravedad, que son una serie de talleres en centros cívicos de toda la ciudad. Por la estructura de Nikosia han pasado más de 600 personas. En este momento hay unas 120.

(Alrededor del proyecto se ha creado una sociedad sociocultural con una junta conformada por personas con diagnóstico y un equipo técnico de cuatro profesionales. Toda esa estructura la financian mediante subvenciones, premios, talleres y una cuota de socio de 50 euros al año).

Aitor: Yo vine hace muchos años y lo dejé; ahora llevo unos pocos meses. Aquí socializas un montón; dejamos de ser pacientes y somos amigos.

Jordi explica que las personas diagnosticadas con alguna enfermedad mental están muy solas por culpa del estigma, y yo recuerdo aquello que me dijo Luisa hace poco más de una hora: puedes estar hablando con ella y no percibir trastorno alguno. Es cierto. Con Jordi y Aitor ocurre lo mismo, por eso no veo cómo les pueden colgar la etiqueta.

Jordi: No es evidente en lo más tangible; en la forma de hablar no se ve. Pero nosotros vamos perdiendo a la gente porque ellos consiguen cosas y nosotros nos quedamos atrás. No conseguimos acabar los estudios, no trabajamos, no tenemos hijos. Tenía una amiga que decía que éramos millonarios en tiempo. Eso sí es verdad.

Aitor: Hay una parte en la que quizás seamos afortunados. Yo he conocido cosas que de otra manera no hubiera conocido. He abierto mi mente, me he quitado de tapujos y prejuicios que igual, si hubiera tenido una vida más estandarizada, seguiría conservando. No tienes que avergonzarte de lo que eres. Yo soy Aitor por encima de todo, no la etiqueta que me ha puesto el psiquiatra.

Lucía, Marcos y Nacho
Quedan 10 minutos para que acabe el programa. Lucía, que ha dejado pinchada una canción, sale del estudio y me pregunta si quiero aportar algo sobre la soledad. Le digo que me da vergüenza. Mentira, en realidad temo no estar a la altura de la conversación. Antes he entrado un segundo y les he visto hablando de Nietzsche. No es broma. Prefiero esperar a que acabe la emisión. Cierran con una reflexión de Luisa y unos aplausos. Vacían el estudio. Mientras la mayoría se despide, Lucía, Marcos y yo nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina. Luego se unirá Nacho. Les pregunto quiénes son. Tardan un rato en contestar:

Lucía: Yo soy psicóloga y soy miembro del equipo de coordinación de Nikosia desde hace casi ocho años. Además de psicóloga, estoy metida en movidas feministas, soy familia, soy amiga, soy pareja…

Marcos: Yo soy el nuevo presidente electo de Nikosia y tengo 44 años. Prefiero llamarme coordinador a decir que soy bipolar; ¿soy eso?, ¿estoy aquí por eso? Probablemente. Si no tuviera un diagnóstico, no estaría aquí, eso es verdad. Hay algo que nos une, no vamos a negar que pasan cosas. Compartimos un dolor y un sufrimiento, compartimos un diagnóstico dado por los médicos y la carga que representa eso en nuestras vidas.

Lucía: No es casualidad que no sepamos cómo definirnos. Nikosia es un espacio en el que tendemos hacia la complejidad. Prácticamente todos los espacios que proponemos son lugares en los que compartimos nuestras diversidades.

Marcos: Esto lo concebimos a modo de herramienta política organizada para cambiar, por ejemplo, que solo seamos vistos como personas enfermas. Luchamos políticamente para ser oídos. Para que, si tenemos una propuesta de hacer un taller, no venga alguien a decidir por nosotros.

Lucía: Visibilizar la fragilidad de la persona también es un acto político, pues el hecho de sufrir nos equilibra. Hay personas que sufren más en un momento determinado, pero todos sufrimos, todos somos vulnerables y necesitamos ponerlo en común, porque esa posibilidad nos saca de la soledad de tener que sentirnos responsables individualmente de lo que nos pasa.

Según un informe elaborado por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), España está a la cola de la Unión Europea en número de psiquiatras por habitante: 10,5 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. ¿Necesitamos más?, ¿qué opináis de la psiquiatría?

Marcos: Creemos que demasiadas vecen achacan a la química cuestiones que tienen que ver con un tema social. Todos los psiquiatras no son malos, pero quienes solo tienen la mirada de medicar se están equivocando. Con química no te curas; puedes calmarte, pero el sufrimiento está ahí.

Lucía: Cada persona es absolutamente compleja, no solo por la historia de su propia vida, sino por sus generaciones anteriores, la sociedad en la que vive, el momento político y el cultural, etc. Que la respuesta a una tristeza profunda sean electrodos, medicación y la buena suerte de poder pagarte una terapia es una solución individualizante a ese problema que han llamado Epidemia del siglo XXI. Pero si lo llamas epidemia, hablas de algo general y no se trata de eso. Si yo sufro, voy a sufrir de una manera diferente a la tuya.

Nacho: Yo creo que se busca un modelo común de comportamiento, y cuando te sales de ese modelo, te administran medicación. Por eso hay tanto abanico de enfermedades, porque cuando alguien escapa al modelo de clínicamente sano, le medican. Si tiene un sufrimiento extremo, debe volver a esa normalidad. Si tiene un delirio, debe volver a la normalidad. Muchas veces pasa que vas al médico y dice: este tiene un discurso tal, esquizofrénico. No pregunta qué te está pasando. Es como una fábrica: entras en el psiquiatra, te metes en el molde y lo que sobresale, pastillita.

Lucía: Y habitualmente ni siquiera se trata de depresión. En esta sociedad, en general, le tenemos mucho miedo al sufrimiento y a la angustia. Hay gente que dice que tiene ansiedad cuando en realidad lo que siente es angustia. No sabemos reconocer esa angustia y no sabemos que la angustia es útil, porque llega para decirnos que estamos pasando por un proceso que requiere toda nuestra atención.

Marcos: Muchos no se dan cuenta del dolor que nos generan al preguntar por lo que nos pasa. Yo no puedo estar dentro del molde, es así. Mientras no se entienda que la locura es dolor, vamos a ir mal.

—Y cuando os hablan de curaros, ¿qué pensáis?
Nacho: Nadie se cura, nadie en general; no existe curación. Es la sociedad misma la que genera el sufrimiento. Hay parches que hacen que te adaptes mejor a esta sociedad, pero no hay curación posible, porque mientras esa persona se pone el parche, otra está cayendo justo al lado.

Marcos: No se puede tratar como un resfriado. ¿Curar qué? No es una apendicitis. No funcionamos así. Por otra parte, ocurre que cuando tienes un diagnóstico, cualquier tipo de sufrimiento mental debido a, por ejemplo, un divorcio, una pérdida, lo que sea, pasa a ser un dolor derivado de ese diagnóstico. Pero ¿y si mi problema viene provocado por un despido injusto? ¿Y si mi sufrimiento es exactamente igual que el tuyo?

—¿Qué se os viene a la cabeza cuando pensáis en Nikosia?
Marcos: Para mí, Nikosia es una pequeña ciudad en la que podemos vivir bien, un lugar que además funciona como un puente para poder manejarnos en otra ciudad más grande en la que a veces nos cuesta sobrevivir. Nikosia nos ayuda a cruzar, y cuando uno se siente frágil, puede volver para reconfortarse y seguir luchando por una vida mejor.

Lucía: Diría que son un conjunto de espacios de calidez y de ternura, y no lo digo desde un punto de vista naif. En Nikosia caben las pequeñas cosas que muchas veces se quedan sin sitio para que aparezcan: el temblor de un ojo, las palabras inseguras, un grito y un susurro; la verborrea y la escasez de palabras. Todas esas diferencias pueden aparecer y estar cómodas en esta ciudad.

Marcos: Aquí los raros no existen.

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