Nuevo libro sobre la Radio Euzkadi de Venezuela

Radio Euzkadi

Iban Gorriti escribe en noticiasdegipuzkoa.eus que a fin de contrarrestar las mentiras del régimen totalitario de Franco y poner voz al silencio de aquello que el dictador no quería contar, entre los años 1965 y 1977 emitió desde Venezuela la estación clandestina Radio Euzkadi. Miembros de EGI (Euzko Gaztedi Interior) consiguieron ponerla en marcha en unas cabañas en la selva venezolana, a 60 kilómetros de Caracas. Vigilando y operando ese precario dispositivo estuvo durante esos doce años un antiguo gudari, Ixaka Atutxa, “hombre recio donde los hubiera”, valora el escritor Koldo Anasagasti. Natural de Galdakao, se ofreció a proteger, incluso con su propia vida, la emisora que hacía llegar al mundo, cada día, “la voz de la Resistencia Vasca”.



Isaac de Atutxa y Barrenetxea –como firmaba en las nóminas del ejército vasco– fue el combatiente número 32.784 de esta organización jerarquizada. Llegó a ser teniente de gudaris en la primera compañía del batallón Ibaizabal, unidad perteneciente al Euzko Gudarostea, y decimoquinta del Euzkadiko Gudarostea, adscrita a la disciplina del PNV.

Clandestina. Radio Euzkadi, un irrintzi desde Venezuela (editorial Círculo Rojo), el nuevo libro de Koldo Anasagasti (Cumanamá, Venezuela, 1954) tiene a Atutxa como protagonista. El salón de Sabino Arana Fundazioa acogerá el jueves su primera presentación (19.00 horas). “Ixaka, a quien entrevisté en 1981, fue un hombre recio, echado para adelante, iletrado y totalmente entregado a la causa. Sin miedo a nada”, destaca Anasagasti, quien recuerda que después de luchar como gudari, ser detenido y pasar tres años en las cárceles de Franco, se sumó a las Brigadas Vascas que lucharon en la II Guerra Mundial en Francia con el sueño de aún poder liberar aquella Euzkadi del yugo franquista.

El PNV confió en un hombre que dilapidó una y otra vez todo su dinero y que poco antes de la puesta en marcha “estaba por las calles de Caracas en la indigencia”. Hasta entonces había trabajado cortando árboles en los montes vascos y vio Venezuela como un país de oportunidades. Aficionado a la bebida y las apuestas, ganó “mucho dinero en una de ellas”. Con aquel capital en el bolsillo abrió una carnicería en Caracas, hasta que su mal hábito del alcohol le causó quedarse sin clientela y acabar peor.

En ese momento, Jokin Inza –con el apoyo de Joseba Rezola– le propone hacerse cargo del cuidado y la vigilancia de la clandestina Radio Euzkadi. Viviría solo en plena selva. “Aceptó con tres peticiones: gallinas, gatos y un perro. Las primeras para avisar de los peligros de alimañas de la zona, los gatos para que se comieran a estas, y el perro para hacerle compañía”, pormenoriza Anasagasti.

Una vez aceptada la propuesta, se imponía la discreción. Cobraría 800 bolívares al mes y le proveerían de un machete y una escopeta. Ninguna persona fuera del grupo debía conocer su ubicación, por eso se referían a ella con el nombre de La Txalupa, para hacer ver que estaba situada en una embarcación en alta mar, y llamando Macuto al lugar físico donde se hallaba, haciendo referencia realmente a Santa Lucía. “Tenían un lenguaje encriptado para que no fueran descubiertos. De hecho, cada día se emitía una cinta que grababan en estudios de Caracas. Denominaban a la cinta talo. El libro Clandestina es una gesta real, narrada en forma novelada”, explica el autor.

Los primeros tiempos fueron muy duros para Atutxa. La soledad le pasaba factura. Por ello, el grupo EGI decidió visitarle todos los sábados y hacer una barbacoa con él. “Iban cinco o seis personas y cocinaban carne, mero, arepas… Y para él era un día grande en el que acababan jugando a mus”. Esa compañía regeneraba su ilusión. Entre semana, se acercaba al pueblo de al lado, a siete kilómetros. “Allí bebía sus cervezas y, cuando podía, iba de putas. En alguna ocasión, su Jeep cayó por un terraplén. Aunque con el paso del tiempo se redimió y la cosa fue a mejor”.

Atutxa se prometió a sí mismo que no volvería a su patria de nacimiento hasta que no muriera Franco. Y lo cumplió. Retornó en 1977, y vivió en el hogar de dos hermanas solteras. “Allí estuvo a cuerpo de rey”. En aquel tiempo, tramitó los documentos necesarios para cobrar la pensión por su lucha con el ejército vasco. Ixaka fue miembro del PNV, de Jagi Jagi y en la escisión del primero pasó a militar en EA. Nacido el 11 de abril de 1913, falleció el 26 de abril de 1993.

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