Nieves Concostrina. Madrid, 1961. Periodista y escritora de libros de divulgación histórica, casi siempre orientados a la desmitificación y siempre de ventas ‘cienmilenarias’. El último de ellos es Pretérito imperfecto (La Esfera de los Libros). La ha entrevistado Luis Alemany para El Mundo con foto de Olmo Calvo.
LA – El otro día vi a una vecina con turbante. Me explicó que está en quimioterapia y me habló de su enfermedad con mucha naturalidad. Sospecho que esta conversación, hace 20 años, no hubiese existido.
NC – Claro, porque hemos aprendido a hablar como adultos de la enfermedad y también de la muerte, que ha sido mi tema tanto tiempo. Hablar como adultos significa asumir que tenemos caducidad, que nos vamos a morir y que, por tanto, lo mejor que podemos hacer es vivir con generosidad.
LA – ¿Cómo cayeron esos tabús?
NC – Cayeron porque hay mucha más gente laica de la que se cree. Antes, las cruces en las esquelas se daban por hechas. ¡Me acuerdo de que las cremaciones parecían una transgresión! La religión se había apoderado de la muerte y había impuesto sus ritos. A medida que rompimos con ellos, pudimos afrontar la muerte con naturalidad.
LA – Imagine que está en una fiesta, que le presentan a alguien que no sabe nada de usted y que le pregunta a qué se dedica…
NC – … Y yo respondo: soy periodista. Y entonces me pregunta: ¿en qué medio trabaja? Y respondo: donde me dejan. Donde me dejan trabajar en libertad. Hago libros, salgo en la radio, ando en una revista sobre la muerte. Y entonces me preguntan: ¿cómo ha dicho? ¿Sobre la qué…?. Esa cara me la llevo encontrando desde que fui a Radio 5 y les propuse hacer un quesito sobre la muerte. Con la muerte todo el mundo quería echar balones fuera, hacer como que no existía. Y luego llegaban los problemas. «Si incinero a mi padre, ¿cómo sé que las cenizas no son de otro señor?». Cosas así.
LA – Y de la muerte, pasó a la Historia.
NC – Pero no soy historiadora. Soy una periodista que lee a los que saben y que busca el conocimiento que está ahí, ya está escrito. Mi trabajo lo veo como una forma de desenmascaramiento, un quitar la careta. Por ejemplo, cuando nos hablan del amor de Alfonso XII y María de las Mercedes, ¿por qué no conocemos las mil amantes que tuvo él, su afición a la pornografía? Pues ése es el camino que lleva hasta las «amigas entrañables».
LA – ¿Vio el vídeo de Santiago Abascal a caballo, como si estuviera en la Reconquista?
NC – Lo vi. ¿Qué puedo decir? No soy muy partidaria de dar cancha a estas cosas, ni siquiera para criticarlas. Lo que me huelo es que no hay mucho conocimiento histórico detrás de mensajes así. Es como el brindis del capitán Acuña que ahora tiene éxito. ¿Qué saben los que lo repiten de los tercios de Flandes? No creo que mucho. Ni del capitán Acuña, que es un personaje de teatro, ni de los Tercios, ni del origen de la bandera española que tanto les gusta.
LA – Yo leí alguna vez la historia de la bandera de España pero no me acuerdo bien.
MC – Nació en un despacho, en un concurso convocado por Carlos III. La bandera anterior era azul y blanca y no se veía bien en el mar. Así que eligieron los colores que más se veían: rojo y gualda. Al principio, dispuestos en franjas, como la bandera catalana. Claro, no es una bandera que naciera de una revolución, la gente no muerde por ella.
LA – ¿Mide más las cosas que dice o escribe?
NC – No, porque cada pasito atrás que dé dejará espacio para que lo ocupen otros. En RNE a veces se ponen nerviosos, me dicen que me van a denunciar. Estamos todos muy arrugados.
LA – Todo el mundo odia escuchar su propia voz grabada. ¿Usted también?
NC – Yo me oigo y pienso que soy Manolo. En general, mi éxito en la radio se basa en el método de hacer todo al revés de lo que es correcto. Y eso incluye la voz. Mi primer técnico me dijo que es reconocible, que es muy buena. Pero yo me oigo y pienso: Manolo.
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