21.11.2025.- Scherzo.es publica que el principal director invitado de la OCRTVE, el danés Thomas Dausgaard, fue el elegido para conmemorar el 60º aniversario de Radio Clásica con un programa de música nórdica protagonizado por la música del finlandés Jean Sibelius y el danés Carl Nielsen. El lunes 22 de noviembre de 1965, festividad de Santa Cecilia, es la fecha que se toma como referencia fundacional de la emisora que hoy conocemos como Radio Clásica, denominación que asumió en 1994. Sesenta años de historia que se gestaron antes de 1965 cuando la emisora RNE en FM que dirigía Pepe Palau comenzó a emitir —en 1957, solo en Madrid y a partir de 1959 y 1960 también en Barcelona y Valencia, respectivamente— un programa de música variada que duraba cuatro horas. En el año 1965, la emisora pasó a llamarse Segundo Programa de RNE y así siguió hasta que en 1981 volvieron a cambiarle el nombre rebautizándola como Radio 2 FM. Entre 1989 y 1994, el nombre cambió a Radio 2 Clásica. El resto es ya historia de la radio en España. Por ella han pasado numerosos directores que desempeñaron su labor con mayor o menor acierto: Enrique Franco, Arturo Reverter, José María Quero, Miguel Alonso, Adolfo Gross, José Manuel Berea, Fernando Palacios, Ana María Vega, Carlos Sandúa, Jon Bandrés y, actualmente, Eva Sandoval.
Para la ocasión, el director Thomas Dausgaard eligió la Suite Lemminkäinen que Sibelius compuso en 1895 y la Sinfonía nº 4 que Nielsen concluyó en 1916 con la Gran Guerra de fondo. Dos obras separadas por veinte años, aunque Sibelius volvería a revistar Las cuatro leyendas —nombre por el que también se conoce esta suite— en 1897 y 1939, ya muerto Nielsen. El primer concierto de la sexta semana de abono de la temporada In crescendo —la OCRTVE toca los jueves y viernes— comenzó con un Thomas Dausgaard saliendo al escenario con paso firme y seguro, antelación de lo que iba a ser la interpretación de un programa dificilísimo de música nórdica que Dausgaard dirigió sin batuta, con el gesto anticipado de sus manos.
En 1895, Sibelius tenía treinta años y llevaba casi tres casado con su mujer Aino. Había estado trabajando en una ópera de corte wagneriano basada en la epopeya finlandesa Kalevala que finalmente desechó y reconvirtió en la Suite Lemminkäinen que consta de cuatro poemas sinfónicos o leyendas: Lemminkäinen y las doncellas de la isla, Lemminkäinen en Tuonela, El cisne de Tuonela y El regreso de Lemminkäinen (ese fue el orden en el que sonaron y no en el que ponía en el programa de mano).
El primer poema comenzó con el sonido lejano y misterioso —muy bien dosificado por Dausgaard— de las cuerdas al que pronto se se unió el canto meloso del oboe de Francisco Javier Sancho, quien estuvo espléndido durante todo el concierto. Luego, sobre una especie de bordón en las cuerdas, surgió una música alegre en el viento madera y flautas. Muy buen control del sonido por parte del maestro danés, con una orquesta que sonó equilibrada. Mención especial merece el ayudante de percusión solista Roberto Fernández Duro, quien demostró lo que se puede llegar a hacer con un bombo para que esta magnífica obra de Sibelius suene a leyenda, a saga… Fernández Duro acompañó a la perfección, con un control asombroso del volumen del bombo durante toda la suite y además se notaba que lo estaba disfrutando por las expresiones de su cara. Quienes quieran verlo y comprobar que quien escribe no exagera, tienen una segunda oportunidad hoy, en el segundo concierto de la semana.
En el segundo poema, que empieza con el suave sonido de los contrabajos en trémolo al que luego van sumándose «tremolantes» las cuerdas graves —primero los violonchelos, luego las violas— y que culmina con el sonido de las dos secciones de violines alcanzando un dramatismo misterioso que recorre la orquesta en un vaivén sonoro magistralmente controlado por Dausgaard: trémolos suavísimos de los violines y las violas, tensión sonora con pianissimi súbitos y con una orquesta que reforzaba el volumen y sonoridad como si una ola bañase el escenario del Teatro Monumental. Bravo por la sección de cuerdas: muy buenas respiraciones y un Javier Albarés que cerró el poema con el canto siempre hermoso de su violonchelo.
Seguidamente, llegó ese conocido «cisne de Tuonela» que representó el corno inglés —que ni es cuerno ni es inglés— en los labios y aliento de Ana Ruiz, muy aplaudida por el público al final de la obra y felicitada por algunos de sus compañeros. Dignos de mención son esos breves y delicados —quizás también melancólicos— diálogos en diagonal entre el corno inglés de Ruiz, el violonchelo de Albarés y el violín de la concertino Yulia Iglinova. La suite terminó con una música más viva, con cierta alegría de los metales terminando el viaje de regreso del sobrenatural Lemminkäinen, chamán y hechicero, al destino añorado. Dausgaard sacó lo mejor de la orquesta en esta monumental obra programática de Sibelius.
Después del descanso, llegó la Sinfonía nº 4 de Nielsen que no está articulada en movimientos por separado —el resto de sus sinfonías sí lo están—, sino en un continuo cuyas cuatro secciones —Allegro, Poco allegretto, Poco adagio quasi andante y Finale— se atacan súbitamente. Quizás de ahí venga el apodo por el que se conoce esta sinfonía: «La inextinguible». Ese algo inextinguible era, según Nielsen, la voluntad de vivir—recordemos que la compuso en plena Primera Guerra Mundial—: la vida es tan inextinguible como la música. Sin embargo, esta sinfonía no pretende ser música programática en absoluto. Dausgaard salió al escenario, raudo y decidido, y en cuanto subió al podio no dio ni un segundo de respiro: atacó la obra haciendo honor al «attaca súbito» dirigiéndola de memoria y, de nuevo, sin batuta. El orgánico de la orquesta varió un poco respecto a la primera parte del concierto, aunque Albarés siguió como violonchelista principal: sus intervenciones en el primer movimiento fueron igual de conmovedoras que en la suite de Sibelius. En el segundo movimiento Dausgaard controló el sonido creando unos fabulosos pianissimi en las cuerdas primeras. Buenos también los pizzicatti. Ese control de la sonoridad creando atmósferas tan delicadas sobresalió en los trinos de las cuerdas, terminando el tercer movimiento, sobre los que sobrevuela la serena y suave melodía del oboe que da paso súbitamente al Finale. ¡Y qué final! Para los muy entendidos en música nórdica, Dausgaard demostró un dominio absoluto de la obra de Nielsen. Y el duelo de timbales entre Rafael Más y José Luis González con la orquesta a pleno pulmón fue épico. El público, no muy nutrido este jueves, lo agradeció con una ovación que sonó un tanto desangelada. La interpretación de la orquesta fue memorable.
Una espléndida conmemoración musical de los 60 años de Radio Clásica. Lástima que no hubiera representación de la emisora que promueve la cultura y la música clásica entre el público. Quizás hoy, viernes, acudan y no brillen por su ausencia.
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