Marisa Carrillo de Albornoz, la voz de la radio sevillana en los 70’s

Marisa Carrillo De Albornoz

Felix Machuca desde ABC Sevilla le ha dedicado estas lineas:
Mientras las muñecas de Famosa se dirigían al portal, una voz única, pasada de partitura, melodiosa y atildada, le decía a la Sevilla de los setenta desde la radio: «lo digo yo, lo dices tú, el mejor café, Catunambú». Era la voz inconfundible, señorial, musical y con todas las eses en su sitio de Marisa Carrillo de Albornoz y Amorós. Un nombre de oro en la memoria de aquella generación que la seguía en Radio Sevilla, naturalmente… Allí recaló tras dejar Magisterio, pasar por Radio Vida y sin ninguna urgencia gastronómica como puede desprenderse de las medidas de sus apellidos. Le sobraba voz para mandar en un palio. Y tenía cuerpo para que se arañaran las caras para arriba algunas de las cinematográficas del momento.



El maestro Sánchez Araujo la recuerda como una novia que salía de casa preparada para ir hasta el altar. Rosa la telefonista, aquella presencia superlativa que te encontrabas nada más entrar en Radio Sevilla, la rememora como una grandísima amiga de sus amigos. Mariano el del Donald, donde ella tomaba café para mortificación de algún escritor taurino, fluvial y mozo, como una mujer fina, elegante, guapa a reventar y de la que todo el barrio estaba pendiente.
En realidad de ella estaba pendiente Sevilla entera. Que seguía sus programas en Radio Sevilla con lealtad absoluta. Aquella radio, más cerca a la de cretona que a la que se puso las pilas con la transición, reunía en su nómina un elenco de voces que mandaba a por Bisonte al orfeón donostiarra. Voces hechas en la fragua de la normativa de una radio en la que importaban más cómo se decía que lo que se decía. Voces como las de Rafael Santisteban, Manolo Bará, Pepín Cuesta, Elvira Velasco, Pedro Deglané, Humberto Gazio, Pepe Sollo… Marisa le dio su voz y su personalidad a programas de entretenimiento, a publicidad guionizada y a interpretaciones de radionovelas del cuadro de actores de Radio Sevilla. Lo mismo te ponía al día de unas inundaciones en la Alameda, que anunciaba el «Oro blanco» o interpretaba a doña Inés en el Tenorio de las radionovelas. Con aquella voz y aquella estampa parecía lo que era: una reina que llegaba a la radio y se marchaba de ella en el mismo taxi que la trajo. Manuel Alonso Vicedo le dio un 30 de octubre de 1967 el primer informativo de corte moderno: «Sevilla 13.30», que lo condujo junto a Juan Bustos. Pero también fue productora y copresentadora de «La hora de Pepe da Rosa», compartió micrófonos con Pedro Deglané en «La pasta gansa» que patrocinaba Cobreros y, con Pepe Fernández, hicieron la radio fin de semana de tiempos que empezaban a no ser los suyos.

Los suyos fueron los de una Sevilla que paseaba avenida arriba, avenida abajo para recalar en el Coliseo España, escuchar a Gracia Montes en el teatro San Fernando, pegarse una voltereta de confesionario en El Traga o escuchar alguna rumbita en El Siete Revueltas donde las niñas de Galerías Preciados picaban para divertirse. En esa Sevilla, fronteriza entre dos maneras de ver la vida, empezaba a irrumpir otras formas y otros gustos. Pero la reina permanecía imperturbable, por encima de modos y modas, señorial e imperial, educada y portentosa. Y promocionaba en sus programas a gente que empezaba a romper: Rocío Durcal, Raphael, Marisol. Más de una vez la policía de entonces, que no pedía ni por favor, tuvo que poner orden en González Abreu porque la cola llegaba de un extremo a otro de la calle, fans alucinando en technicolor porque en Radio Sevilla estaba con Marisa Carrillo pongamos que su íntima amiga, Rocío Jurado.
El programa se llamaba «Ronda del domingo», era cara al público y el único vértigo que se padecía en el estudio era el de haber encontrado sitio para vivir un domingo inolvidable con Marisa y Manolo Bará. Dicen que, en cierta ocasión, Marisa Carrillo dio la temperatura de un frío día de invierno como si esto fuera La Habana. Veintiocho grados marca el termómetro fuera de nuestros estudios. Bromas de compañeros. Uno, cualquiera, calentó el termómetro exterior por el que se guiaban los partes de la temperatura. Pepe Fernández le dedicó un artículo post mortem que tituló «La voz que endulzó la radio de Queipo». Cuando su estrella dejó de alumbrar se fue a su casa, quizás recordando sus mejores días, cuando era la reina de las ondas locales y en el Donald los pretendientes cuadraban sus horarios para pagarle el café. No obstante, el amor le entregó una rosa con demasiadas espinas. Pero quizás no tan envenenadas como las que le clavó el olvido. En su última etapa trabajó con Pedro Preciado, que la recuerda como una persona adelantada a la época que le tocó vivir. Fue sin dudas la voz inmarcesible de unas piernas muy bonitas.

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