“Los patrones no me podían controlar”: por qué José María García lleva dos décadas sin trabajar

José María García

Carlos Prieto escribe en elconfidencial.com que cómo José María García llegó a ser más grande que las emisoras, generó enormes beneficios (pero también tremendos conflictos internos) y le dejaron caer cuando su fuego dejó de ser sostenible. Una serie de Movistar recuerda al locutor.



«He cumplido 25 años de radio y quizá sean los últimos”. En noviembre de 1998, José María García dejó de ir a su programa —Supergarcía— y echó gasolina a su empresa (COPE) en una charla en un colegio mayor zaragozano: “Estoy preparado para la lucha con los competidores, pero no para competir contra mi propia casa”. No era la primera vez que abandonaba temporalmente su programa para presionar a la emisora de turno. ¿Qué quería entonces? Decían que García —superado por José Ramón de la Morena, pero que aún mantenía un millón de oyentes— quería echar al director general de la emisora, Pedro Díez. La tensión interna era tremenda. El comité de empresa de la COPE sacó un comunicado criticando a García sin mencionarle porque, según ellos, la estabilidad de los trabajadores no podía «peligrar permanentemente por los intereses, en muchos casos menores, de una sola persona». Una sola persona, sí, pero vaya persona. El Jefe.

Cinco días después de la rajada zaragozana de García, rodó la cabeza de Pedro Díaz. El locutor, que volvió a presentar su programa, había ganado otro de sus épicos órdagos a sus empresas… pero sería el último. El siguiente, cuatro años después en Onda Cero (Telefónica), acabó con García dejando la radio para siempre por la puerta de atrás.
Ahora que Movistar estrena (próximo lunes) una serie documental sobre García, toca reconstruir cómo la densa relación entre el locutor y sus patrones terminó estallando tras tres décadas de conflictividad lucrativa. O el extraño caso del periodista más grande que las emisoras que lo tenían en nómina.

Los tontos
José María García tiene un equipo de fútbol sala —el Movistar Inter— que lo ha ganado todo, pero el año pasado sufrió una crisis. Tras ganar un partido por los pelos, García bajó a los vestuarios cabizbajo. Un empleado le dijo que, ese día, lo importante era ganar y quedarse con lo bueno; García le replicó sacando el mazo García: «Con lo bueno se quedan los tontos. Hay que quedarse con lo bueno y con lo malo». La escena aparece en el documental, donde García recuerda así uno de sus múltiples tumultos laborales: “La empresa no me podía controlar”.

Mezclando estas dos escenas, entendemos mejor por qué García lleva dos décadas sin micrófono. Todas las emisoras le querían porque era el puto amo, pero metía fuego a las empresas cuando algo no era de su agrado. García quemaba puentes a diario para conservar el liderazgo, y, cuando lo perdió, comenzó a quedarse sin tierra (empresarial) bajo los pies. Lo bueno de García es que traía oyentes y dinero; lo malo, que generaba tales conflictos que, cuando bajó su influencia, dejó de ser sostenible. Obviando las connotaciones políticas, la caída de García en 2002 recuerda a la de Tucker Carlson en 2023: pese a que seguía teniendo mucho tirón, Fox prescindió de su presentador estrella porque su conflictividad desestabilizaba a la empresa.

Media España se lamentó cuando García perdió su último empleo, porque, a sus 58 años, aún conservaba pegada y medio millón de oyentes, pero nadie tuvo arrestos para ponerle otro micrófono delante. El contexto no ayudó al beligerante García: un realineamiento político le dejó en fuera de juego. Con las luchas entre bloques mediáticos apagándose, a todos les convino (también a los suyos) que una figura tan explosiva se jubilara precipitadamente. El dragón ya no aportaba tanto como antes y su fuego empezaba a incomodar. García se fundió solo, pero también le dejaron caer.

Carácter y destino
No se puede decir que José María García engañara sobre su carácter periodístico a ningún empresario. Siempre fue así. Tenía solo un fracción del inmenso poder que llegó a tener, cuando ya la estaba liando parda en la TVE del tardofranquismo: un reportaje crítico contra el presidente del Oviedo, familiar del clan Franco/Polo, obligó al mandamás del ente, Adolfo Suárez, a leerle la cartilla. “¿A mí qué cojones me importa de quién es familiar el presidente del Oviedo si es un golfo?”, vino a decirle García a Suárez. Cuando García pillaba presa, no la soltaba, para desesperación de sus pagadores. El periodista empezó pronto a acumular despidos y portazos.

La relación entre empresas de comunicación y periodistas suele ser vertical, de arriba a abajo, pero con García era diferente, se permitía un lujo que casi ningún periodista puede darse: increpar a propietarios y directivos de su empresa y salir de rositas. O el poder del dinero facturado. “García llegó a generar tanto dinero que ganaba más que los directivos. Era el más oído y el más productivo, no quería ser un mero asalariado, sino cobrar en función de la publicidad que facturaba. Era un poder fáctico que se peleaba con los directivos, echaba pulsos a las emisoras y solía salirse con la suya”, razona Vicente Ferrer, autor de la biografía de referencia sobre el locutor. “La libertad del periodista suele chocar con la de la empresa, pero en el caso de García, él lo tenía claro: su criterio iba a misa. Además, era muy cabezón, las cosas se tenían que hacer como él decía, creando situaciones muy difíciles de manejar para las compañías, que asumían al García conflictivo… porque era una máquina de hacer dinero. Al margen de las implicaciones sociales de un medio de comunicación, lo que las empresas quieren por encima de todo es ganar dinero, y García les hizo ganar muchísimo dinero”, añade Ferrer. «Solía decir que su compromiso no era con su compañía, para la que trabajaba, sino con los oyentes. Se sabía poderoso» Los desafíos de García generaban tremendos psicodramas de libertad de expresión, como cuando la SER le prohibió criticar al primer ministro democrático de Deportes, Pío Cabanillas, y el locutor dijo en directo una de sus frases emblemáticas: “Esta noche, de Cabanillas, ni pío”. La SER acabó despachando al locutor. “García se resistía a callarse porque, como solía decir, su compromiso no era con su compañía sino con los oyentes. Se sabía poderoso”, aclara Ferrer.

O el periodista cargando contra la estrategia empresarial de su grupo… por lo que fuera. En el affaire Cabanillas, por ejemplo, se cruzaron diversas variables. El Estado seguía teniendo participación en la SER (criticar a la autoridad competente era especialmente sensible en la emisora); además, el Gobierno iba a repartir nuevas frecuencias radiofónicas y la SER quería parte del pastel. Dice Arturo Pérez Reverte en el documental que lo de Supergarcía “no era lucha contra el poder, sino insolencia personal”. Pero hay más. Habla J.F. Lamata, creador de la Hemeroteca del Buitre y experto en trifulcas mediáticas. “Cuando García criticaba a alguien contra el criterio de la cadena, nunca estaba claro si era por independencia, por vanidad, por cruces de intereses empresariales, o por todo ello al mismo tiempo. Cuando estalló el caso Cabanillas en la SER, el locutor también cobraba del Grupo Zeta de Antonio Asensio, que quería sus licencias y era muy de presionar para conseguir las cosas. Asensio pidió a García máxima caña a Cabanillas. Su primer ataque fuerte no fue en la SER, sino en El Periódico de Zeta, donde llamó payaso a Cabanillas en un artículo. La SER afeó a García utilizar la emisora para difundir una guerra de otro grupo que, para colmo, iba contra los intereses del suyo”.

Soldados de Pancho
Según creció su poder e influencia, lo hicieron también los conflictos internos a su alrededor, salvo en su etapa en Antena 3, creada a su imagen y semejanza, el proyecto empresarial más personal que tuvo nunca. Lo que se calentó en Antena 3 —cuya absorción por Prisa acabó con García en la COPE— fue la batalla externa que marcaría su última década en las ondas: lo que él llamaba la caótica lucha del ejército de Pancho Villa contra el imperio del monopolio. En otras palabras, según García, la derecha mediática estaba demasiado dispersa para luchar contra la hegemonía cultural de Prisa. “García nunca fue tan feliz como en Antena 3. Cuando Prisa entró en Antena 3, pensó: ‘A mí esto no me vuelve a pasar’, y se dedicó a confrontarles: quería montar un grupo mediático de centro derecha que hiciera contrapeso a Prisa», recuerda Ferrer. García cobraba 12 millones anuales libres de impuestos en su último contrato con Telefónica Caído el felipismo, el sueño mediático de García se hizo realidad. Recuerden: con Aznar en la Moncloa, el PP recrudeció la batalla contra Prisa, la justicia persiguió a Polanco por unos descodificadores y hubo una tangana total por el control de la nueva televisión digital (Digital Plus contra Vía Digital). La recién privatizada Telefónica fue la encargada de regar el nuevo bloque mediático del aznarato, donde estaban, entre otros, Onda Cero, El Mundo y Vía Digital. En el año 2000, José María García se convirtió en jefe de deportes de Onda Cero y presidente de la rama deportiva de Telefónica (conocida como Admira Sport). Hombre fuerte con mando en plaza. O eso parecía.

Habla Lamata: «Había demasiados gallos en el mismo corral. Quería mandar Telefónica, quería mandar José María Aznar, quería mandar Pedro J. Ramírez, quería mandar José María García… y todo no podía ser». Según publicó El País, García cobraba de Telefónica 12 millones anuales libres de impuestos.

Para cuando García llegó al barco, el nuevo bloque mediático empezaba a dar muestras de fatiga política y económica: como cualquier precio parecía poco con tal de quitarle el negocio a Polanco, Vía Digital realizó un desembolso ruinoso por los derechos televisivos del Mundial 2002 (30.000 millones de pesetas por una competición de madrugada). La conversión del ejército de Pancho Villa en la OTAN anti-Prisa, por tanto, salió por un pico. Hasta que alguien decidió cortar el grifo…

El golpe
La caída de José María García es uno de los momentos más anticlimáticos de la historia del periodismo español. No hubo ni rajada en directo contra los poderes fácticos, ni despedida de los oyentes… porque García no esperaba que las cosas acabaran así. Tras enterarse de que su renovación en Telefónica no estaba en absoluto garantizada, el locutor hizo su jugada clásica para ganar las batallas internas: una huelga punk, dejó de presentar su programa para que los empresarios sucumbieran a la presión de su espantada, le rogaran recapacitar y volviera a las ondas triunfal y empoderado. Pero esta vez, quizá confundido por su acceso directo a los corredores del Poder, no midió bien el desafío. La correlación de fuerzas había cambiado. Ni García era ya Supergarcía (su audiencia había bajado a medio millón de oyentes), ni su patrón era un mero empresario radiofónico, sino una todopoderosa teleco transnacional. García, de pronto, se hizo pequeñito, enredado en una maraña de intereses políticos más grandes que él. «Tras alcanzar el PP la mayoría absoluta en la segunda legislatura aznariana, el conglomerado de medios se vino abajo. Aznar perdió interés en las guerras mediáticas, pensó que desde el poder político podía controlar la situación, que Prisa no sería ya tan beligerante. Además, Telefónica ya era una multinacional, una teleco global con muchos más intereses que las cuitas mediáticas españolas. El proyecto de un conglomerado mediático liderado por Telefónica para disputar la hegemonía a Prisa se dejó morir. Todo lo prometido a García quedó en nada”, aclara Ferrer.

García firmó por dos años con Telefónica. Un trimestre antes del fin del contrato, comenzaron los rumores de que la empresa quería despacharle. García movió ficha: plantón radiofónico y reuniones al más alto nivel (de César Alierta, CEO de Telefónica, a José María Aznar). Pero nadie se mojó por él. García dejó de ir un día a la radio, un 7 de abril de 2002, y nunca más volvió a tener un programa. «Dejó de presentar su programa cuando, según me contaron Juan Kindelán y José María García Hoz [presidente y director general de Onda Cero], se enteró de que no querían renovarle. Planteó un pulso: primero, al nuevo jefe de Telefónica Media, Luis Abril, al que amenazó con no volver hasta que solucionaran lo suyo (Abril me dijo que ‘no podía tolerar que una estrella le hiciera una huelga’); segundo, a Aznar. García fue a verle para que revirtiera su situación… y Aznar se puso de perfil”, asegura Lamata. Había intereses más grandes en juego. Un mes después del último programa de García, Alierta y Polanco firmaron algo inconcebible poco años antes: la fusión de las dos plataformas televisivas digitales en un nuevo ente controlado por Sogecable/Prisa. José María García vio desde casa como Polanco ganaba otra vez la guerra/se hacía con el monopolio de la tele de pago en España. Los españoles se quedaron con las ganas de escuchar a García despotricando en antena contra el imperio del monopolio y contra su propia empresa. «Telefónica perdió interés en García porque creía que aportaba ya más problemas que beneficios” Habla Lamata sobre la trastienda del fin del locutor: «García suele echar la culpa a Aznar y a Florentino de su caída en desgracia. Lo que no cuenta es cuando llegó el fin de su contrato, el contexto había cambiado por completo. De la Morena le sacaba cientos de miles de oyentes más de ventaja. La cúpula de Telefónica que firmó a García ya no existía, y la nueva directiva de Onda Cero se llevaba muy mal con él. Vía Digital estaba en proceso de quiebra y absorción por Prisa. El proyecto, por tanto, se estaba yendo a la porra. Por todo ello, García se vio en una posición muy débil para renovar. El bloque mediático perdió interés en García, creían que aportaba ya más problemas que beneficios. Si García hubiese mantenido los oyentes de los noventa, podría haber sobrevivido».

Jubilación forzosa
“La necedad de un presidente censor me costó mi carrera, por defender mi dignidad y por defender mi integridad. Y yo me equivoqué por aceptar mi jubilación a los 59 años por un necio censor, don José María Aznar”, contó García a Esquire esta semana. García no volvió a trabajar porque “nadie le ofreció un proyecto suficientemente atractivo”, cuenta Ferrer. “Acababa de salir de Telefónica que, en teoría, era la operación de su vida, y en la SER estaba más que consolidado De la Morena. Luego tuvo que parar forzosamente por un cáncer y, cuando se curó, ya no encontró hueco… grande: no quiso volver sin un proyecto ganador; él era García, no un segundón”. «García ejercía de salvapatrias de las cadenas» Las grandes empresas, en definitiva, creían que el tiempo de García había quedado atrás. Las salvajes guerras mediáticas (recuerden los años de golpes bajos e insultos entre García y De la Morena, soldados de élite de la refriega entre Prisa y la derecha) eran parte del pasado. Perro dejó de comer perro y García se quedó ladrando solo. El costumbrismo de De la Morena sustituyó al fuego valyrio de García, Aznar había hecho las paces con Polanco (al fin y al cabo, ya estaba acomodado en Moncloa) y Telefónica estaba demasiado pendiente de la bolsa de Brasil como para sostener a un locutor que les ponía a parir a la mínima. “Las empresas ya no querían asumir las grandes querellas judiciales de García, que estuvo a punto de volver una vez, pero la compañía quería que asumiera la responsabilidad total ante posibles demandas, y él, que siempre fue al límite delante de un micrófono, no aceptó”, zanja Ferrer.

Estrellas estrelladas
Hubo un tiempo en el que José María García tenía a sus patrones agarrados por los cataplines. Esos tiempos, según Lamata, no volverán. 1) “García ejercía de salvapatrias de las empresas que le fichaban. Cuando estaba en Antena 3, en 1986, rechazó una oferta millonaria para volver a la SER. En 1992, fichó por COPE, aunque tuvo una oferta muy fuerte de la nueva Antena 3 de Prisa. En 2000, fichó por Onda Cero, descartando un ofertón de la COPE. Es decir, buscaba siempre irrumpir como salvador de emisoras en problemas. Cuando la COPE fichó al grupo de deportes de la SER, en 2010, Paco González y sus compañeros tenían la misma imagen de salvapatrias que García, porque la COPE venía de un año muy malo (el primero sin Jiménez Losantos). La diferencia con García es que el actual equipo de Deportes COPE es un colectivo, no una sola persona con el aura de hombre salvador y poderoso que tenía García”.

2) “Con García, la COPE fue algo así como una radio arrendada. La estrella era dueña de su espacio: como yo os consigo anunciantes y clientes, hago y deshago a mi antojo. El sueño final de este tipo de estrellas radiofónicas se parecía al estadounidense, donde tú produces tu programa y las empresas interesadas pagan por conectarse y emitirlo. Las cadenas españolas bloquearon ese modelo en el que mandaba el periodista». 3) «Cuando María Teresa Campos era la reina de las mañanas y pasó de Telecinco a Antena 3, le espetó a su exjefe [Paolo Vasile] en su programa: ‘Vuélvete a tu país, gilipollas’, con la seguridad del periodista que se cree por encima de las cadenas. Pero la audiencia abandonó a Campos con el tiempo. Aznar le echó en cara una vez a García que cobrara más que Zidane; García le respondió: ‘Gano más que Zidane porque produzco más que Zidane’. Lo que quiero decir es que estas grandes estrellas se veían arrogantemente invencibles, pensaban que la suerte de los medios dependía de ellos. Las grandes cadenas no permitirían hoy este tipo de pulsos a un periodista”, zanja Lamata. Buenas noches y saludos cordiales.

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