Fallece Amada Perelló i Nicolau (ex RNE Barcelona) a causa del Covid 19

Amada Perelló i Nicolau

Pasó desapercibida la noticia cuando fue publicada en las necrológicas de La Vanguardia y no ha sido hasta ahora en que por el artículo de Antoni Basas en el diario Ara, hemos sabido del fallecimiento el pasado 1 de abril de 2020 a causa del Covid 19 de Amada Perelló Nicolau.
Fue locutora de RNE en Barcelona, traductora y adaptadora de obras de teatro para TVE. Casada con el también locutor de RNE Barcelona y TVE, Luis Pruneda y madre de Núria Pruneda (TV3).
En el artículo, es su hija Núria quien narra como fueron sus últimos días:



Nuria Pruneda, hija de Amada Perelló: «Y le dije:«Adiós, madre»»
He aquí el relato de los últimos días de la vida de una víctima del Covid-19 explicado por su hija. Un relato a ciegas, lleno de dolor y de frustración. No han hecho falta muchas preguntas, porque la muerte de un ser querido se explica de un tirón y se recuerda siempre con las mismas palabras, como si fuera ayer, por años que pasen. Nuria Pruneda, hija del Amada Perelló i Nicolau (1930), perdió su madre el 1 de abril en un sociosanitario donde había sido derivada. Le faltaban nueve días para cumplir los 90, «que le hacían bastante ilusión. Vivía en su casa, escuchaba la radio y hacía ir la tablet».

Ella misma llamó a emergencias de madrugada. Los sanitarios me dijeron: «Nos llevamos a su madre en Sant Pau». Durante cuatro o cinco días pudimos hablar con ella, a veces a través de las enfermeras, que le decían: «Es su hija, que pregunta cómo se encuentra». Y yo la escuchaba que decía: «Mejor, mejor». También enviaba Whatsapp. Al cabo de unos días nos avisaron que la trasladaban a una sociosanitario porque ya llevaba varios días sin fiebre y se la veía estable.

Francamente, confié en el criterio del hospital. Entonces recordé unas palabras que ella me había dicho un par de días antes de ingresar en el hospital: «A mi edad, si cojo el virus, me llevarán al moridero».

Y entonces vienen tres días que no sabemos absolutamente nada. Después de muchos intentos, consigo hablar con una trabajadora. Le dije que le rogaba de rodillas que fuera a la planta del Covid y que, aunque fuera sin salir del ascensor, dijera a los sanitarios que le dieran el teléfono a mi madre, porque ella debía estar sintiendo como yo le llamaba. Pero no se lo dieron nunca, porque el día que murió me devolvieron la bolsa con sus cosas, con el mismo nudo que le habían hecho en Sant Pau el día que marcharse.

Al final me llamó un médico: «Es para decirle que su madre se está apagando. Es que estaba muy mal, ¿sabe? Pero está tranquila». O sea que, en tres días, mi madre había pasado de estarse recuperando a morirse. Aquí ya decidí ir. Estuve dos horas en el vestíbulo para convencerles de que me dejaran estar con ella. Accedieron y, con ayuda de una enfermera, me vestí. Y entonces sale un médico de un pasillo y dice: «Ah, ¿la hija de Amada? Ay, me sabe muy mal, ya está muerta. Hace poco. Ahora mismo». Pedí que me la dejaran ver y me hicieron entrar en una habitación muy pequeña, donde estaba tapada con unas sábanas recién planchado, y yo, con el doble guante, la toqué. Y le dije: «Adiós, madre». Estaba congelada. Mi madre no se acababa de morir.

Me dieron sus pertenencias en dos bolsas amarillas, gruesas. En una estaba la radio y el móvil que ya habían ido a Sant Pau, y en otra cuatro cosas que le traje al sociosanitario: un pijama, un chal por si tenía frío, una revista de historia, unas cartas de mis hijos… Vuelvo a casa con el disgusto y las bolsas y dentro me encuentro otra bolsa de Sant Pau que era de otra señora. Qué desastre. Después supe que todo el personal de ese sociosanitario había caído enfermo, y que estaban contratando personal a toda prisa. De hecho, vi todo de chicas haciendo cola aquellas dos horas que estuve en la recepción.

No pudimos ver el féretro. Llamé y llamé al cementerio de Montjuïc y cuando por fin consigo hablar con él me dicen que ya la habían incinerado, seis días después de morir. «¿Que no le han avisado? Si usted está en Barcelona, ​​le llevamos las cenizas en casa». Y yo no estoy en Barcelona, ​​y no quiero que las lleve a casa de otro familiar y que vayan arriba y abajo. Además no sé qué pasará con el sistema informático que me han estado enviando el mismo tipo de cartas que se debían enviar antes del estado de alarma: aquellas donde dice que si no recoges las cenizas antes de 30 días ya las has visto suficiente.

¿Cómo estás ahora?
Antes me hundía cada dos por tres, sobre todo por las noches. Intento pensar cada vez menos. Ahora estoy más entera, porque yo ya sabía que mi madre tenía que irse. Pero lo que me pesa ahora es que creo que mi madre no ha muerto de Covid-19 sino de la gestión del Covid-19 que se ha hecho con las personas mayores con multipatologías. Ha sido como una especie de eutanasia, ¿me entiendes?

Una psicóloga me dijo en su momento que yo tenía que estar más tranquila precisamente porque mi madre era consciente y estaba informada de lo que estaba pasando, y que ella sabía que si nosotros no estábamos era porque no podíamos. De hecho, en alguna de las últimas conversaciones recuerdo que le pregunté expresamente: «¿Ya lo sabes?, ¿verdad, que no nos dejan entrar?» «Sí, mujer, sí».

Incluso habíamos consensuado con ella que si empeoraba no iría a la UCI. Los médicos ya nos habían dicho que sólo de intubarla en la UCI ya no lo superaría. Pero una cosa es que no la lleven a la UCI y otra que la den de alta y al cabo de tres días se muera sin poder hablar. Lo hemos puesto en manos del Síndic y nos han contestado que lo investigarán.

¿Como querrás cerrar el duelo?
Le haremos una misa. Y así que podamos la pondremos en el nicho donde está enterrado mi padre, en Vallromanes. Ella era del año 30 y, durante la guerra, con seis o siete años, tuvo que tapar con sábanas a los niños con los que ella jugaba en la calle porque un bombardeo los mató. Ella era la mayor, tenía que ir a hacer cola para tener comida. Fue locutora de radio y televisión y traductora y tuvo una vida muy plena.

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