Recordando a “Pinzón” de Radio Zaragoza

Pilar Ibáñez

Texto de Rafael Castillejo Murillo en aragondigital.es:
Todos los años, a medida que avanzaba el otoño, solía contar con impaciencia los días que faltaban para que diciembre se presentara con toda su magia.



Arrancar la penúltima hoja del calendario significaba anunciar a todos que llegaba la Navidad. La televisión todavía no había entrado en los hogares españoles, pero ahí estaba la radio para convertirse en uno de los principales protagonistas de aquellas entrañables fechas. Villancicos y diversos anuncios de turrones, chocolates, bebidas y, sobre todo, de establecimientos de juguetes, se sucedían a diario para deleite de los oyentes. Sin duda, diciembre se convertía, de golpe, en el mes más hermoso del año.

Y, además, justamente dos semanas antes de cantar en la escuela aquello de: “vacaciones nos han dado ya, por ser fiestas de Navidad”, podíamos disfrutar de un anticipo tan emotivo como era el Día de la Madre, que entonces se celebraba en toda España el 8 de ese mismo mes, y nos daba ocasión de algo tan maravilloso como adquirir una postal para un ser tan querido y de dedicársela con caligrafía recién aprendida de colegiales.

A partir de aquella fecha, Radio Zaragoza comenzaba a emitir cada tarde “Pinzón”, un programa que ha quedado grabado en la memoria colectiva de los que fueron niños en las décadas de los años 40 y 50. Estaba patrocinado por un gran almacén de juguetes (Bazar X) y su sencillo formato era muy parecido al de los programas de discos dedicados pero, a diferencia de estos, escuchar un nombre no siempre suponía alegría o satisfacción para el destinatario, porque, a continuación, podía llegar un aviso o reprimenda que ponía en peligro la recepción de los juguetes o regalos solicitados a los Reyes Magos.

Para unos, el pajarito “Pinzón” era simplemente un chivato o espía de los Reyes Magos. Para otros era un eficiente y económico psicólogo. Incluso no faltó quien lo calificó como un metepatas que frustraba los sueños de los niños.
Del guión se encargaba José Perlado y de traducirnos el lenguaje de “Pinzón” la locutora Pilar Ibáñez. Un lenguaje de sonidos producidos al soplar un pajarillo de aquellos de agua, pequeño y conocido juguete de la época. A lo largo del programa, Pilar Ibáñez mantenía serias conversaciones con “Pinzón” y, gracias a que ella sabía interpretar el lenguaje de aquel pájaro, podíamos enterarnos de que Juanita no terminaba nunca el plato de sopa o que Pepito se hacía pis en la cama. De seguir así, la pobre Juanita y el pobre Pepito llevaban todos los números de la rifa para que los Reyes Magos les trajeran carbón en lugar de la muñeca o el tren de cuerda que iban a pedir en su carta. También se nombraba a los niños que se portaban bien, estudiaban mucho y querían tanto a sus padres y abuelos que recibirían lo pedido e incluso alguna cosilla más. Todo ello dependía de los datos que los familiares habían hecho llegar a la emisora, bien por teléfono, por carta o presentándose en recepción, que era el caso más frecuente
La cosa es que, en algunas ocasiones, la reprimenda o aviso funcionaba. Al menos, hasta el último día de emisión que, naturalmente, coincidía con la víspera del 6 de enero.

Que tantos años después de aquello se siga recordando a “Pinzón”, demuestra que aquel espacio resultó ser todo un hallazgo en su tiempo. Prueba de ello es que no le faltó un digno competidor en Radio Juventud como fue “El Mago Pirulo” que, junto con “La Bruja Carraspia”, se encargaron también de repartir ilusión y canguelo, a partes iguales, entre la chiquillería de aquellos años. Como la emisión de “Pinzón” en Radio Zaragoza comenzaba a las siete de la tarde, la de “El Mago Pirulo” lo hacía a las siete y media. De esa manera, podía uno escuchar ambos programas si el nerviosismo y emoción lo permitían. La verdad es que resultaba muy emocionante. Doy fe de ello. Será porque nunca me nombraron, ni para bien ni para mal.

Otros grandes recuerdos de entonces, referidos a juguetes, son los de “Almacenes El Águila” en la calle Alfonso; “Almacenes El Ciclón” en la Plaza del Pilar; “La Bola Dorada” en la Plaza de San Felipe y, sobre todo, “Almacenes SEPU” en la calle Torre Nueva. La calle Torre Nueva, en la manzana que va desde la Plaza de San Felipe hasta el Mercado Central, concentraba en su estrechez una gran oferta que comenzaba en “Casa Plou” (más tarde Vda. de Plou). Era este un comercio que durante todo el año se dedicaba a la venta de vajilla, cubertería, pucheros y cacerolas, pero a finales de noviembre, la mayor parte de aquellos artículos quedaban en un segundo plano siendo su espacio ocupado por bonitas figuras de belén, bloques de corcho, casitas, puentes y portales. Nunca olvidaré el olor de aquel establecimiento. Era sin duda un olor de… Belén. Cada año, si mi hucha lo permitía o algún abuelo ayudaba, podía suceder que el pastor de mi belén aumentase su rebaño con un nuevo cordero o que apareciera una nueva samaritana para recoger agua de aquel río creado de la nada con una tira de papel de plata del que traían las tabletas de chocolate.

A pocos metros de “Casa Plou”, “La Reina de las Tintas” exponía en su escaparate elegantes tinteros y plumas estilográficas junto a estuches de compases, plumieres de dos pisos y cajas de pinturas de diferente tamaño. Dando un salto, podías entrar en “Tupinamba” que, durante esos días, también sustituía su habitual bollería y pastelería por barras y tabletas de turrón, mazapanes y guirlache.
Cruzando de nuevo la calle, nos encontrábamos con los magníficos escaparates de SEPU mostrando los mejores juguetes que uno podía imaginar. Niños que nunca tendrían la suerte de recibirlos, se dejaban los mocos en la vidriera soñando con regalos inalcanzables. Soñar siempre ha sido gratis y, en SEPU, soñar era muy fácil. Subiendo por aquella escalera eléctrica (la primera que hubo en España) llegábamos a la planta donde los juguetes convivían con cuentos, libros infantiles y material escolar. Sin duda, Melchor, Gaspar y Baltasar, cargarían allí sus camellos para realizar el gran reparto en la noche de la ilusión y poder atender tantas cartas recibidas.

Siempre escribí mi carta con prudencia y nadie tuvo que explicarme que debía hacerlo así porque sabía perfectamente que, en mi casa, no sobraba el dinero. Me conformaba con aquel pequeño tren de cuerda, con el que fui tan feliz o más aún que con uno grande y eléctrico. “Pinzón”, debió de dar buenos informes de mí.

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