Alex Ander le ha entrevistado para revistavanityfair.es: La periodista Nieves Herrero, una de las más respetadas del país, lleva décadas contando historias en distintos canales. Desde muy joven colaboró con Jesús Hermida, y en los inicios de Antena 3 dirigió y presentó con gran éxito el magazine matinal De tú a tú. Algo más tarde se entregó a la radio, donde hoy día disfruta al frente del programa vespertino Madrid Directo, en la emisora autonómica Onda Madrid, y comenzó una carrera literaria que ya ha sido aplaudida por decenas de miles de lectores.
Su última aventura no es la biografía novelada de ningún personaje conocido, como nos tenía acostumbrados hasta ahora, sino una novela de suspense, Luna roja, protagonizada por un personaje ficticio, la inspectora Margot Sanz Peters, que ejerce como periodista de moda por la mañana y como periodista de sucesos, y que vivirá su historia dentro de un universo que sí fue real, el fascinante Madrid de los años cincuenta. “Fue el momento en el que comenzaron a llegar a Madrid personajes relevantes como Ernest Hemingway, Orson Welles y las estrellas más rutilantes de Hollywood”, explica la periodista. “Rodar en España resultaba económico para las grandes producciones norteamericanas. Era el despertar de una sociedad que se dividía entre el lujo y la pobreza, entre las fiestas de las clases altas y el trabajo duro de las clases bajas. En ese punto sitúo la trama, en la que van a sucederse una serie de crímenes que pondrán a toda la sociedad en alerta”.
Margot Sanz Peters no existió, pero para crearla se inspiró en algunas mujeres reales de la época dorada de la crónica negra.
Cuando empezaba en el mundo del periodismo, a los 17 años, me fijaba mucho en esas mujeres que estaban en la redacción. Al hablar con Margarita Landi, a la que entrevisté varias veces, me chocaba que ella hubiera entrado en el mundo de la moda, pero luego cuando yo empecé en esto dije: “Claro, es que el sitio natural para que las mujeres escribieran era ecos de sociedad y moda”. Había mujeres que se querían salir del carrilito, pero esas se tenían que poner un seudónimo o contar con una doble faceta, la de mujer de moda y mujer de sucesos. Ella entró en el mundo del suceso, como cuento en el libro con Margot, a raíz del robo de un collar. Entonces entra en contacto con un comisario y, a partir de ahí, entabla con él una relación que lleva a que incluso la llamen inspectora en comisaría. En el libro hay mucho de Margarita, pero también de otras mujeres que empezaron a escribir sobre otros asuntos distintos a la moda. A mí me hacía mucha gracia la Margarita joven, esa rubia bien vestida que conducía un descapotable rojo con el que iba a todos los sitios donde se habían cometido crímenes. Era una mujer, digamos, sin miedo, y yo
admiro mucho a las personas que no tienen miedo. Quizá porque yo estoy llena de miedos.
¿Sí? ¿Qué tipo de cosas le dan miedo?
Soy una persona a la que se le olvidan los miedos cuando se enciende una cámara o cuando se pone a hablar frente a una grabadora. He cubierto muchísimos atentados terroristas y recuerdo que la policía me decía siempre: “Cuidado, no pase de ahí, que no sabemos si todavía puede explotar algo más”. En ese momento a mí me podía el deseo de obtener información. Sin embargo, cuando luego vuelvo a casa, siempre estoy diciéndoles a mis hijas: “Llevad cuidado de noche” o “Tenéis que ir con el radar”. La noche es mi miedo más profundo. Cuando cae la noche, algo se me encoge en el estómago y me pongo ya en alerta. Creo que la noche ampara al criminal, ampara a las personas que quieren hacer daño, y yo la asocio a eso. Y eso que cuando a mí me robaron cinco personas hace ya 15 años, todo pasó a las dos de la tarde. Pero una calle solitaria, de noche, me sigue dando miedo. Lo que te decía fue un atraco. Eran cuatro encapuchados en un coche y otra persona a mi espalda. Cuando vi eso, me olvidé del kárate y las clases de defensa personal que había hecho durante 15 años. Les di todo y salí corriendo. Al ver tanta gente no pensé en enfrentarme a ellos, solo pensé en la huida.
¿Alguna vez ha tenido que ir al psicólogo por este episodio, o por cualquier otro?
No, pero debo ir. He curado, malcurado, mis heridas, pero hoy soy más consciente que antes de que necesito terapia para superar esas historias que me han pasado. El menor que me robó me pidió perdón hace poco, por cierto. En aquella ocasión recuperé el coche, pero perdí los apuntes que había usado durante años para dar clase en la universidad. Los apuntes son como obras literarias, porque tú coges cosas de muchas fuentes distintas y te los escribes para dar tus clases de una determinada manera. Me quedé tan desnortada que tampoco di clase por mucho más tiempo después de eso. La gente joven, en la universidad, hace preguntas que no puedes responder si no estás preparada. Aunque te diré que me encanta estar con gente joven. La gente joven, los niños y los ancianos me interesan mucho. Conecto mucho con el público infantil; de hecho, este año también he escrito un libro para niños. Los jóvenes son el futuro y me gusta saber qué piensan, qué no piensan y qué dicen.
¿Esta novela ha sido capaz de limpiar el mal sabor de boca que le dejó su libro sobre Tita Cervera?
Totalmente. Esta novela ha sido terapéutica. Me lo he pasado muy bien ocultando al asesino (o asesinos). Lo de Tita fue un abandono. Es como ir un día de la mano con el novio o la novia y que de repente, al día siguiente, no te dé ninguna explicación. Creo que lo peor es no saber el porqué. Aquel libro iba a ser una biografía novelada. Recuerdo que ella me llamó un día, estando ya a punto de terminar la novela, y me dijo: “Nieves, he pensado que quiero una biografía”. Le dije: “¿Cómo? Mira, eso es imposible. Para una biografía se usa una técnica que no tiene nada que ver con la de la novela. Aquí tu vida está novelada, pero todo parte de una realidad”. Me dijo que ella quería una biografía, y le dije que era imposible y que, además, yo soy autora de novelas. Después de esa conversación no volví a saber de ella. Y, entremedias, aparece esa entrevista con Risto Mejide y ya supe que iba a tener problemas. Al final decidí quitar los secretos de su vida, que es algo que solo puede contar ella, pero dejé una biografía completísima y ordenada, porque cuesta mucho poner en orden una vida llena de vivencias muy desordenadas.
¿Y ha llegado a hablar con ella después de todo lo sucedido?
No, no. Fíjate, me hubiera encantado encontrármela. Aunque desde luego yo no daría el primer paso para darle un beso. Sí me han dicho al respecto: “No, Nieves, seguramente ella te daría un beso sin ningún problema, como si no hubiera pasado nada”. Bueno, si se da esa circunstancia, estupendo. ¿Qué me dice al final todo esto que ha pasado? Pues que yo no soy nada más que una periodista. Durante tres años, en algún momento, me confundí y pensé que las dos podíamos tener una amistad para siempre. Pero bueno… Me quedo con esos tres años en los que he estado cerca de un personaje que sin duda va a pasar a la historia.
Dice que lleva trabajando en esto desde los 17 años. ¿Nunca tuvo enchufe?
No, nunca conocí a nadie y, además, mi familia estaba en contra de que yo escribiera. Un día, no sé por qué, me fui a ver a un periodista que en ese momento salía en televisión haciendo noticias y que a mí me encantaba. Me aconsejó que fuera a algún periódico con historias y entonces me presenté en Hoja del Lunes, de Madrid. Estuve esperando tres horas al director y le dije: “He traído unos temas, por ver si puedo ser útil aquí”. Me preguntó qué temas eran, le enseñé 100 y él, un poco por quitarme de encima, dice: “Bueno, haz este”. Se lo llevé al día siguiente, y a partir de ahí empecé a escribir. Mis padres vieron que detrás de un artículo aparecía mi nombre, y aquello les empezó a gustar. Aunque nunca me dijeron: “Oye, qué bien te ha salido esto”. Bueno, puede que mi madre sí lo dijera un poco más, pero mi padre no. Cuando él murió, vi que tenía todo lo que salía sobre mí recortado y guardado. Me quedé impactada y se me saltaron las lágrimas. Hermida tenía un poco su misma filosofía. Decía que a uno no le puedes decir solo: “Qué bien lo haces”, porque entonces se convierte en un idiota.
¿Diría que Jesús Hermida fue el jefe más exigente que ha tenido?
He tenido jefes muy exigentes, pero seguramente Jesús Hermida fue el más exigente que tuve en televisión. Porque además ya no volví a tener más jefes después. Desde entonces me convertí en mi propia jefa. Recuerdo que pasé de la radio a la tele, dejando un trabajo fijo, algo que preocupaba mucho a mis padres. Jesús me decía que estaba haciendo radio en televisión. Y yo pensaba: “¿Pero qué tengo que hacer para que me diga que ya por fin uso lenguaje de televisión?”. Hasta que un día vino y me dijo: “Has entendido ya lo que es la televisión. Ahora sí haces televisión”. Él era muy exigente, sí, pero también era un líder. Era un líder para los jóvenes, un referente.
¿Cambió la tele por la radio porque esta última le resultaba menos comprometida?
No. Yo fui chica de radio, un mundo en el que entré de la mano de Tico Medina. Entonces estaba escribiendo en un periódico los fines de semana, por las mañanas estaba en Europa Press y por las tardes hacía entrevistas con un señor maravilloso que me enseñó el oficio y que es José Luis Cebrián Boné… Aquí entré en el mundo de la entrevista y en el de la escritura, porque igual tenía que hacer una entrevista de 12 folios, otra de siete, otra de seis, unos titulares… Allí me curtí. Y recuerdo que con Tico sufrí una noche un jamacuco, siendo muy joven, porque apenas dormía. Estaba siempre trabajando. Es que soy una adicta al trabajo. Tendría que ir a una terapia en la que pueda decir: “Señores, soy una workaholic”. Y eso que te decía, que entré en la radio gracias a Tico y al hacerlo pensé: “Esto es lo que yo quiero hacer”. Luego entré en Radio Cadena Española, donde tenía un programa José Luis Fradejas y pude hacer un apartado que se llamaba 100 mujeres 100. Ahí fue donde empecé a desempolvar la historia de ciertas mujeres. En mi literatura me gusta rescatar del olvido a las mujeres más olvidadas, o al menos inspirarme en ellas. Después de eso que te contaba pasé a Antena 3 Radio. Ahí fue donde Hermida, al que había entrevistado tiempo atrás, entró a hacer la noche y me “pidió” para un informativo. Reconozco que al principio me enfadé, porque yo quería seguir siendo reportera. Me gustaba estar en todas las salsas y, como te decía, tenía una adicción al trabajo brutal que creo que no he podido superar.
Ha dicho que en la radio uno “hace familia”, mientras que en la tele se hacen “algunos amigos y muchos enemigos”. ¿Recibió muchas zancadillas y puñaladas traperas en aquellos años?
Es que al entrar en el mundo de la tele te adentras en el mundo de las envidias. Es muy difícil resistir esa presión. Admiro mucho a todos los que en este momento presentan programas, porque es muy bestia la presión y la rivalidad en cuanto a otros canales y compañeros. Yo tengo más paz en la radio, porque allí, además, puedo ahondar en los personajes a los que entrevisto y llegar a conocerlos, mientras que en la tele te quedas a veces muy frustrado al tener que cortar justo cuando empezabas a conocer a ese personaje. Creo que ahora la rapidez prima sobre el contenido, y el interés de la gente decae rápidamente. Por eso es muy difícil ver a un escritor en un programa de prime time. También es difícil que un cantante entre con su nuevo trabajo. Es más fácil que se vuelvan a rememorar sus grandes éxitos. Un día desapareció la música y la televisión perdió interés para mí. A mí es que me encanta la música. Recuerdo bien cuando Brian May empezó en solitario y pude conocerlo. O cuando tuve la suerte de poder darle su primera
oportunidad a Enrique Iglesias o Alejandro Sanz. O cuando tuve oportunidad de estar con Michael Jackson y le regalé una guitarra de Paco de Lucía. Me hubiera encantado conocer a Elvis Presley, que sale aquí en la novela.
Algunos de los personajes que aparecen en el libro pertenecen a la alta sociedad. ¿Usted se siente más cómoda rodeada de ricos y poderosos o con gente del pueblo llano?
Yo pertenezco al pueblo llano. Soy una chica de barrio y me siento muy cómoda en el barrio. Esto es algo que no he perdido y considero una medalla ser chica de barrio. Sí me atrae el mundo selecto, pero por lo cerrado y exclusivo que es, por la cantidad de secretos que encierra. Pero no tengo nada que ver con él. Es más, tampoco tengo mucho interés en pertenecer a él.
¿Por qué cree que algunos la consideran una señora cursi?
Creo que puedo llegar a dar la imagen de cursi porque tengo una personalidad muy empática. Pienso que, más que cursi, soy sensible. Y que esto es algo que se nota. Por ejemplo, si tú te pones a llorar aquí ahora, seguramente yo me pondré a llorar contigo. Y si te pones a reír, yo también me reiré muchísimo. Soy empática y he sido sensible toda mi vida. Pero creo que no tengo nada de cursi. De hecho, he presentado mi dimisión en casi todos mis trabajos, y casi todos mis jefes la han roto, me han dado la razón y hemos seguido adelante. Para eso hay que tener unos santos bemoles. Muchas veces me he comportado más como corresponde a un hombre que a una mujer. Ahora ya no hace falta pero, durante muchos años, me “masculinicé” para hacerme oír.
¿Algún episodio concreto?
Con 27 años estaba con Jesús Hermida y me puso a dirigir junto a él. Entonces ya había pasado por todos los papeles que le toca a uno. Pasé a dirigir equipos de 40 personas, y algunas de ellas eran muy mayores, o al menos a mí me lo parecían. En ese momento vivía con mi madre, que un día me preguntó por qué hablaba así. Y es que empecé a pronunciar tacos cada dos por tres, pero ni me daba cuenta. Noté que si decía “Esto hay que hacerlo por cojones” me hacían más
caso que si decía “Oye, no, esto hay que hacerlo ya”. Pero entonces era muy joven. Creo que ahora ya no hablo como si estuviera en una verdulería, que ya no hace falta que lo haga.
¿En casa también ha tenido que sacar ese mismo genio, por ejemplo, con su marido Guillermo?
Él es mi segundo marido y es del medio, está en Radio Nacional desde hace muchos años, aunque en la parte técnica. Tanto miré a la pecera que me enamoré de él. La verdad es que no he visto una persona con más templanza y mayor entendimiento de una profesión que es una puñetera locura. Es una maravilla tener una pareja que entiende tus ausencias, que se adapta a todo… Es muy complicado convivir con un periodista, sobre todo porque aquí no hay fechas. La que tengo
clavada en mi corazón es la del primer cumpleaños de mi hija mayor. Ese día estaba toda mi familia en casa y yo no pude estar porque me pusieron una reunión. Estaba en televisión y en esa época no podías decir: “Hoy es el cumpleaños de mi hija”, estaba mal visto. Aunque mis dos hijas han sido comprensivas respecto a este tema. Con los años, ambas tuvieron la tentación de convertirse en periodistas, y yo les dije: «Acordaos de lo mal que os habéis sentido cuando he faltado en algún momento. Que sepáis que eso os va a pasar a vosotras también. Estudiad mejor
otra carrera y luego, si es que seguís con vocación, adelante». Al terminar sus carreras (una es abogada y la otra es economista), ambas decían: “No, vamos a intentar dedicarnos a nuestra carrera”. Pero lo cierto es que las dos escriben muy bien y yo las estoy empujando a que escriban un libro.
Y después de cinco décadas entregada en cuerpo y alma al periodismo, ¿qué espera hoy del oficio?
Siempre quiero mejorar. Siempre pienso que la mejor entrevista está por llegar. He aprendido a no tener prejuicios. Ningún entrevistado me parece un personaje flojo. Es más, me he llevado grandes chascos en este sentido. A veces pensaba que iba a una entrevista floja y de pronto he descubierto a una persona increíble y muy interesante. Quiero seguir aprendiendo. Para mí, la vida y el periodismo van de aprender. No estoy de vuelta. Recuerdo que, a mi edad, mucha gente decía: “Bueno, yo ya estoy de vuelta”. Yo entonces pensaba: “¿Qué tiene que pasar para estar de vuelta?”. Todavía tengo ilusión.
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