Natalicio y recepción de la radio leonesa

Radio León

José Luis Gavilanes Laso escribe en La Nueva Crónica que el pasado lunes se celebró el día de la radio. La radiodifusión comenzó en León en agosto 1934 a través de la emisora ‘EAJ 63, Radio León’, a impulso de su promotor, el villafranquino Ramón Beberide y el radiotécnico Alberto Gallego, que tenía su establecimiento ‘Radio K’ sito en la avenida de Roma.



Recuerdo de chico los programas de radio de Victoriano Crémer, con su crítica bufa de los lunes a los ‘pelotoneros’ de la Cultural y Deportiva Leonesa, en el programa ‘Carta a la tía Federica’. También las palabras solidarias del P. Javier de Valladolid, franciscano-capuchino, preludiadas por la obertura ‘Caballería Ligera’, de Von Suppé, con aquello inolvidable de: «Leoneses, una limosna por Dios, grande o chica, para tanto mendigo del alma y del cuerpo, que Dios os lo pagará. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»; refiriéndose, seguidamente, a los donativos recibidos: «De F.P.D, por no haberle tocado para África, 15 pesetas». Paralelamente funcionaba ‘La Voz de León’, más conocida como ‘Radio Falange’, en la cual mi padre colaboraba por aquel entonces junto a Francisco Umbral y Luis del Olmo.

Los radioyentes, o escuchantes, buscábamos también otras frecuencias de onda, ansiosos de conocer verdades ocultas por la censura del régimen sólo abierto a noticias triviales, de propaganda o triunfalistas, conectando con la BBC de Londres o Radio París, por onda media, y Radio España Independiente (La Pirenaica), por onda corta, aquejada siempre de interferencias.

Otro cantar era poseer un aparato de radio. En 1955 había en España 2.717.000, lo que suponía uno por cada 90 ciudadanos. El porcentaje no era malo, pero también evidente que muchos españoles carecían de receptores de radio. Como para todo en la vida hay imaginación, en Zaragoza fabricaron un ingenio proletarizador de las ondas. El invento consistía en una hucha electromecánica que funcionaba peseta a peseta, las célebres ‘rubias’ con la efigie de Franco. Tenía el tamaño aproximado de la mitad de una caja de zapatos, era de plástico y se adosaba a la parte trasera del aparato. La caja estaba dividida en dos partes, la que encerraba el mecanismo electromecánico y un depósito de monedas. La parte del depósito se desligaba de la mecánica con un alambre y precinto de plomo sellado que sólo podía ser manipulado por un operario de la casa vendedora. En este caso ‘Roma 40’, en la que yo trabajaba. La parte mecánica consistía en un ingenio cuyo elemento principal era un mecanismo de relojería que se alimentaba con corriente eléctrica. El reloj mantenía su marcha mientras existiese el contacto de dos electrodos comunicados entre sí a través de la peseta que hacía de ‘alcahueta’ y operaba a modo de interruptor. Por efecto del reloj, la ‘rubia’ se desligaba de sus contactos a la media hora y caía, interrumpiéndose automáticamente el funcionamiento de la radio. Para adquirir el aparato era necesario que el comprador se comprometiese a tener en la hucha a final de mes una cantidad no inferior a 125 pesetas. Todo ello se hacía mediante contrato legal extendido en la fecha de entrega del aparato. Para el buen suceso del sistema se hizo una fuerte campaña publicitaria en prensa, radio y, sobre todo, buzoneo. Hubo quien pedía limosna para llenarse luego los oídos de música, concursos, seriales, teatro, cantos de sirena gubernamentales, etc.; o, en su defecto, por el deseo de saber algo más de lo que la radiodifusión de Radio Nacional de España, inquisitorialmente atenta, le negaba.

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