«Hora 25» de Cadena SER cumple 50 años en antena

Cadena SER

Lo cuenta Jesús Ruíz Mangtilla en El País: Desde 1972 cuenta las noticias de cada día en las noches de las ondas. Llega al medio siglo con Aimar Bretos al frente.



Son las ocho de la tarde; las siete en Canarias… Aimar Bretos baila sobre la silla del estudio central de la Cadena SER en la Gran Vía de Madrid mientras suena la sintonía que él mismo va a morder con las primeras palabras de apertura. Desde la pecera, el control, seis compañeros y técnicos esperan sus indicaciones. Tiene las manos sobre la cara y va transfigurando su sonrisa congénita en un gesto de concentración y cierta trascendencia. Un gesto grave, quizás no tanto de tensión; aunque, sí, también, de tensión. Pero gozosa.

Abre la boca. Su cuerpo es ahora todo dicción. Sabe de lo que habla. Apenas lo lee; sencillamente lo tiene digerido. Si acaso mira de reojo un guion acotado que le sirve de partitura y tiene esparcido encima del teclado del ordenador. Con los dedos cuenta los segundos para que desde el otro lado del cristal vuelvan a subir la música y cambie el tercio. Taconea, mueve la pierna descontrolada pero intermitentemente. Sí, seguro, confirmado: exuda tensión. Una tensión que le frena y le lanza al relato mutante de la actualidad. De la Ucrania amenazada pasa a la polémica candente del día en España o cruza hacia el Reino Unido. Sintetiza, ironiza, alerta, extrae lo fundamental. Comunica… Sabe lo que es ponerse cada día al frente de un tótem como Hora 25. Más cuando este programa cumple ahora 50 años de preeminencia, líder en la noche de la radio con 989.000 oyentes según el último Estudio General de Medios (EGM).

Lo sabe y lo afronta semana tras semana desde que lo nombraran el pasado julio en sustitución de Pepa Bueno. Ella pasaba a dirigir EL PAÍS (que igual que la Cadena SER pertenece al Grupo Prisa). El donostiarra, a sus 35 años, ya estaba de sobra preparado para que lo lanzaran al mando de un programa legendario que mañana, 31 de enero, alcanza el medio siglo de vida. El suyo ha sido un relevo natural. Y funciona. No tiene miedo a dominar la jabalina de un micrófono. Se ha curtido desde que lo soltaran a sustituir a sus jefes con apenas 25 años, primero en Hoy por hoy, luego en el mismo espacio que ahora lidera. Bretos, desde entonces, despide oficio y credibilidad, genera confianza con su tono fresco pero firme, sensato y cómplice. Posee estilo propio con una juventud asentada. Lidera un equipo de edición, una guardia pretoriana, en la que ninguno pasa de los 40 años. Quizás ese relevo cuidado de energías sin desgaste haya sido el secreto para superar cinco décadas. Pero también hay que buscar las razones en el carácter del programa. Distinto a los que reinan en cualquier otra franja. La noche tiene mucha competencia para llenar el tiempo libre. Pero Hora 25 es una opción con fibra y prestigio. “Un programa que eliges escuchar frente a otras alternativas poderosas de ocio nocturno”, asegura Bretos.

Y a esa voluntad de elección hay que darle facilidades. Más en la era de los podcasts e internet. “Debemos hacer un esfuerzo para que no muera en el día. Para que tenga vida en directo pero también gane adeptos en diferido. Necesitamos para ello conjugar cierta destreza: que no se convierta en algo atemporal pero sí capaz de sobrevivir”.

Con internet y el streaming, un medio instantáneo y fugaz como era la radio se ha transformado en algo más longevo. Lo que hace años sencillamente te perdías si no encendías la radio en el horario marcado, ahora queda a elección de cada uno en el momento que más convenga. Multiplica así su capacidad de supervivencia. Convierte la opción etérea pero firme de la voz en algo con mucho futuro.

Además, se ha globalizado. Este artilugio de ondas, que conectaba hace dos décadas en comunión a alguien que vive en Finisterre con otro oyente de Almería o a uno de Cádiz con los seguidores en Santander, expande su influencia global en la red y desafía los espacios y los horarios. Un oyente de habla hispana puede escuchar por la mañana Hora 25 en Australia o comer cada lunes en California o México con la tertulia de El ágora junto a Carmen Calvo, Pablo Iglesias y José Manuel García-Margallo, mientras se reparten estopa con estilete.

Era algo impensable en los comienzos del programa. Cuando en vez de saludar a la audiencia a las ocho de la tarde, su primer director, Manuel Martín Ferrand (1940-2013), decía: “Son las once de la noche; las diez en Canarias…”. Corría el año 1972 y disponía de 60 minutos para condensar el día. No había muerto Franco, pero un creador del medio como fue Antonio González Calderón ya tenía claro cuál iba a ser el futuro cuando cambiaran las tornas. La televisión copaba el entretenimiento hogareño que tiempo atrás llenaban los seriales del cuadro de actores con el Teatro del aire, también creado por él en la SER. Simplemente lo detectó atento a un sonido colectivo y unas aspiraciones a las que prestó oídos: la clave era la información.

“Lo sabía. Estaba obsesionado con eso”, comenta Iñaki Gabilondo. Pero no solo él. Cualquiera de los discípulos que dejó —muchos de ellos fueron después directores del programa— lo corroboran: tanto Fermín Bocos como Luis Rodríguez Olivares. Y, por supuesto, Javier González Ferrari, su hijo: “Él se da cuenta de que el futuro de la radio pasa por la información en los años sesenta”, asegura. Por entonces la SER era la única emisora capaz de competir con la fortaleza de Radio Nacional de España, que ostentaba el monopolio informativo. Calderón supo que aquello terminaría. Y había que prepararse.

Así fue como fue introduciendo fórmulas encaminadas a esa senda. Primero, Matinal Ser, germen de lo que es ahora Hoy por hoy. Después, Hora 25: “Un programa de cuestiones actuales”. Con esa frase lo etiquetaron para disimulo ante la censura y con el gesto torcido de la dirección de la cadena, en manos mayoritariamente de la familia Fontán antes de que pasara su propiedad al Grupo Prisa en 1985. “No lo veían bien”, comenta Luis Rodríguez Olivares, que formó parte del equipo inicial, estuvo al frente a principios de los ochenta y presentó el programa en varias etapas.

Gabilondo recuerda la reunión en la que se gestó. “Era el año 1971. Por razones que se me escapan, fui convocado a ese encuentro con los mandos. Querían dar un meneo, establecer una estrategia. La idea fue de Calderón, deseaba montarlo sin saber muy bien cuál sería su coste ni si resultaría prudente en aquellas circunstancias. Ni siquiera si aquello constituía una locura. Solo recuerdo que mandó llamar a Manuel Martín Ferrand para que le presentara un proyecto. Se respiraba cierta tensión, pero la decisión fue seguir adelante”, cuenta.

Y un 31 de enero sonó la sintonía en antena, con ese calificativo: un programa de cuestiones actuales. Por allí andaba Luis Rodríguez Olivares, dispuesto a dar un giro a los enfoques y aplicar, por ejemplo, a los espectáculos aristas sociales: “Me acuerdo de que el primer día me fui al teatro Lara. Allí, Juan Diego y Concha Velasco representaban Llegada de los dioses, de Antonio Buero Vallejo. Protestaban porque querían un día de descanso. Fue el germen de lo que tiempo después llevó a la primera huelga de actores. Empezamos dando esas noticias, con ese giro de carácter social, distinto”.

No fue una época fácil. “La recuerdo tensa; hasta violenta, diría”, comenta Rodríguez Olivares. Pero bastante feliz, eso sí. En la Redacción del programa no llegaban a cuatro personas. Durante su hora de emisión, durante años sirvió de preámbulo a la artillería deportiva de José María García. En la Redacción se cortaba el humo del tabaco y el redoble metálico de las máquinas de escribir no desviaba el énfasis sobre cuestiones importantes.

La muerte de Franco no trajo de golpe la libertad en los medios. Hubo que conquistarla y programas como Hora 25 construían día a día un nuevo espíritu, una mecha de actitud crítica y cultura del diálogo. A la tensión informativa unían debates en los que aún no se había entrenado demasiado el talante. “Hubo uno entre Sergio Vilar y Ricardo de la Cierva sobre la sociología del franquismo. Casi tuvimos que separarlos al final, a punto estuvieron de llegar a las manos”, dice Rodríguez Olivares.

También cómo la noche de los asesinatos de los abogados de Atocha —24 de enero de 1977— el director general le ordenó zanjar el asunto en antena: “Que cortes, hay mucha sangre”, decía. “Pero no paré”. Fueron tiempos de broncas, multas y suspensiones. De llamadas a modo de rebuzno por parte de ministros que les aseguraban que acabarían pinchando canciones.

El deber se impuso. Y este consistía en empujar hacia adelante, donde estaba el futuro, las libertades, el nuevo tiempo. No detenerse. Pese al miedo, pese a las prevenciones. “Recuerdo cómo esa noche del crimen de Atocha me llamó Enrique Tierno Galván y me dijo: ‘Hoy no durmáis en casa”, cuenta Iñaki Gabilondo.

Ni siquiera eran capaces o conscientes a la hora de calibrar la importancia de lo que contaban. La avalancha transformadora cegaba con una neblina de urgencia el presente. “Ha sido después cuando he tomado conciencia de que gran parte de lo que contábamos en aquellos años era realmente histórico. La aprobación de la Constitución, por ejemplo. No lo alcanzábamos a calibrar en toda su dimensión”, comenta Gabilondo.

“Vivimos intensamente un clima apasionado de entrega al cambio político”, dice Fermín Bocos. “Y en aquella época la palabra de la SER era palabra de Dios”, añade. Bocos dirigió el programa a principios de los ochenta, después de Gabilondo y Rodríguez Olivares, cuando ya habían dado el primer testigo Martín Ferrand y habían pasado también por la dirección Basilio Rogado, Miguel Ángel Gozalo o Manuel Antonio Rico. Todos habían ido labrando una referencia sólida. “Los periódicos, antes de cerrar, escuchaban Hora 25. Fuimos referencia en la primera transición y en la consolidación de esta durante la presidencia de Felipe González”, dice Bocos.

“Fue una etapa convulsa pero fantástica”, afirma González Ferrari. Él, para empezar, tuvo que romper las reticencias de su padre. Antonio González Calderón se había inventado el concepto de radio moderna, aparte de dirigir el cuadro de actores de la SER —algo que regresa ahora, con los podcasts, o sea, los seriales radiofónicos—, pero no quería que su hijo se dedicara al periodismo. “Fui el único que lo hizo. Luego estaba encantado”. Pasó por todos los espacios de la información y llegó a la dirección de Hora 25 con 27 años, en 1979. “El programa tenía una estructura muy simple: informativo, entrevista larga y entrevista corta”.

Así, más o menos, siguió en los ochenta. Los noventa fueron otra prueba. Urgía dar un salto adelante. Consolidarse como líderes ya en las ondas cuando los estudios de audiencia marcaban el poder del mercado. Fue la época de Manuel Campo Vidal y Carlos Llamas: un antes y un después. El primero comenzó a ensanchar la audiencia. La crudeza de la actualidad le ayudó con la primera guerra del Golfo. “Puede resultar lúgubre, pero es así”, comenta. “De 600.000 oyentes pasamos a rozar un millón”.

Una de sus noches míticas se produjo cuando intentaba en vano que Eric Frattini, en plena sospecha de bombardeos iraquíes en Tel Aviv con bombas químicas, se colocara la máscara antigás mientras paseaba por sus calles. “Fue una guerra radiada. Las imágenes eran muy difusas, la voz ganaba credibilidad”, apunta Campo Vidal. Por aquel entonces, entre 1987 y 1991, su etapa al frente tras la de Julio César Iglesias, quiso plantear también debates electorales. “Como el que organizamos por los primeros comicios europeos entre Fernando Morán, del PSOE, y Manuel Fraga, del PP”, recuerda el periodista. “Fue difícil porque Fraga, más allá de las doce de la noche no estaba para nadie, se retiraba de toda actividad”. ¿Cómo pudo resolverse entonces? “Pues, nada, aprovechamos un viaje suyo a Canarias y entró desde Las Palmas. Así, a las once quedaba libre y aceptó”.

Después de Campo Vidal llegó Carlos Llamas (1954-2007) para quedarse ante los micrófonos de Hora 25 la friolera de 15 años. Nadie ha durado tanto en el puesto. Ni más ni menos que hasta su muerte. Su paso engrandeció el programa. No solo aguantó el liderazgo, sino que ensanchó el horario hasta las cuatro horas: de 20.00 a 24.00, media hora más que la etapa actual. “Era la antiestrella”, asegura quien fuera en ese tiempo su mano derecha, Javier del Pino, hoy director de A vivir que son dos días. “Él hace algo que a mí me asombra: afrontar la información desde la posición del oyente, sin miedo a reconocer, por ejemplo, que había cosas que no entendía”. Y aún más. Le recorría una virtud de síntesis asombrosa: “Era capaz de simplificar lo complejo y, a todo eso, le añadía una gran ironía”. Su jefe marcó a Del Pino, como también sembró una multitud de fieles en la audiencia: “En mi caso, como a medida que creces a cualquiera de nosotros nos sorprende ir descubriendo cosas de nuestros padres en diferentes actitudes, como periodista, yo, hoy, me reconozco en muchas maneras que aprendí y se me pegaron de Carlos Llamas”.

Uno de los grandes retos que tuvieron por delante fue montar una tertulia. La SER se había caracterizado hasta entonces y a base de orden de los superiores por despreciar esa opción. Algunos reconocieron que no podían seguir por ese camino. Llamas fue el encargado de empezar. Muchos hoy recuerdan aquellos comienzos con el pugilato nocturno entre Miguel Ángel Aguilar, Carlos Mendo, Carlos Carnicero, Isabel San Sebastián, María Esperanza Sánchez… Voces que han sabido argumentar y debatir, elevar el tono y atemperarlo con una buena broma a mano, provocar y hasta dejarse convencer ante los micrófonos siempre debidamente modulados por el tono que imprimía el entonces director. Una escuela en la que siguieron después Àngels Barceló, Pepa Bueno o Aimar Bretos, quienes afirman haber empezado a escuchar el programa a fondo en la etapa de Llamas.

Barceló tuvo que sustituirlo y continuar en gran medida con su fórmula: “Para mí fue un maestro a la hora de definir la información con rigor y aplicar tranquilidad al final del día, contar las cosas con pausa”. Difiere mucho en la dinámica que requiere de ella ahora estar al frente del matutino Hoy por hoy. “Me va la adrenalina, pero me costó mucho deshacerme de ese caramelo”, asegura Barceló.

Fue el mismo cambio que afrontó Pepa Bueno, pero al revés. Pasar de la mañana a la noche y ahora a una labor de día completo al frente de EL PAÍS. La etapa en Hora 25 con ella estuvo marcada por la pandemia. “Llego en septiembre de 2019 y cuatro meses después comienza todo”, afirma. “Empecé con un plan concreto y tuvimos que tirarlo todo a la basura para tratar de entender con médicos y epidemiólogos qué estaba pasando”.

Buscar respuestas, aunque estas colocaran el panorama cuesta arriba. Llevar el programa en pandemia, día a día, semana tras semana, mes a mes, fue una dura prueba psicológica. “Me acuerdo del día en que entrevistamos a Miguel Hernán, el epidemiólogo español de Harvard, y nos dijo que había que prepararse para un panorama que duraría como mínimo 18 meses. Creo que al escuchar aquello se produjo el silencio más largo que yo recuerdo en la radio”, afirma la periodista.

A partir de entonces todos comprendieron en el equipo que debían redoblar sus esfuerzos para dos cosas fundamentales en ese trance: “Informar sin evitar la gravedad de los acontecimientos y a la vez acompañar a unos oyentes que eran parte de una población encerrada, asustada y, en muchos casos, sola. Todo eso sin ocultar a menudo, como nos ocurría a todos, la incertidumbre y el desasosiego. Pero no podíamos dejar de contar lo que pasaba y, al tiempo, ser un poco el sostén de quienes nos escuchaban”, rememora Pepa Bueno.

En eso se resume muy a menudo la alquimia de la radio. Informar y acompañar. Aplicarse al arte de contar cerca. Muy consciente y responsable de lo que transmites. Por eso, para colocarse ante un micrófono cada semana de lunes a viernes, Aimar Bretos, antes de empezar a hablar, necesita entender. Conocer los elementos para jerarquizar el relato de cada día.

Cae la tarde de enero en Gran Vía sobre su espalda en la Redacción de la Cadena Ser. Los neones de la calle se encienden y las mesas se vacían mientras su equipo de edición y de guardia en el lugar hasta medianoche le va poniendo al día de lo que cuentan las webs, las redes sociales, los responsables de las secciones… Redactan, arman escaletas, preparan las tertulias… Junto a él andan Víctor Olazábal, Isabel Villar, Marisol Rojas, Claudia Platero y Lydia Ramón. En casa, teletrabajando, Marina Fernández, Ana Corbatón y Alejandro Becerra.

De ese magma, Aimar Bretos debe extraer lo fundamental. Lo más destacable. Calla, escucha, pregunta, comparte dudas antes de exponer algunas certezas y plantear cuestiones que nos afectan. Con él, Hora 25 cumple 50 años. Medio siglo. Gracias a programas así es como la radio resiste casi inmutable y fiel al espíritu con que nació. Seguramente llegará de la misma forma a los 100, con parecidas señales horarias en su arranque para culminar la jornada de lunes a viernes: “Son las ocho de la tarde; las siete en Canarias…”.

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