Hilario López Millán, adiós a un hombre bueno

Hilario López Millán

Andrés Guerra escribe en La Vanguardia: Hilario era mi amigo. El último whatsapp que nos cruzamos fue hace menos de un mes: como en tantas ocasiones anteriores le envié fotos de mi hija, tres años recién cumplidos, y él me respondió, como siempre, con un piropo. Uno distinto cada vez. “Mi niña va a ser una Liz Taylor”, decía. Acaba de irse un hombre bueno, la categoría más dolorosa para una despedida. La muerte no entiende de edad, condición social o categoría moral alguna pero cuando uno se entera de que no volverá a ver, a reír, llorar, abrazar, bromear o a cantar junto un hombre bueno, el dolor es distinto. Fluyen lágrimas con vitola, particularmente la de injusticia, como si a la guadaña le importase algo lo que uno ha hecho en la vida.



Conocí a Hilario López Millán cuando entré a trabajar con Albert Castillón en la desaparecida emisora de radio Onda Rambla, en Barcelona. Era 1998. De cuatro a cinco de la tarde, el programa Tarde de todos, luego Tarda de tots, estaba en la cima de cualquier espacio de radio o televisión que tratase la prensa rosa y a los personajes que la habitan con respeto. Gracias a Hilario. A su sentido del humor infinito, su experiencia incomparable y a que cuando un joven periodista marcaba un número de teléfono y se presentaba ante el personaje, de un premio Goya a un Príncipe de Asturias, todo el mundo respondía con “Si llamas de parte de Hilario, lo que necesites”. Así era Hilario. Lo sabía todo de todos porque ellos se lo contaban o porque lo vivió con ellos.

Su generosidad no conocía límites. Quien esto escribe le ha consultado decenas de ocasiones a lo largo de los años acerca de verdades o mentiras sobre los personajes más relevantes del corazón. Sus recuerdos tenían la calidad y la veracidad, por tanto, de una foto, de un vídeo de hemeroteca. Él era la hemeroteca humana más importante que este sector del periodismo ha conocido en España. Y si no sabía el detalle de propia mano, te respondía: “Llama a fulanita, que era muy amiga y te dirá lo que ocurrió”.

Él era la hemeroteca humana más importante que este sector del periodismo ha conocido en España
Hilario era un hombre bueno, además, porque no ofendía a nadie aunque atesoraba más secretos que cualquier otro. Era un profesional de otra generación, de otros tiempos menos canallas y carniceros.

Albert Castillón recibió hoy la llamada de Pilar Blanco, periodista que trabajó con el eterno Luis del Olmo, para contarle la mala noticia. Así explica Castillón por qué se nos ha ido Hilario: “Como sabes, estaba siempre muy pendiente de su marido, Alberto, que atraviesa un serio bache de salud. Se desvivía por él hasta tal punto que se descuido a sí mismo; Hilario solía comer muchas verduras, llevaba una vida muy sana. En las últimas semanas bajaba al súper a cualquier hora para comprar lo que fuese necesario, sin importarle que estuviesen cayendo 40º sobre Madrid y sin acordarse de la última vez que había bebido un vaso de agua. Ayer se desmayó. Alberto va en silla de ruedas y no estaba Gabriela, la chica que les atiende en casa, así que una vecina le ayudó a meterse en la cama. Cuando llegó Gabriela, llamó a la ambulancia y en el hospital le diagnosticaron una deshidratación extrema que le había llegado al corazón. Hicieron todo lo posible pero…No pudieron recuperarlo. Él decía que era anemia o la fatiga de la edad pero en realidad, Hilario llevaba muriéndose semanas”.

El periodista Albert Castillón se ocupará de trasladar sus restos a Hellín (Albacete) para que descanse junto a su madre
El propio Albert Castillón, amigo íntimo de Hilario López Millán, avisó a su gente en Hellín (Albacete), su localidad natal y donde tiene una calle. Vivía cerca de Plaza de Castilla y su dolido cuerpo descansa ya en el madrileño tanatorio de San Isidro y será su querido Alberto –hoy devastado por completo– quien decida finalmente si será o no incinerado. De lo que no hay duda es de que Hilario descansará en su pueblo, junto a su madre, como él quería.

No quiero decirle adiós, sin embargo, con pena sino recordando los chistes de humor negro que nos cruzábamos al intercambiar mensajes. “Hilario, estoy comiendo con [escriba aquí el nombre de un actor español de los 40, fallecido hace otros tantos años] y te manda saludos”. A lo que él podía responder algo como “Lo vi el otro día, precisamente, en el cabaré donde actuaba [escoja cualquier vicetiple de renombre también desaparecida], y nos fuimos a cenar con [dos nombres más]. Lo mejor que puedo hacer es recordarlo lleno de vida e incluirlo –como vedette principal, a él le hubiese gustado– en mis próximas bromas con algún amigo como él. No lo encontraré, claro, pero nadie podrá privarme de imaginar como sería decir “Estoy con Hilario tomando un Martini y te dice que…”

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