Fallece José Antonio González, técnico de Radio Madrid

José Antonio González

Gorkazumeta.com publica que a menudo no se valora la aportación de los técnicos de sonido en la radio. Se les considera meros ejecutores de un guion preestablecido por los periodistas. José Antonio González estaba cortado por un patrón único: profesaba un amor incondicional por la radio y el oficio que inoculaba a quien tenía la suerte de trabajar con él. Y, sin pretenderlo, como ocurre solo con los grandes, te enseñaba a crecer en radiofonismo hasta descubrir que la radio es mucho más que información o entretenimiento, es también compañía, pero ante todo, comunicación



“Las personas, no los lugares, construyen los recuerdos”, escribió en una ocasión la escritora africana Ama Ata Aidoo. Y comparto hasta la médula la inspiración de la frase. Somos lo que nos han enseñado. Nuestros referentes, para crecer, siempre son las personas. Nos enseñan bien directamente, bien a través de la mímesis. Y de ambos procesos me alimenté en el caso de José Antonio González (Madrid, 1932-2022), técnico de sonido de Radio Madrid (Cadena SER) a quien quiero rendir un merecido homenaje desde estas líneas.

Conocí a José Antonio en 1990, cuando llegué a Radio Madrid, procedente de Radio San Sebastián. Como es lógico, y desde la inseguridad de la juventud miedosa, reticente, en parte desconfiada, propiciada por el propio sentido de supervivencia en un entorno inexplorado, iba conociendo a compañeros, poco a poco, que formarían parte de mi entorno laboral durante más de dos décadas.

El salto, de Radio San Sebastián a la central de la SER, Radio Madrid, ubicada en el corazón de la capital de España, en plena Gran vía, fue mayúsculo. Y así lo percibí. De un microcosmos laboral mágico, evolucioné a un universo poderoso, potencialmente casi infinito para mí, desde luego, en los comienzos, inabarcable. Pero igualmente mágico (proporcionalmente era Disneylandia). Llegué a la redacción de informativos para ocuparme de cultura, en la sección de Sociedad que lideraba un joven José María Patiño, en donde encontré de inmediato una magnífica acogida. Tenía mi mesa, mi Basys (protoordenador, habíamos cambiado las máquinas de escribir hacía cuatro días) y mi cajonera. Me instalé, con mi orden obsesivo, que extendí pronto a toda la sección, con desigual fortuna, redacté mi primera información y me dirigí a Grabaciones, el departamento donde los técnicos de sonido transformarían mi folio en una pieza para emitir en los informativos.

Y allí me encontré a José Antonio González, al frente de los mandos de un estudio que me pareció enorme, en comparación con los que había dejado atrás en mi Donosti querida. Allí estaba él, a frente del puente de mando del estudio de grabaciones de informativos, donde se trabajaban las piezas que posteriormente se emitían en los diferentes espacios de la Cadena SER. Recuerdo sus primeras palabras de bienvenida: “¿qué pasa chaval?”, acompañadas de una amplia y sincera sonrisa. Ya sabía yo que aquel tipo y yo íbamos a hacer buenas migas. El nerviosismo que me acogotaba en aquellas primeras horas repletas de incertidumbres desaparecía en aquel estudio cuando estaba en él José Antonio.

José Ramón Pardo, un histórico de este oficio maravilloso que es la radio, me dijo, no hace mucho, que los programas funcionan mejor porque quienes los hacen se conocen bien fuera del estudio. E, insisto, siempre hay que aprender de quienes nos preceden y poseen el patrimonio de la experiencia. Grabar con José Antonio González era para mí, en mis inicios, un regalo, todo un Máster en realización de sonido, inspirada no solo en el profundo conocimiento de su oficio, sino en el derroche de amor que le profesaba. Todo, sumado, hacían de él un maestro sin pretenderlo, del que se aprendía por sus hechos, y su exquisito tacto con quien tenía enfrente. Cuando me equivocaba varias veces durante una grabación (un día malo lo tiene cualquiera) José Antonio nunca me transmitía a través de sus gestos reproche alguno. Al contrario, trataba de conciliar y trasladarme confianza para que superara el brete. Y doy fe de que lo conseguía. Y yo lo agradecía.

Un buen día, a Juan Ramón Lucas, entonces al frente de “Matinal Cadena SER”, cuando se emitía previo al “Hoy por Hoy” de Iñaki Gabilondo, antes de que el donostiarra asumiera este tramo, se le ocurrió poner en marcha una ‘agenda cultural’ del día. Me dio, nada menos, que cinco minutos (una barbaridad en informativos), que, con el tiempo, alargué a los casi siete a menudo. Era una pieza cerrada en la que, tras mi saludo en falso directo, desarrollaba la actualidad cultural del día, de toda España, con música, efectos, cortes y por supuesto mi voz. Cuando me lo encargó, supe con quién tenía que grabarlo: con José Antonio González. Se lo comenté, y de inmediato me mostró su complicidad e ilusión por el proyecto. Cada día acudía con mis cintas, mis discos y mi guion por duplicado hasta su estudio para darle forma. Quedaba espectacular. A Juanra le encantaba. Era el gusto por producir una pieza radiofónica con mimo, trabajada como el orfebre moldea sus joyas. Una costumbre que nunca me ha abandonado, sea en radio o en podcast.
La agenda cultural de “Matinal” tenía el sello de José Antonio González, el gusto por la precisión y la excelencia en la edición, cuando todo se hacía de manera artesanal, en directo, siguiendo un guion que marcaba la entrada de los discos, los cortes, la mezcla de voz y música… No había tiempo para una edición posterior. Ni medios. Todo salía a la primera toma en el ochenta por ciento de los casos. José Antonio y yo llegamos a tener una compenetración y precisión absolutas. La agenda se grababa en tiempo real. Aquel estudio de José Antonio estaba reservado para grabar crónicas de informativos de un minuto, con y sin corte. Como mucho minuto y medio, o dos, la excepción. Para cualquier técnico salirse de la monotonía del “minuto con corte” era una suerte, pero José Antonio, además, lo vivía con pasión.

Siempre mi guion salía enriquecido con sus aportaciones, y siempre aprendía algo nuevo con él. En mi mochila de aprendizaje me llevé enseñanzas en torno al respeto sepulcral por la música: había que respetar bien la intro, no se podía cortar en cualquier lugar, había que elegir bien el momento, de manera que palabra y música se enriquecieran mutuamente. Cuando se elegía la opción música de fondo, tenía que estar justificada la elección y también presente, en su nivel preciso, ni muy bajo, que se perdía, ni por supuesto tan alto que complicaba la comprensión del oyente. Las mezclas de músicas, para pasar de un tema a otro, eran con él un espectáculo. Disponía de dos platos y dos CD’s y hacía virguerías. Había momentos en los que los compases coincidían y no daba crédito. Luego supe que José Antonio tocaba el piano y su amor por la música en su caso iba de serie.

Carné de técnico de sonido
Mi agenda cultural no sonaba igual cuando José Antonio libraba. Otro compañero ocupaba su puesto en el estudio de grabaciones de informativos, pero carecía, por lo general, de su sensibilidad y, en otros casos, también de su amor por el oficio. Por eso, cuando me dio la noticia de que se jubilaba “¡por fin!”, me dijo, me alegré por él, pero la radio -Radio Madrid- perdió a uno de sus puntales en la realización. Perdió a una grandísima persona que siempre me mostró su simpatía y cariño, dentro y fuera del estudio. Perdió a un grandísimo profesional que, sin pretenderlo, me transmitió su amor por la profesión y la excelencia que hay que lograr cuando uno se pone delante del micrófono y trata, no solo de informar (esto es relativamente fácil), sino, ante todo, de comunicar. Y sigo pensando, en parte gracias a él, que la radio es el medio más maravilloso y mágico para fomentar la imaginación y la evocación del oyente.
Tras su jubilación conversamos algunas veces por teléfono y me preguntaba por la radio, por cómo iban las cosas, las mías y las de la casa. Y notaba que añoraba su estudio de grabaciones, y posiblemente las agendas culturales de “Matinal Cadena SER” que tuvieron una corta pero intensa vida, porque el “Hoy por Hoy” fagocitó al informativo para crecer y sumar oyentes que le permitieran alcanzar el liderazgo sobre el invencible “Protagonistas” de Luis del Olmo. En las últimas conversaciones le noté mayor, la voz actúa con frecuencia como un reflejo involuntario del ánimo, y le encontré cansado, pero con el mismo humor de siempre, sonriente y cercano, bromeando, aunque con la procesión por dentro.

Ha sido una de las mejores personas que me he encontrado en mi camino, y agradezco a la radio, a la SER, la oportunidad de tratarle y de compartir proyectos e ilusiones. Él me enseñó que la vida hay que tomarla siempre como viene, pero en positivo, con buen humor, con una sonrisa, pero no como parapeto para superar el trance, sino como parte de una personalidad que se vuelca con los demás, si encuentra reciprocidad. Para mí José Antonio González García, no tengo la más mínima duda, fue un maestro y como tal venero su memoria. Una memoria que, como escribía al comienzo de este Obituario, ha construido mis recuerdos de radio. Gracias José por todo lo que hiciste por mí.

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