El museo de Orduña acoge cerca de 300 transistores, gramófonos y cajas de música de todo el mundo del coleccionista Agustín Erkoreka

Agustín Erkoreka

Marina León escribe en El Correo que el mayor de sus siete hermanos se llamaba Marino y trabajaba en un bacaladero. Apareció en el caserío familiar de Mungia con una radio que consiguió en uno de sus viajes a Canadá, en concreto una Zenith del año 1955. Ese fue el momento en el que Agustín Erkoreka, que por aquel entonces acababa de alcanzar la mayoría de edad, descubrió la que se ha convertido en su gran pasión. Y han pasado 45 años. «En un primer momento nos pareció una radio sin más, pero después descubrí que era especial. Era transoceánica, tenía muchas prestaciones y tuve la necesidad de hurgar. Me di cuenta de que cogía todas las emisoras que aquí eran clandestinas. Andorra, París, Radio Pirenaica, Euskadi Independiente… se podía escuchar también a los barcos pesqueros. Yo tenía una edad en la que comenzaba a florecer esa parte más reivindicativa y empecé a trabajar en Bilbao siendo un aldeano. La radio Zenith me acompañó en mis primeras inquietudes políticas y escuchar todo aquello fue un choque importante», explica Erkoreka y relata que, al poco tiempo llegó a su casa la televisión y el transistor fue directo al camarote.



Años después «vi que tenía alguna radio más, de mi suegra y otras que me habían regalado, y di los primeros pasos de la colección», dice. Una recopilación que actualmente cuenta con unos 300 aparatos además de cajas de música, altavoces o gramófonos y de la que, hasta el próximo 15 de enero, se podrá ver gran parte en la sala de antigüedades del museo de Orduña.

«Lo increíble de esta colección es que cumple dos retos muy importantes», afirma Koldo Badillo, el director del museo. «Todas las radios de la exposición funcionan y tienen sus piezas originales. Los aparatos son tal y como se fabricaron», añade. «Tengo algunas de la época de Hitler y todas las piezas del interior están selladas con esvásticas. Evidentemente si se estropean no se pueden recuperar, es imposible. Pero por lo demás, todas las radios tienen sus botones originales», dice el coleccionista.

Radios de galena
Agustín y su compañera en esta aventura, su mujer Pilar Arruza, han recorrido numerosas localidades de la geografía española y francesa para bucear en mercadillos, tiendas de segunda mano, ferias de desembalaje y de antigüedades y poder hacerse con aparatos clásicos que luego él se ha encargado de arreglar y poner en marcha. «En el País Vasco había muy pocas radios, hasta los años 50 apenas se veían. A las primeras ferias de antigüedades venían sobre todo vendedores catalanes», recuerda. «Al principio no las conservaba como coleccionista, si no como cacharros que tenía ahí, porque siempre he sido muy de acumular cosas», cuenta. Con la llegada de la jubilación, hace dos décadas, la dedicación ha sido plena y la mayoría de sus adquisiciones las ha realizado a través de internet, mediante contactos con otros apasionados de las radios y vendedores extranjeros. De esta forma, las estanterías de su hogar atesoran ejemplares de numerosos países como Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Suecia o Japón, y por supuesto también nacionales. «Tengo algunas de las primeras que se comercializaron, las conocidas radios de galena. Eran receptores que tenían un componente cristalino, como la sal, que activa las ondas. Se escuchan con auriculares que pesan unos 350 gramos y son muy incómodos», indica Erkoreka, que se ha desarrollado profesionalmente en el campo de la mecánica.

Aunque habla de todos «sus tesoros» con mucho cariño, sin duda, la radio más especial que conserva «es la que me trajo mi hermano mayor, porque él era un referente para mí. Era una persona muy alegre y le quería mucho». Hoy está en Orduña junto al resto de las reliquias que conforman una exposición que «espero tenga éxito. Creo que merece la pena ver estas radios, no porque sean mías, sino porque tienen mucha historia detrás», concluye.

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