
17.04.2025.- Luis Zaragoza escribe en Fernández mundoobrero.es que de todas las labores que La Pirenaica desarrolló en sus 36 años de vida, ésa, la de ser la voz de la esperanza antifranquista, me sigue pareciendo la más difícil de evaluar y, sin embargo, la más perenne, la más constante, por la que mejor merece la pena recordarla
Fue una emisora comunista, que nunca ocultó sus señas de identidad, salvo —y con matices— durante sus primeros años de vida. Sin embargo, su influencia fue mucho más allá que la de los militantes o aun los simpatizantes del Partido. Lo fue, en primer lugar, porque el PCE fue la organización más importante del antifranquismo, la única que —con sus aciertos y sus errores— se mantuvo permanentemente activa en su lucha contra la dictadura y la que definía a toda la oposición, por aproximación o por negación. Pero lo fue, sobre todo, porque las demás organizaciones no pudieron, no supieron o no quisieron crear emisoras similares. Así que Radio España Independiente Estación Pirenaica —o Radio Pirenaica, o La Pirenaica, como también se la conoció— acabó convertida en un punto de referencia ineludible no sólo para quienes querían incorporarse a esa lucha —tal vez el objetivo que más buscaba el Partido—, sino también para quienes querían tener un punto de vista de la realidad nacional e internacional distinto del que lanzaba la propaganda franquista. Un punto de vista parcial, desde luego, sectario a veces, inexacto en ocasiones y acertado en muchas otras, pero, en cualquier caso, alternativo al oficial. Algo que en nuestro panorama actual de hiperinflación informativa —o, más bien, de hiperinflación de mensajes—cuesta mucho comprender y valorar en su justa medida.
La emisora nunca estuvo en los Pirineos, pese a que su nombre, y también algunos mensajes transmitidos por la emisora en sus primeros años, pudieron hacérselo creer a algunos oyentes. Tampoco en Praga, entonces capital de Checoslovaquia, donde la situaron en una época los servicios de información franquistas, con la inestimable ayuda de la CIA. Emitió primero desde la Unión Soviética y después, a partir de 1955, desde Bucarest, capital de Rumanía.
Radio España Independiente Estación Pirenaica, acabó convertida en un punto de referencia ineludible no sólo para quienes querían incorporarse a la lucha, sino también para quienes querían tener un punto de vista de la realidad nacional e internacional distinto del de la propaganda franquista
Nació el 22 de julio de 1941, un mes después del comienzo de la invasión de la URSS por parte de los nazis. Nació, pues, en plena Segunda Guerra Mundial y, de hecho, en sus comienzos fue una más de las emisoras clandestinas que la Internacional Comunista puso en marcha para dirigirse a países ocupados por Alemania o colaboracionistas con el III Reich. Nació, por lo demás, en los años más duros de la dictadura franquista, cuando el partido se hallaba dividido y en buena medida incomunicado en el exilio y con frecuencia desarticulado en el interior. Por ello, función primordial de la emisora en aquel momento fue la de transmitir las consignas y orientaciones emanadas desde Moscú a los propios dirigentes dispersos dentro y fuera de España.
Dejó de emitir el 14 de julio de 1977, al día siguiente de la primera sesión de unas Cortes que se disponían a “enterrar los últimos restos del franquismo” —como se dijo en la última emisión—. La dictadura no había caído fruto de esa gran movilización con la que el PCE soñó durante años, llamárase Jornada de Reconciliación Nacional (1958), Huelga Nacional Pacífica (1959), Huelga General Política (1963)…, sino que se estaba reformando desde dentro gracias, eso sí, a la presión ejercida desde fuera. En esas grandes acciones pensadas para derribar el régimen, La Pirenaica se había volcado y, pese a sus esfuerzos, había fracasado con el Partido. En cambio, fue notable su éxito en algunas movilizaciones parciales desarrolladas durante la dictadura, como las huelgas de Asturias de 1962, en las que Radio Pirenaica acompañó la lucha de los mineros, difundió sus reivindicaciones y extendió por toda España la solidaridad hacia ellos.
Entre una fecha y otra, entre 1941 y 1977, transcurrieron 36 años en la vida del franquismo y del PCE que dieron para mucho. 36 años de emisiones que convirtieron a Radio España Independiente en la decana de las emisoras clandestinas en el mundo. Y eso que el siglo XX ha sido, por desgracia, pródigo en dictaduras de todo signo. Hizo falta la imbricación de otros factores, además de una dictadura longeva, para conseguir semejante récord. El orden de enumeración no equivale, pues, a orden de importancia.
Primero, la solidaridad del campo socialista —sobre todo, de la Unión Soviética y de Rumanía, aunque no sólo—, y de otros partidos y militantes comunistas del mundo, en los más diversos ámbitos: facilitando estudios, antenas, frecuencias, casas y sueldos para los redactores, coberturas legales, sistemas de comunicación y transporte, direcciones seguras para la correspondencia…
Segundo, un grupo de redactores cambiante, pero siempre escaso, que debían realizar múltiples tareas y asumir sin protestas —o con las menores posibles— la incómoda situación de ser a la vez clandestinos y exiliados —los más jóvenes, desde comienzos de los años sesenta, empezaron a romper unos muros que les causaban demasiada claustrofobia—. En este terreno, es excusable mencionar a Ramón Mendezona —“Pedro Aldámiz”, para las ondas—, director de Radio Pirenaica durante 26 años y que, en opinión unánime de quienes trabajaron con él o compartieron alguna responsabilidad en el Partido, llegó a hacer de la radio una forma de vida. Una persona que siempre procuró que la radio tuviera la mayor cantidad de fuentes de información de que pudiera disponer, la música más actualizada —aun dentro del repertorio de la canción comprometida, claro—, el lenguaje más cercano al que se hablaba en el país… Por último, en el apartado de los redactores es también obligado mencionar el hito de “Antena de Burgos”, un guion que logró salir durante meses cada semana de la cárcel de esa ciudad, redactado por los propios presos y camuflado en los objetos más variados. Un récord dentro del récord.
Y tercero, los oyentes. Como dijimos al comienzo, no todos eran comunistas, aunque muchos lo acabaron siendo. En este sentido, la labor de encuadramiento, de captación de militantes para el Partido que desarrolló la emisora no debe despreciarse, ni mucho menos. Porque —y eso el PCE lo comprendió más tarde de lo que parecería razonable— mientras la prensa del Partido llegaba —cuando lo hacía— a los ya comprometidos, La Pirenaica la podía escuchar potencialmente todo el que tuviera un aparato de radio con onda corta —y que estuviera dispuesto, según las épocas y zonas, a dejarse los oídos tratando de sintonizarla, debido a las interferencias que le colocaba la dictadura—. No fue extraño, pues, que muchos oyentes se acercaran a la emisora por curiosidad y en una fase posterior asumieran algún compromiso mayor, ya fuera actuando por su cuenta según las orientaciones y consignas lanzadas desde ella, ya fuera tratando de entrar en contacto con alguna célula ya constituida, ya fuera convirtiéndose en “corresponsales” voluntarios de la emisora. En su época dorada, en la primera mitad de los años sesenta, La Pirenaica llegó a recibir más de mil cartas al mes. Y hablamos de una emisora clandestina que transmitía desde fuera de España. A través de evidencias indirectas como ésta, podemos deducir que, pese a su carácter de emisora de partido y pese a las dificultades y riesgos de su escucha por su situación clandestina, Radio Pirenaica fue un auténtico medio de comunicación de masas.
A esos oyentes, la emisora les ofrecía información, les ofrecía propaganda y también —en una medida que no se puede calcular, pero que impregnó toda su historia— les ofrecía esperanza. Esperanza en la caída del régimen, en la llegada del socialismo, en la restauración de la república, en la consolidación de la democracia…, según los momentos, pero esperanza, al fin y al cabo, en un futuro distinto posible. De todas las labores que La Pirenaica desarrolló en sus 36 años de vida, ésa, la de ser la voz de la esperanza antifranquista, me sigue pareciendo la más difícil de evaluar y, sin embargo, la más perenne, la más constante, por la que mejor merece la pena recordarla.
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